El 11 de septiembre de 1714 la gran metrópoli catalana, Barcelona, debió rendirse ante el asedio de las tropas de los Borbón. Fecha para entristecer a quienes sueñan con la independencia de Cataluña, pero que, cosas de lo humano y catalanes, ha venido convirtiéndose, desde fines del siglo XIX, en una fiesta no de conmemoración de una derrota, sino en la ratificación independentista.
Por encima de los variados eventos de la historia española, la pérdida de su imperio mundial, aquel donde en el siglo XVI nunca se ponía el sol, la decadencia de la monarquía absoluta, caída de la republicana con Alfonso XIII, la sangrienta y brutal guerra civil, la dureza centralista y anticatalanista de los 40 años de franquismo, la transformación de España en una monarquía constitucionalista con un rey de familia hispano-francesa que ni siquiera nació en España, todo eso pasó, y el catalanismo sobrevivió, creció, se fortaleció. Incluso el idioma, erradicado de los programas de estudio por cuatro décadas, se mantuvo. Hoy no todos lo dialogan, pero se habla, lee y escribe fluidamente; los catalanes modernos son, casi todos, bilingües catalá-español, e incluso trilingües: catalá-español-francés.
Los catalanes no le dicen “catalán” a su idioma, sino “catalá”, tal como al gobierno autonómico lo llaman “govern” y a la administración ejecutiva “generalitat”. El presidente de la Generalitat es “president” y los policías son “mossos d’squadra”. A Barcelona sí le dicen Barcelona y a Messi, que es argentino, Messi, pero esa es otra historia.
Con unos satisfechos con el reconocimiento de comunidad autónoma en la Constitución democrática aprobada tras la muerte del dictador Franco, legislación que reconoce a plenitud las autonomías que conforman España, costumbres, peculiaridades e incluso idiomas –aunque mantiene el castellano como oficial–, y otros insatisfechos convencidos de que Cataluña debe ser independiente, Catalunya –como la escriben– sigue siendo una región fundamental de España, centro de extraordinaria proyección cultural, región agrícola e industrial de importancia capital, incluso en Europa.
En los últimos años, durante el gobierno centrista del Partido Popular, y hoy bajo el gobierno del PSOE que no termina de consolidarse, el sentimiento independentista catalana ha crecido y pasado por diferentes fases. Rajoy se enfrentó con todos los recursos constitucionales, judiciales y policiales al creciente intento de independentismo que prosperó especialmente en Barcelona. Pedro Sánchez no parece muy claro en lo que hay que hacer, aunque exista un PSOE catalán que es el Partido Socialista de Catalunya (PSC) con no excesivo éxito, pero sí cierta fortaleza apoyado en la nacional cuya principal fuerza está en la región que más inmigrantes lleva a Catalunya, Andalucía.
En nuestra opinión –no somos catalanes, más bien de raíces italianas– a los líderes que hicieron de la independencia una bandera y oportunidad política se les fue la mano. No supieron hacer, pretendieron encender mechas peligrosas con recursos emocionales. Quisieron ser héroes y algunos terminaron en la cárcel.
No es hoy tan sencillo el independentismo, Cataluña no es Gran Bretaña y tampoco es que quiera o no salirse de la Unión Europea, sino que como país independiente ni siquiera podrían entrar en ella, serían considerados rebeldes subversivos contra un miembro de la UE y no les permitirían el ingreso salvo que fuese pedido oficialmente por la propia España, que no lo hará.
Hay otros problemas y es la interconexión de la economía española actual, que produce insumos procesados industrialmente en Cataluña, por ejemplo, y la importancia enorme del mercado español para los productos catalanes.
La concentración de la Diada sigue siendo de enorme importancia, 600.000 personas no son cualquier cosa, pero hace apenas un par de años reunían a casi 2 millones de personas, que es mucho reunir. La Diada de 2019 pareciera ser no solo síntoma de que la emoción continúa, pero las aguas se calman en Cataluña –Catalunya– sino que en esta España europeísta de hoy, que ya no responde a aquel viejo y despectivo refrán francés que aseguraba que Europa comenzaba en los Pirineos –de la frontera entre España y Francia hacia arriba–, aunque sigan el fútbol, toros, Corte Inglés y sus rebajas de temporada, algo que puede ser mucho está cambiando.
Ya veremos si para bien o para mal.
@ArmandoMartini
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