Apóyanos

Periodismo decoroso e intelectualmente bien armado (Segunda parte)

Con esta segunda entrega finaliza el ensayo de Atanasio Alegre, cuya primera parte publicamos el pasado 24 de marzo. Alegre es novelista, ensayista, editor e Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua

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4.

A mediados de la década de los 90 fui nombrado Director de Cultura de la UCV. Me resistí, porque ese era un puesto para un nativo, como venía ocurriendo, pero siendo el rector Simón Muñoz un llanero de los que no sueltan la presa, no tuve más remedio que aceptar.

Nada más tomar posesión del cargo, Gustavo Arnstein, que era de los que tampoco daban puntada sin dedal, me dijo que había que volver a llevar a Uslar a la UCV, tan injustamente excluido de ella.

Después de muchas idas y venidas, después de estimulantes encuentros, logramos convencer a Uslar:

―Ustedes me buscan en un automóvil oficial de la UCV y, de regreso, yo lo hago por mi cuenta.

Era un día de esos de lluvia inclemente en los que el famoso palo de agua caraqueño da un sentido total a aquello de que “llueve como si ordeñaran el cielo” que se lee en Las lanzas coloradas.

Todo había sido previsto: vigilancia, seguridad, etc.

Cuando el chofer trató de entrar por la puerta de costumbre, por Plaza Venezuela, esta estaba tomada. Insinué que lo intentara por Las Tres Gracias y el chofer que lo había sido ya de otro rector dijo que él se encargaba: accedimos por una entrada poco conocida que da a la avenida Victoria.

Ya dentro del recinto universitario, Uslar comentó, con ironía, si habíamos venido por Los Teques. La cosa es que estábamos a los pocos minutos en la Sala E donde recibieron a Uslar de pie entre aplausos.

La Sala E estaba a rebosar. Su conferencia Sobre el humanismo, que entonces fue grabada, ha sido una de las grandes conferencias, entre tantas, que se han escuchado en la UCV.

―Me unen, amigo Alegre, de manera familiar, muchos vínculos con la ciudad de Hamburgo donde usted ha vivido durante algún tiempo. Estoy llegando a la época en la cual el hombre comienza a sentirse solo. Cuando le sobre un tiempo, me gustaría que se acercara por mi casa para charlar un rato.

Lo hice.

Algunas de las conversaciones de aquella época –no tantas, porque yo mismo no disponía de tanto tiempo– giraron en torno a lo que era y había sido El Nacional. Y la que por décadas fue su columna “Pizarrón”.

―Mire, amigo Alegre ―me dijo un día―, un artículo publicado en El Universal y El Nacional el mismo día, no es el mismo, leído en un periódico o en el otro. El Nacional ha logrado esa filigrana.

Algo que comprobé yo mismo cuando Joaquín Marta Sosa me invitó a escribir una columna en El Diario de Caracas. Esa, tal vez y como sentido de compensación, fue una época mía muy activa en el Papel Literario.

En 2018 presentó en Madrid Ben Amí Fihman El espejo siamés. Yo no tuve una relación cercana con este extraordinario escritor, cuentista sobre todo. De manera que cuando lo saludé, comencé diciendo si se recordaba de mí.

―¿No me voy a acordar de tu ensayo sobre Ingrid Caven en el Papel Literario?

Era un ensayo que yo había escrito muchos años atrás cuando al autor de la obra con el mismo título le dieron el premio Goncourt y de cuyo texto no tenía yo en ese momento ni noción.

Por otra parte, cuando murió Samuel Beckett, el autor de Esperando a Godot, el editor alemán de su obra publicó en Die Zeit la que sería la última entrevista que hiciera en París a Beckett. Yo la traduje del alemán para el Papel Literario. Pues bien, doce años después la Revista de la Universidad de los Andes, de Colombia, que pasa por ser la más antigua de Latinoamérica, me pidió que le enviara una copia de dicha traducción porque querían publicarla.

