Con mirada de concentración y una sonrisa tímida en el rostro, Cao Xueting distribuye los platos a los comensales en las mesas del restaurante donde trabaja. Lo hace en silencio, de forma tranquila pero resuelta, y cuando estos le preguntan por el menú, rápidamente dirige sus ojos hacia unas tarjetas de colores.
Las estampas son de lo más variadas: desde añadir agua a la sopa del «hot pot» hasta pedir la cuenta, estas «cartas-guía» permiten romper la barrera comunicativa entre los clientes y los miembros del servicio del local, integrado exclusivamente por personas sordas.
«Fue un amigo quien me enseñó este sitio. Aquí siempre hay mucha gente y es un muy buen negocio», afirma a Efe la joven Cao, de 21 años de edad, a través del lenguaje de signos.
Situado en el distrito artístico 798, en el noreste de Pekín, el Forgive Barbecue es uno de los pocos restaurantes de China con camareros con discapacidades auditivas, quienes a través de dichas tarjetas y de sencillas expresiones faciales pueden desempeñar su labor con total normalidad.
Allí, Cao forma equipo con otros tres compañeros, también sordos, con quienes se distribuye la rutina habitual de cualquier restaurante: atender, servir, cobrar por el servicio y limpiar, que son las tareas que se reparten entre los cuatro, organizándose para ello a través de señas y gestos corporales.
El establecimiento abrió sus puertas hace ya dos veranos, cuando su impulsora, de nombre Lu Lu, decidió cambiar el cuidado de niños con necesidades especiales por un proyecto con el que puede «integrar» a las personas con discapacidad.
«En China, muchos niños con discapacidad no encuentran un buen empleo al hacerse mayores. Decidí abrir el restaurante no para convertirlo en un fenómeno de ventas, sino para ayudarles a construir su psicología y darles un sentimiento de pertenencia», afirma.
Antes de entrar a trabajar, todos los camareros -cuyas edades van de los 20 años de edad a los 30- pasaron por un «entrenamiento» de varios meses, en en el que además de aprender las tareas del día a día también ganaron confianza en sí mismos.
«El verdadero desafío está dentro de ellos. Estas personas tienen una psicología mucho más delicada, viven dentro de su mundo y a menudo no se relacionan con otra gente, por lo que es necesario empoderarles», subraya Lu.
Del techo del restaurante cuelgan unos carteles con instrucciones básicas sobre cómo pedir comida, solicitar la cuenta o dirigirse a los camareros, acompañados de dibujos con los gestos más básicos del lenguaje de signos.
Al fondo, una pared aparece repleta de cientos de cartas de color rosa, con notas que alternan la gratitud por el buen servicio y la comida con ánimos y mensajes de apoyo.
Detrás del mostrador, ataviada con un uniforme negro y con vista panorámica del local, está Xing Fangyuan, una joven de 26 años de edad que se encarga de hacer de puente entre los clientes y los camareros cuando surgen dificultades.
«Al principio no sabía muy bien cómo trabajar con ellos, pero he ido aprendiendo poco a poco. Son muy simpáticos y tampoco dan mucho trabajo», reconoce Xing, quien tuvo que aprender el lenguaje de signos al empezar a trabajar en el local como supervisora.
En cuanto a los clientes, sus rostros varían desde la perplejidad inicial a una creciente sensación de curiosidad, la misma que lleva a muchos, como a Yang Feifei, a repetir la experiencia una segunda vez.
«Los platos están muy ricos y el servicio es excelente. No noto ninguna diferencia entre este y otro tipo de restaurante», señala a Efe Yang, de 19 años de edad, quien admite que ahora comprende mejor la realidad de las personas con discapacidad.
De cara al futuro, Lu planea abrir otra media docena de restaurantes de este tipo en Pekín, de los cuales al menos uno incluirá una pequeña «sala experimental» en la que los comensales podrán sentir lo mismo que una persona sorda.
Todo con la intención, recuerda, de contribuir a la integración de las personas con discapacidad del país asiático.
«En China tenemos un viejo proverbio que dice que ‘es mejor enseñar a pescar que dar pescado’. Queremos ofrecer justicia y una plataforma para que toda esta gente pueda desarrollarse, trabajar y esforzarse», concluye Lu.
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