«Triste y enfadada», la adolescente activista climática Greta Thunberg impactó este lunes con toda la rabia de un meteorito en la sede de Naciones Unidas para recriminar a los líderes mundiales su inacción para revertir la crisis climática y para decirles que los jóvenes sí van a actuar.
Inmediatamente después de su intervención, junto a otros 15 niños y jóvenes de distintos países, presentó una queja oficial ante el Comité de Naciones Unidas para los Derechos del Niño, para protestar por la falta de acción de los gobiernos ante el calentamiento global.
Después de que la órbita de la adolescente sueca se hubiera aproximado en otras tres ocasiones a la sede de la ONU, hoy habló con toda su fuerza frente a decenas de jefes de Estado y de gobierno.
«Se están muriendo los ecosistemas; estamos a las puertas de una extinción masiva», dijo la activista sueca de 16 años de edad, que acusó a los líderes mundiales de mirar para otro lado o pensar únicamente en el dinero.
La canciller alemana, Angela Merkel; el presidente francés, Emmanuel Macron, y el indio Narendra Modi la escuchaban.
Pero el gran ausente era el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se pasó unos momentos por la reunión, pero después del discurso de Greta.
«Estamos muy lejos de estar a la altura», reconoció Macron en su intervención de hoy luego de escuchar «emocionado» los discursos de la activista y otros dos jóvenes.
«No estamos reaccionando lo suficientemente rápido», agregó antes de concluir que escuchaba y tomaba nota de sus palabras.
La protesta de los viernes
Nadie se podía creer hace un año que una joven adolescente con Asperger, que en el verano de 2018 comenzó sola una huelga cada viernes delante del Parlamento sueco para reclamar medidas más efectivas contra el cambio climático, pudiera estar hoy aquí recriminando a los dirigentes mundiales su inacción.
Era el comienzo de los «Viernes para el Futuro», una acción que cientos de jóvenes emularon en todo el mundo, ante edificios y sedes políticas emblemáticas.
El meteorito Greta, que hoy se presentó ante los dirigentes «enfadada y triste», con cola de caballo y una blusa rosa, desembarcó en Nueva York entre vítores de apoyo y aplausos de otros activistas el pasado 28 de agosto.
Llegó a la ciudad de los rascacielos después de dos semanas de travesía por el océano Atlántico a bordo de un velero que no se propulsaba con combustibles fósiles y desde entonces su mensaje no ha dejado de crecer y atraer adeptos, tanto en Nueva York y Washington como en todo el planeta, como se pudo ver el pasado viernes en la huelga mundial por el clima que movilizó a millones de jóvenes.
Su primera órbita aproximándose a la sede de Naciones Unidas ocurrió el 30 de agosto cuando se unió a las protestas de los «Viernes para el Futuro» que la estadounidense Alexandria Villaseñor había empezado frente a la sede de la ONU en Nueva York.
Su presencia atrajo a cientos de estudiantes y la entonces presidente de la Asamblea General, María Fernanda Espinosa, recibió a la activista, quien le expresó su deseo de que la cumbre de hoy fuera un «punto de inflexión y que la gente se dé cuenta de lo que realmente ha pasado».
Rozó tímidamente la ONU una vez más, en una protesta al viernes siguiente, antes de desembarcar en Washington donde también sirvió de polo de atracción del activismo climático de los jóvenes, protestó ante la Casa Blanca y sacó los colores a los miembros del Congreso de Estados Unidos, criticando una vez más la falta de acción de los políticos.
Su última aproximación a las Naciones Unidas, antes del discurso de hoy, ocurrió el sábado, con ocasión de la reunión del clima de los jóvenes en el que se limitó a decir que la jornada de protestas contra el calentamiento global del viernes, que convocó a millones de estudiantes, demostraban que los jóvenes están unidos y son «imparables».
«Cómo se atreven a mirar para otro lado, a venir aquí a decir que están haciendo suficiente. Dicen que nos escuchan, que entienden la urgencia, pero (…) si realmente entendieran la situación, no estarían sin hacer nada», dijo antes de apuntar irónicamente: «No quiero creer que no actúan por maldad».
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