Lo hicieron, efectivamente, con autorización de la directiva del Papel.

Fue por cierto por esa época, y para evitar que se volviera a dar cumplimiento a aquello que se lee en Pedro Páramo “del olvido en que nos tuvo”, que publiqué un amplio ensayo sobre Carrier para la fiesta, de Elisa Lerner, uno de sus libros clave (aunque como novelista nos haya desconcertado –en el mejor sentido de la palabra– con sus dos novelas posteriores).

Dije entonces cosas que pudieron parecer desproporcionadas: que Elisa y Salvador Garmendia podían figurar entre los mejores prosistas en ese momento en lengua española. Lo sigo manteniendo.

Elisa misma se ha encargado de decir que aquel ensayo inoculó nueva vida a su obra y de manera especial a su autoestima.

Carlos Sandoval, un valor al alza en la crítica y en el estudio en general de la literatura venezolana, es testigo de cómo se ha ido introduciendo en Venezuela el conocimiento del crítico alemán de origen polaco, Marcel Reich Ranicki. Y ello, no hace falta repetirlo, a través del Papel Literario.

De manera, que tanto en el Papel Literario, como en las páginas dedicadas a la información cultural, El Nacional no ha tenido, no digamos rival, sino punto de comparación en Venezuela y, tal vez como diario, en Latinoamérica.

5.

¿Sobrevivirá la prensa escrita a la digitalización?

No es tan fiero el león como lo pintan y lo que en un momento pareció una suplementación, un cambio de papeles, hoy pareciera que, fuera de lo comercial que siempre encuentra cauces de salida, la respuesta a esta pregunta va a quedar reducida a que se trata de un proceso complementario.

En primer lugar porque ya no hay que esperar a mañana para enterar al lector de lo que ha pasado hoy. Como dicen los franceses es sur place donde podemos conocer los hechos, lo que está sucediendo aquí y ahora. Para ello se necesita ingenio, empaque, diagramación, en suma. Aquella filigrana de que hablaba Uslar Pietri, en el sentido de la diferencia a favor de un artículo aparecido en dos periódicos diferentes el mismo día y la diferencia impalpable de rango, encuentra aquí cabida.

Buena cabida.

El Nacional ha seguido cultivando esa manera de afinar la filigrana.

Técnicamente y a pesar de la capitis diminutio a la que ha sido sometido una y otra vez por el régimen, “el ballestero que mató a la avecica” en el epígrafe con el que inicié este texto, no ha logrado dar en el blanco en lo que hace a El Nacional.

Ni lo dará.

En todo caso, seguirá habiendo agostos y con ellos la multitudinaria celebración de los inicios de una de las instituciones más sólidas del país que cumplió ya tres cuartos de siglo.

Con un grano o con dos, dijo el trigo al sembrador, en agosto estoy con vos.

Y será en agosto, de una forma o de otra –con un grano o con dos–, donde resultará premiado por El Nacional el mejor cuento presentado por los concursantes –vanguardista y consagratorio al mismo tiempo– que tanto escritor criollo ostenta con orgullo en su hoja de vida.

¿Seguirá El Nacional con su biblioteca de vanguardia publicando algunas obras fundamentales?

Sin duda.

Los libros de El Nacional seguirán siendo por camino doble un estímulo para el escritor y un premio para el lector común.

Cuando cese la barbarie que comenzó siendo una suerte de oscurantismo pasajero y ha venido a dar en lo que sabemos, El Nacional seguirá siendo lo que fue, porque quienes están hoy día en el exilio han ido tomando nota debidamente de cómo pueden ir haciéndose las cosas en tiempo como los que marcan la pauta, con el mismo decoro, con igual vigencia intelectual en el tratamiento de la información.

6.

A modo de epílogo

Esta petite histoire de mi vinculación con el diario El Nacional habría quedado incompleta sin la referencia a mis libros de ensayo, nutridos en más de un treinta por ciento de colaboraciones, tanto en las páginas de Opinión como en las del Papel Literario.

