Por estos días en Madrid se ha presentado el libro de Juan Manuel Santos sobre su gesta pacificadora en Colombia y los resultados de las negociaciones que su gobierno llevó adelante en La Habana, las que concluyeron con el acuerdo de paz que suscribió con la guerrilla de las FARC.
No le ha faltado prensa en España al ex presidente y premio Nobel de la Paz. Ha sido interrogado a profusión por periódicos y por la televisión. Al español le ha tocado ver con frecuencia su cara en noticieros en los que hacía gala de la campaña heroica que desarrolló para su país y el estadio de felicidad suprema que la ciudadanía colombiana alcanzará gracias a la paz suscrita con los criminales. Santos se ha quejado también con amargura de la equivocada interpretación que sus enemigos políticos hacen de su heroica campaña.
Su libro La batalla por la paz lo muestra como un verdadero guerrero, como aquellos que son capaces de dejar el pellejo en el camino. Lejos de eso, el hombre consiguió que se le otorgara el Premio Nobel de la Paz a escasas horas de la celebración de un referéndum nacional convocado por él mismo en el que más de 50% de la ciudadanía le dio un NO, que debía haber sido lapidario, a la letra del acuerdo de La Habana. Con este premio bajo el brazo enfrenta a quienes hoy cuestionan no solo su gestión por la paz sino el estado precario en el que le entregó el mandato de la Presidencia de Colombia a su sucesor del bando contrario, sector político que nunca aceptó los términos de la paz de Santos. Se sacude las responsabilidades cuando asegura que “Llamarme traidor fue una estrategia muy bien elaborada”.
También la oportunidad de la presentación de su obra ha sido la ocasión perfecta para que la prensa mundial le pusiera un ojo escrutador a la evolución de la desmovilización guerrillera pactada por Santos, su transformación en partido político y la participación de los ex insurgentes en la política interna de Colombia a través de los escaños que hoy detentan en el Congreso Nacional. El país sigue siendo presa de la violencia y, sobre todo, de la droga, cuyo comercio subrepticio no solo se ha afianzado, sino que ha conseguido buenos socios para perpetuarse del otro lado de la frontera del Arauca.
Es en estos días cuando en Colombia el columnista Gabriel Rodriguez Osorio se ha permitido llamarlo el Nobel de la Cocaína. Si bien el término es duro –quizá exagerado–, le cabe a su compatriota preocuparse porque la administración de esta sustancia maldita configura hoy un “para-Estado muy poderoso ejercido por manos criminales”. Es así como Rodriguez se pregunta: Cómo creen que pueda haber paz en un país inundado de cocaína; 300.000 hectáreas sembradas y 1.400 toneladas métricas de producción? 21 billones de pesos anuales es mucho dinero. Son 3 reformas tributarias y genera toda la violencia que estamos viviendo”.
Así, pues, le tocó a España abrir un espacio dentro de sus vaivenes políticos preelectorales para reseñar el empecinamiento de un gobernante por una paz que no ha llegado, que costará mucho fraguar pero que Juan Manuel Santos considera, en su libro, haber tejido con mucho sacrificio y con el abandono de prejuicios.
Sí vale la pena recorrer sus hojas porque allí está vertida una visión, la de un lado del conflicto, la de quien deseaba proclamar la paz aunque el logro fuera torcido y chucuto.
Tal como asegura el diario El País Internacional, “su lectura proporcionará material de primera mano al futuro historiador” siempre y cuando el historiador pueda tomar distancia de estas visiones épicas de un importante episodio de la vida colombiana y valorar en su justa medida cuánta paz de la verdadera le aportó a la dolida tierra neogranadina.
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