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En defensa de la libertad de expresión

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?La prensa es la vista de la nación. Es con ella que la nación observa lo que le pasa de cerca y de lejos, que divisa lo que le hace mal, que escruta lo que se le oculta y traman…?. Fue por creer en esas palabras del eminente jurista brasileño Ruy Barbosa de Oliveira que, en la tribuna de la Cámara Nacional de Brasil, he protestado, en marzo de este año, contra el proyecto autoritario de control de la prensa que propuso el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).Dirigí mis palabras al entonces ministro de Comunicación, Ricardo Berzoini, que estaba delante de mí en el pleno de la Cámara Nacional. Como representante del pueblo brasileño, contesté ese nefasto proyecto cuyas raíces están hincadas en el suelo de la entidad internacional a la cual el gobierno del PT se somete ilegalmente: el Foro de São Paulo. Utilizando como ejemplos acciones idénticas adoptadas por otros integrantes de esa entidad antidemocrática ?los Kirchners, en Argentina, y Maduro, en Venezuela?, señalé la real intención del proyecto: restringir la libertad de expresión y, por lo tanto, la democracia.Mi protesta repercutió en todo Brasil. El columnista Felipe Moura Brasil, del sitio web Veja.com, publicó un video de mi pronunciamiento en su blog que se hizo viral en las redes sociales. Recibí un gran número de mensajes que me felicitaban por la defensa de la libertad de expresión. Pero lo que más me impresionó fueron las repetidas protestas de los ciudadanos brasileños, que no conseguían entender la tardanza de nuestra sociedad en darse cuenta del peligro de la subordinación del Estado brasileño al PT y al Foro de São Paulo.Esos cuestionamientos evocaron en mi memoria la Berlín de los años treinta del siglo XX, cuando la Alemania recorría la ruta que la iba a llevar a la pesadilla nazista. De ese período histórico quedó la lección primordial de que no es prudente aguantar gobiernos que no se pauten en los tres valores fundamentales: el derecho a la vida, a la libertad y a la justicia. Como la historia nos ha enseñado, la escogencia por el apaciguamiento que hicieron la sociedad alemana y la mayor parte de los líderes internacionales resultó en uno de los episodios más terribles y lamentables del siglo XX.Creo indiscutible que no hay angustia mayor para el ser humano que percibir, día tras día, la extinción de su libertad. Y lo que es peor: ¡sin poder reaccionar! Fue eso lo que pasó en Alemania. Y es por creer en eso que los mensajes que he recibido de los ciudadanos brasileños me han conmovido profundamente. Ellos representan la desesperación de una víctima que, atada a  la vía, oye el ruido del tren que se aproxima.¿Por qué el pueblo brasileño ha tardado tanto en percibir los daños que el PT ha causado, y causa, a Brasil? ¿Por qué no hemos tenido el coraje necesario para enfrentar al PT? Mi respuesta a esas preguntas es que, durante estos últimos 12 años, el PT ha logrado, de manera fraudulenta, monopolizar las virtudes morales de nuestra sociedad. El PT es una caricatura disimulada que propaga una ética y honestidad que ahora percibimos ser imaginaria. La sociedad brasileña, aprisionada en la caverna platónica por el PT, apenas veía las sombras engañadoras proyectadas por ese partido. Ahora, por fin, empieza a ver la luz.Nada hay que sea más pernicioso a un país que el cinismo disfrazado de honestidad. El PT, personificado en la figura de Lula, se ha revelado una gran farsa. Hoy, afortunadamente, nuestro país se ha dado cuenta de la grave crisis económica, política y moral creada por el PT y sus integrantes. Cuando un gobierno pierde popularidad, debemos empezar a preocuparnos. Pero cuando a esa pérdida es añadida la falta de credibilidad, se encienden todas las señales de alerta. ¡Algo hay que hacer!Las instituciones brasileñas fueron innegablemente atacadas en los últimos 12 años. La libertad individual fue cuestionada y nuestra cultura tradicional violada. Nuestra tarea es ardua. Nuestras dudas incontables. El Brasil, así como Venezuela, vive un momento de gran incertidumbre. Antes de plantear respuestas incompletas, es fundamental hacer las preguntas correctas. En un país que se ha acostumbrado a no preguntar, eso ya es un gran hecho. Por ahora, solo me atreveré a, humildemente, dejar las respuestas con el señor de la razón: el tiempo.

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