Cuando cumplí treinta y cinco años de edad, tuve que emprender un proceso rupturista en mi vida que momentáneamente me llevó al interior de la República –donde se decía que desde el punto de vista cultural, el interior no pagaba dividendos. Me había dedicado hasta el momento a la docencia y en ello seguí en la UDO, en Cumaná, que contaba con pocos años de fundada.

Esa pasantía o provisionalidad duró casi diez años y concluyó dos años después en la universidad alemana de Friburgo de Brisgovia, donde permanecí en un programa de estudios posdoctorales o poststudium. Fueron años de retroalimentación intelectual y sobre todo de reorientación literaria después de un seminario, sobre todo, con Max Frisch, el gran escritor suizo, en la Selva Negra.

Inicié, a más de mis tareas en el Instituto de Alemán, una doble línea de investigación en dos campos que me llevaron a dos de las novelas históricas que he publicado. (Una de ellas se acaba de reeditar en Madrid, por cierto, El crepúsculo del hebraísta). Eran los tiempos de la Fenomenología y a ella me rendí, igualmente, para tratar de explicar posteriormente en la sociedad a la que llevaba adscrito más de veinte años, por qué cauces puede ir la conducta humana.

Corría el año de 1976 –el año de la muerte de Martin Heidegger– y el año del llamado milagro económico alemán debido al ministro de economía Ludwig Ehrard.

La Alemania que había quedado destruida, reducida a escombros, levantaba la cabeza con un ímpetu que desde entonces no ha cesado. Un día en clase un alumno preguntó al profesor con cierta ironía, un tanto envenenada, por el futuro de Alemania.

El profesor miró de soslayo al alumno –un cincuentón de origen británico– y replicó:

―Antes debía decirme usted quién ha ganado la II Guerra Mundial: cómo está Gran Bretaña y cómo Alemania.

Era una desproporción y así se lo hicimos saber al profesor, un sabio con cara de niño, pero hasta cierto punto el cinismo era excusable porque él mismo y su familia habían sido víctimas de la barbarie nazi. Lo que quería acentuar era que nada se reconstruye con buenos deseos solamente, sin esfuerzo, y a eso se debía el entonces milagro alemán.

Pienso ahora en la Venezuela destruida por el chavismo y que tal vez este es el tipo de esfuerzo necesario para la Venezuela que viene y la cual, a fin de cuentas, conserva sus estructuras y a muchos de sus mejores hombres tanto dentro como fuera del país. En este caso, la reconstrucción deberá ser, primero, moral, y luego económica y convivial. Lo demás llegará en su momento.

“El tiempo que ni retrocede ni tropieza”, según el poeta, se encargará de hacer el resto. Y en esta tarea, la labor de fomento e iniciativa a realizarse que le toca al diario El Nacional es ingente. Lo hizo en el pasado y no me cabe duda de que lo hará en el futuro.

Literariamente, Venezuela está tomando, por ejemplo y ejemplarmente, por cierto, la dimensión que en los años de la bonanza fueron desaprovechados, en relación a la valoración de sus escritores en el exterior. Se globalizó casi todo, menos la literatura y el pensamiento venezolanos.

La música, sí.

Este proceso comienza ahora con nuevos valores, con nuevos hombres, algunos con figuración ya universal.

Han sido 75 los años trascurridos desde su fundación y el diario El Nacional ha seguido en su puesto, imbatible, como ya dije, frente a la persecución y el rencor de quienes se asustan ante la verdad y frente a los hechos mismos en sí. Aún los consumados por ellos mismos.

En cualquier caso, los derroteros por los que el destino conduce su andadura son inescrutables, pero en mi circunstancia actual debo manifestar mi agradecimiento a El Nacional por su inestimable ayuda como ensayista, la cual, como dejé expuesto, constituye el núcleo fundamental de esta importante parte de mi trabajo como escritor.

Dele Dios buen galardón.

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