A veces, en mis artículos, trato de tocar temas que me distancien un poco de la realidad venezolana. Y de verdad que es difícil no hablar sobre la materia, porque en cualquier ambiente donde nos movamos, sea en este espacio, en reuniones familiares, en el Metro o en la cola para realizar cualquier trámite, el contenido principal de la conversación y de reflexión es Venezuela.
A pesar del esfuerzo de los revolucionarios en ocultar la realidad, culpando a otros de su incompetencia, la situación social y económica se sigue descomponiendo aceleradamente, cercenando el libre ejercicio de sus derechos de millones de venezolanos. De hecho, ya tenemos varios años inmersos en un proceso continuo y constante de deterioro, que según la opinión de expertos en la materia económica es una tormenta perfecta, es decir, hiperinflación, estancamiento y devaluación; uno de los fenómenos más intensos de la región y del mundo que ha perjudicado y menoscabado el poder adquisitivo de los ciudadanos, que ya no pueden comprar alimentos de la cesta básica, medicinas y otros bienes esenciales.
Como dije anteriormente, uno de los elementos que ha afectado a la sociedad es la devaluación de nuestro signo monetario, lo que ha ocasionado que el salario mínimo equivalga a 2 dólares mensuales, por lo tanto, los venezolanos nos ubicamos por debajo del umbral de la miseria, establecido por la Organización de las Naciones Unidas, que señala que quien devengue menos de 1,25 dólares diarios está en pobreza extrema. Nuestros connacionales, para poder satisfacer sus necesidades básicas, necesitarían un ingreso que equivalga a 41 salarios mínimos al mes para que de esta manera puedan poder comprar al menos los productos de la canasta alimenticia. Esto se ve reflejado en cifras de Caritas, según las cuales en el país hay 35% de desnutrición crónica en los niños y niñas menores de 5 años que han sido atendidos por esta organización humanitaria de la Iglesia Católica en lo que va de 2019, en las zonas más pobres de 18 estados.
No hay que olvidar, además, la escasez de medicinas. A miles de compatriotas que sufren enfermedades crónicas se les dificulta llevar a cabo los tratamientos adecuados para mejorar su situación de salud, lo que lamentablemente ha ocasionado el fallecimiento de muchos, incluidos niños.
Por lo tanto, lo anterior nos conduce inexorablemente a la dolarización de facto, que es una manera de resguardar que tienen los empresarios y comerciantes para seguir ofreciendo al mercado y a los consumidores sus productos y garantizar, a su vez, la compra de materias primas y reposición de mercancías. Claro, esta realidad ha creado grandes desigualdades. Podemos ver que los anaqueles de cualquier comercio están llenos de productos, pero pocos pueden adquirirlos, pues un grueso de la población no tiene acceso a dólares.
Sin embargo, el deterioro de la nación también se ve reflejado en la prestación de los servicios públicos, de hecho, las fallas eléctricas han sido recurrentes en todo el país, que han afectado las diferentes actividades que se desarrollan en esas regiones. Igualmente, se le suma el desabastecimiento de gasolina en muchos estados, así como la falta de agua potable, la vialidad en mal estado, la telefonía y el Internet con interrupciones constantes, en fin, un rosario de calamidades que impiden alcanzar niveles mínimos de vida aceptable.
No es un secreto que lamentablemente vivimos bajo la acción por parte del gobierno central de maniobras que quieren producir en la población miedo y terror, donde la coacción, la persecución política, las desapariciones, las torturas y las ejecuciones extrajudiciales son el pan de cada día.
En estos 20 años se han dedicado a la creación de organizaciones como los colectivos, que operan como grupos parapoliciales, para amedrentar a la sociedad. Al mismo tiempo, han creado tropas afines al gobierno, como las milicias, para salvaguardar los intereses de la revolución. A la vez, se ha ideologizado al sector militar, para que responda solo a los intereses del proceso bolivariano, como tendencia única para salvaguardar los intereses de la nación.
Han dinamitado las bases de la institucionalidad democrática, como la Asamblea Nacional, declarándola en desacato, simultáneamente sancionando, persiguiendo y encarcelando a diputados democráticamente electos por el pueblo y a la par, colocando por encima de esa institución a otra como la asamblea nacional constituyente, que solo responde y vela por los intereses del proceso bolivariano.
Conclusión, en Venezuela se gestó un monstruo donde se acoplaron la utopía izquierdista, el autoritarismo militarista de derecha, la conveniencia y los vividores, la incapacidad del gobierno y los ingresos petroleros como componente de adhesión.
Esto originó una organización de ignorantes, en la que los ilusos, los militares, los chulos, los sinvergüenzas y los petulantes no sabían gobernar; en la que la corrupción y el enriquecimiento ilícito era el plan de la nación. Un engendro que derivó en una cleptocracia, desarrollando y estableciendo el poder sobre las bases del robo de capital, institucionalizando la corrupción, originando a su vez el nepotismo, el clientelismo político y el peculado de uso a escala nacional, amparados en la impunidad, arrastrando al pueblo en la construcción de una pesadilla, amparadas en gritar slogans y participar en marchas sin sentido.
El chavismo es un desastre, en el que la fantasía del socialismo del siglo XXI es inviable y ha derivado en una crisis humanitaria, en el incremento de los índices de carencias y penurias; pero los dirigentes escupen consignas diciendo que ser rico es malo e invocan votos de pobreza, mientras terminan invadidos por la codicia, la ambición, la avaricia y el amor incondicional hacia el dinero.
Como desenlace, tenemos que todo ha sido un fraude, una estafa, un engaño, donde la confabulación de los parásitos se burlaron del pueblo más humilde, aquellos que esperaban la llegada de un mesías que pudiera solventar sus penurias, pero resultó siendo el más grande estafador de la historia, que ha destruido el corazón moral del país.
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