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«¡Tenemos que salvar a Venezuela!”

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Quien se expresa en esos términos, categóricos e imperativos pronto cumplirá 94 años. Entro a su habitación en la Clínica del Centro Médico Docente La Trinidad, donde está recuperándose de uno de sus achaques, y no escucha mis pasos. Está reconcentrado, inmerso en la lectura del último libro de Felipe González, obedeciendo a sus dos grandes pasiones: la política y la lectura. La diabetes le obliga a usar gruesas gafas de aumento, lo que no obsta para que aproveche cada segundo de su vida en aprender, con una infatigable curiosidad intelectual y una insaciable sed de conocimientos. Se le han agotado las pilas de sus audífonos y debo responder a su sonriente saludo pegándome a sus orejas y gritando a todo pulmón.

Estamos solos. Iván, su diligente hijo, acaba de salir. Y Yajaira, su esposa y alimento espiritual y sentimental cotidiano, anda en busca de pilas para sus prótesis auditivas. Estamos solos, con la discreta compañía del único sobreviviente de la Junta Patriótica, nuestro querido amigo y compañero Enrique Aristeguieta Gramcko, cuya presencia no ha sido advertida aún por Pompeyo. Por los ventanales se ve caer una llovizna pertinaz y el silencio del pabellón solo es interrumpido por nuestra conversación. El motivo de la visita no era otro que el de darle ánimos al más valioso de nuestros patriarcas, pero sabemos que nada anima más a Pompeyo que llevarlo al terreno de su incombustible amor por la política y por Venezuela. De modo que es él mismo quien comienza a darnos sus opiniones sobre el momento histórico que vivimos.

“Esta es la crisis más grave y profunda de cuantas se vivieran en el siglo XX. Por donde metas la mano te encuentras con la crisis. La crisis es política, la crisis es social, la crisis es económica, la crisis es cultural. Es una crisis sistémica que ni puede abordarse parcialmente ni puede ser enfrentada sin salir de este gobierno y de este régimen. Sin un cambio profundo de gobierno y de régimen, nos hundiremos en el abismo. Hoy estamos al borde. Si no nos unimos y nos proponemos salvar a Venezuela, perderemos la República”.

“Adonde mires te encontrarás con la crisis: las colas, la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad. Todos esos problemas son bombas de tiempo que ya están a punto de estallar. Y la MUD tiene la oportunidad y la responsabilidad histórica única de incidir en ella para lograr el cambio. Un cambio profundo y verdadero”.

¿Por cuales vías, querido Pompeyo? –le gritamos al oído, haciendo que un médico se asome a nuestro cuarto y nos pida autorización para cerrar la puerta.

“Por todas las vías posibles. En primer lugar, hay que prepararse en el terreno electoral, que es inevitable. Pero de nada vale si no incidimos en intervenir al mismo tiempo en el trabajo activo con la gente, con el pueblo. Es el pueblo quien decidirá en último término la resolución de esta crisis. La gente que sufre por la falta de alimentos, de servicios básicos, la inseguridad, la carencia de atención médica. Y el movimiento estudiantil, que es y siempre ha sido la punta de lanza de la oposición democrática. Ninguna de las crisis que vivimos en el siglo XX pudo ser resuelta sin la intervención generosa y desinteresada de la juventud venezolana, que ha sido el factor fundamental para el desarrollo democrático de Venezuela, desde 1928”.

—¿Qué mensajes quisieras enviarle?

“Que asuma la salvación de Venezuela como la principal de sus banderas. Tenemos que salvar a nuestro país, que está al borde del abismo. Y repito: no se trata de una personalidad, de un partido, de un grupo, de una clase: se trata del país, se trata de Venezuela. Hay que dejar todas las ambiciones y todas las mezquindades y no pensar en otra cosa, no aspirar a otro objetivo que en salvar a Venezuela, que está a punto de desaparecer”.

“Y no puedo dejar de mencionar a nuestros presos políticos. Yo, que he sido un preso político y he pasado los mejores años de mi vida preso o en la clandestinidad –10 años, como Santos Yorme, un luchador clandestino contra Pérez Jiménez– comprendo perfectamente cómo estarán sufriendo nuestros presos políticos, cómo estarán sufriendo sus familias, sus esposas, sus hijos. Y quisiera expresarle a Leopoldo todo mi cariño, todo mi afecto, toda mi solidaridad. ¡Desde aquí te abrazo, querido Leopoldo! Y desde luego a sus padres, a Lilian Tintori, a sus pequeños hijos. ¡Libertad, libertad, libertad! ¡Esa debe ser la principal consigna de nuestros jóvenes! ¡La libertad y la salvación de Venezuela!”

Enrique Aristeguieta se acerca a saludarlo y la sorpresa emocionada de Pompeyo no tiene límites. “¿Leíste mi último artículo, Enrique, en donde te menciono?”. Se vuelve a mí y me dice conmovido: “Conocí a Enrique, que es por cierto el último sobreviviente de la Junta Patriótica, el mismo 23 de enero del 58. Salía yo por primera vez de la clandestinidad para respirar y vivir el aire de la libertad, el fin de la dictadura, la brutal represión y la persecución y fue a Enrique a uno de los primeros compañeros a los que le estreché la mano”.

“Proveníamos de aceras distintas –tercia Enrique– pero nos unían un propósito y un sentimiento común, tal como ahora. Liberarnos de la opresión y conquistar la libertad para Venezuela, impedir su disolución”.

No le he soltado la mano a Pompeyo, que se ha conmovido. ¿No estás deprimido, Pompeyo? ¿No estás pesimista? –le pregunto.

“Sin ninguna jactancia, que no suelo caer en ellas, nunca he estado deprimido. Ni en los momentos más difíciles de mi vida. Y pronto cumpliré 94 años. He sido un luchador. Pasé los mejores años de mi vida preso o en la clandestinidad. Pero siempre fui optimista. Salí de la clandestinidad para convertirme en senador por Caracas. Fui ministro en dos presidencias. Y aquí estoy, quebrantado, pero firme. La resonancia magnética dio excelentes resultados. Estoy vivo y lleno de esperanzas. Y de morirme, espero morirme en democracia. Es mi último deseo y el más profundo”.

Nos miramos Enrique y yo, emocionados. “¡Qué alegría me han traído!”, exclama Pompeyo. Me mira emocionado y me dice una frase, que se la agradezco con el corazón: “Hijo. Gracias hijo, por haber venido”. Pues en Caracas no solo encontré el amor de mi vida, sino un padre espiritual que ha sido mi principal guía político en estos tiempos de perplejos.

Que Dios lo guarde.

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