Por JANINA PÉREZ ARIAS | SAN SEBASTIÁN
Que todos seamos unos „giles”, está clarísimo. Que si algún día, por lo menos en una de las tantas situaciones, se dejará de serlo, es la cuestión que quita el sueño.
Según los argentinos, un „gil” es un tipo ingenuo, buena gente, pero un poco incauto y que por ende es blanco de los engaños. ¿Usted se identifica? Sea sincero(a) y admítalo. Si hasta el mismísimo Ricardo Darín, el actor más querido de toda América Latina, se reconoce como tal. Una confesión que se siente sincera, aunque haya sido pronunciada en el marco de la promoción de su más reciente película, La odisea de los giles, la cual fue presentada en proyección especial en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
La odisea de los giles, que cuenta con Darín y su hijo Chino entre su maravilloso elenco, narra la historia de un grupo de gente de provincia que se une y aporta lo poco que tiene para fundar una cooperativa. Todo va muy bien hasta que se produce el corralito y un banquero se queda con su dinero. Los giles, que quieren dejar de ser tales –al menos en esta–, aúnan fuerzas e ingenio para recuperar lo perdido.
Ricardo Darín (tanto como protagonista como productor) se nota pletórico, y no es para menos: las críticas son excelentes, ha trabajado con su hijo y con gente a quien respeta y quiere; además está en su salsa con el tema de la justicia social y poética, el empoderamiento del hombre que se cree despojado de sus derechos y su suerte.
Se sabe que muchas veces “Bombita Darín” (tal como se hace llamar en Twitter) enciende apasionantes altercados que perduran en el tiempo y en el espacio. Esto parece divertirle, y con todo el derecho. Es él quien le pone el punto final, el consabido de-esto-no-voy-a-hablar-más. Muchas veces es la ficción de sus personajes lo que le ha permitido referirse sin disimulo ni maquillaje a la realidad de su país.
En este sentido, y con el cuento de los giles como hilo conductor, se permite analizar a sus compatriotas. A esos hombres y mujeres de a pie, otorgándoles la invaluable característica de atravesar crisis, sobrevivirlas, para luego renacer. Tal como esos entrañables personajes de La odisea de los giles.
Encantador, como de costumbre, Darín rescató una línea dicha por otro personaje: “¡Por fin un tiro para el lado de la justicia!”. Una frase que podría encontrarse de mil y un maneras en la cinematografía no solamente argentina, sino mundial, ya que es en el espacio de esas realidades ficcionadas donde se tiene la maravillosa oportunidad de sentir que sí hay justicia. Que a los “malos” se les manda al mismísimo infierno sin ticket de retorno. O que a los giles de buena voluntad se les premia precisamente por serlo.
No es de extrañar que este filme haya causado sensación en Argentina, bien porque se trata de una excelente comedia (dirigida por un experto en la materia como lo es Sebastián Borensztein). O debido a su efecto catártico y sanador en todas las almas giles atormentadas. Es decir: en todos y cada uno de los que nos encontramos enfrente de la pantalla.
En medio del jolgorio que había armado Ricardo Darín con sus cantos de lucha, el director Borensztein aguó la fiesta al recordar que este cuento, el de La odisea de los giles, se trata de una fábula. “Porque en definitiva estas cosas en la vida real no suceden”. ¡Malhaya…!”.
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