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Al maestro con cariño

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Con la tristeza que sentimos todos quienes conocimos a Carlos Cruz-Diez al recibir la noticia de su fallecimiento el pasado 27 de julio, de inmediato a esa vertiginosa velocidad que cuando quiere tiene la memoria, pasaron por mi mente los pocos pero inolvidables momentos en que tuve la ocasión de compartir con el maestro desde 1974, en Caracas, en París, en Panamá, por mencionar los lugares presenciales en que compartimos conversas, ideas, proyectos y manteles, pues fueron muchos más en los que disfruté sus exposiciones o trabajos en sitios públicos, que perseguía al igual que siempre lo he hecho con aquellos momentos que plenan el espíritu.

Y de inmediato me vino una idea que antes de proponerla formalmente me puse a investigar su factibilidad y era la de honrar su memoria de forma permanente honrando con su nombre la calle en que vivió y trabajaba en París desde 1960, dado que esa ciudad es de las pocas en el mundo cuyas plazas, parques, calles y avenidas tienen nombre de intelectuales y no solo de políticos y militares. Lógicamente, de inmediato me dediqué a investigar su factibilidad y me topé con la primera imposibilidad, pues la calle tiene un nombre: Pierre Semard, líder sindical y dirigente comunista de las primeras décadas del siglo pasado, cuyo nombre es también epónimo de otras calles en otras ciudades de Francia.

Acto seguido, al buscar otra opción, me vino a la mente que al final de la calle Pierre Semard, en París, hay un parque al que igual podía dársele el nombre del maestro dado que no solamente vivió por casi 60 años en esa zona sino que además trabajó. Su taller era originalmente parte de su casa de habitación, pero adquirió el inmueble vecino para ampliarlo e independizarlo de su residencia y con el tiempo instaló una biblioteca en otro inmueble en todo el frente. Resulta que, como era de esperar, ese parque también tiene un nombre inamovible: Square Montholon, en honor de un general de la época napoleónica, tan cercano al emperador que se instaló también en la isla Santa Elena.

Pero seguía y sigo pensando que algo hay que hacer. ¿Convertir su taller y biblioteca en un centro de arte con su nombre para que sea una referencia imborrable en el tiempo? Factible, pero por supuesto depende de la voluntad de quienes pueden hacerlo y patrocinarlo, a quienes les sugiero esta idea, que les doy como recuerdo y reconocimiento de una de las mejores personas que he conocido, por su calidad humana, su calidez y una sencillez que, siendo grande sin querer serlo, te hacía sentir que era uno más.

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