A más de dos meses de iniciadas las conversaciones, y eventuales acuerdos, entre el régimen chavista y las fuerzas democráticas –promovidos por Noruega con el beneplácito, sobre todo de la Unión Europea– no hay avance alguno. No se trata de que las conversaciones estén estancadas, sino que las mismas fueron suspendidas sine die por el chavismo.
En su momento señalamos que las fuerzas democráticas no debían (por conveniencia del país) sustraerse a ese nuevo intento de buscar una salida negociada, pacífica, institucional y electoral a la crisis de poder existente. Al igual que otros, también advertimos que esas conversaciones no podían ser a tiempo indefinido.
No debería sorprender la actual situación, lo nuevo es que el chavismo ha buscado ganar tiempo (su estrategia nada oculta) jugando la carta de prolongar en el tiempo las conversaciones parándose de la mesa, pero dejando la puerta abierta a un eventual regreso. Actitud que busca confundir, sobre sus verdaderas intenciones, tanto a los promotores de las conversaciones como a las fuerzas democráticas.
Es evidente la disposición del gobierno de Maduro de rehuir cualquier compromiso que ponga en riesgo su continuidad en el poder.
El chavismo se permite tal actitud por considerar que ni la magnitud ni la fuerza de la oposición nacional e internacional amenazan seriamente su gobernanza y gobernabilidad. Tal cálculo no luce del todo descaminado, aunque puede que sobrestimado.
Internamente hay una crisis pavorosa que genera una impopularidad y desafección ampliamente mayoritaria con el régimen y un correlativo deseo de cambio de gobierno. El asunto es que no hay (por ahora) un nivel de convulsión sociopolítico de tal magnitud que amenace seriamente la cohesión de los sectores de poder fácticos que sustentan al régimen y ponga en riesgo la estabilidad del gobierno.
En el campo internacional los Estados y fuerzas que abogan por un cambio de régimen en Venezuela (particularmente Estados Unidos y la Unión Europea) no han logrado la necesaria convergencia para consensuar una hoja de ruta lo suficientemente eficiente para lograr el objetivo común. Las democracias están obligadas a superar con urgencia tal déficit de acuerdo. Además, en los últimos tiempos se han producido ciertos cambios favorables al chavismo en este campo: el muy probable regreso del peronismo al poder en Argentina, el regreso de un sector de las FARC a la lucha armada (de imprevisibles consecuencias) y el mayor involucramiento de Rusia en apoyo al régimen; cambios que no inclinan decisivamente la balanza pero son un estímulo al inmovilismo chavista.
Ante este panorama, el realismo político parece indicar a las fuerzas democráticas que no están dadas las condiciones para que aun volviendo el chavismo a las conversaciones, estas evolucionen a las negociaciones necesarias para abrir la puerta a la superación de la grave situación venezolana.
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