Se dice que las crisis son las ocasiones donde se resaltan las mejores y peores cualidades del ser humano. Si eso es la regla, Venezuela no ha sido la excepción.
Ante la continuada demostración de incapacidad gerencial del régimen cubano de Maduro, el país sigue siendo víctima de la más absurda situación que país alguno haya podio sufrir, una población diezmada por los gerifaltes rojos y sus fechorías, que por haberse embadurnado insaciablemente de los fondos públicos dejaron a nuestra gente en la total inopia, sin alimentos, sin medicinas, sin agua, sin luz y sin aplomo, hasta lograr un inusitado éxodo de la quinta parte de la población.
Estadísticas espeluznantes han sido publicadas por las instituciones más serias imaginables, como la Organización de las Naciones Unidas, dando cuenta de los niveles de pobreza tan increíbles para un país que posee ingentes riquezas naturales y condiciones potencialmente óptimas para el desarrollo de grandes industrias, agricultura y ganadería para nuestro autoabastecimiento y un factor humano, otrora envidia de pueblos vecinos. ¿Qué han hecho para lograr convertir la tierra que antes fue confundida con el Paraíso Terrenal y bautizada Tierra de Gracia en un erial enchiquerado, triste y oscuro?
Afortunadamente en ese negro episodio por el que discurre nuestra patria hoy también surgen estrellas, y muy luminosas por cierto, cuyas luces superan en mucho la negrura de las horas menguadas que ha gestado el bolivariano siglo XXl y su distorsionado jefe. Son esas personas que actúan impulsadas por las mejores fibras del ser humano, esas cuyo cuerpo está hecho de solidaridad y su alma de amor puro. Son héroes silentes y discretos que no buscan recompensas ni reconocimiento, son protagonistas de historias dignas de recoger en el libro más fundamental para las futuras generaciones.
Son esos maestros que han decidido no doblegarse ante la ignorante vorágine que cierra las aulas, y ellos, valientes comprometidos con nuestra juventud dictan sus clases en las aceras o cualquier espacio donde puedan impartir su saber de forma generosa.
Igualmente, no dejamos de admirar a los médicos y enfermeras que en lugar de resignarse a cerrar las puertas de sus clínicas, hospitales y consultorios, luchan contra viento y marea, se iluminan con linternas, con las luces de sus teléfonos celulares o hasta con velas, pero se mantienen fieles al juramento hipocrático y extienden la mano a los sufridos con el remedio más poderoso en esos momentos, la esperanza.
También destellan muchos vecinos que se transforman en la luz de la hermandad, allí donde hay un impedido para usar las escaleras, ha encontrado alguien que le lleve o traiga sus requerimientos, o simplemente una compañía en momentos de extrema angustia. Muchas son las historias de esa bonita fraternidad o hermandad solidaria.
Si, son muchas las muestras que no todo es negro en esta Venezuela, que la luz de quienes respetan a sus prójimos triunfarán pues, al final del camino los seres humanos siempre buscan su libertad y con ella la justicia.
Este es el fuego que nos ilumina y la luz que nos guía. La oscuridad de la tiranía será superada por ese luminoso ejército de seres de buena voluntad. La poeta Ángela Figuera escribió un breve rezo que hoy cantamos unidos:
“Porque nací y parí con sangre y llanto;
Porque de sangre y llanto soy y somos,
Porque entre sangre y llanto canto y canta,
Creo en el hombre”
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