Por más impacientes que estemos, tenemos que entender que el cese de la usurpación que dará paso a un gobierno de transición es un proceso largo y complejo.
Los que permanecemos en Venezuela sentimos que vivimos los capítulos finales de una pesadilla con más de 20 años. Capítulos que se prolongan y agobian. Aunque sea un lugar común, hay que repetirlo: nadie dijo que iba a ser fácil. Estamos lidiando con una dictadura que se sostiene en el crimen organizado, el narcotráfico y el terrorismo. Por eso el ciudadano común, ahogado por problemas básicos e irresolutos a los que cualquier ser humano tiene derecho –alimentación, servicios básicos como el agua, la luz, la salud y la seguridad– está clamando por una ayuda militar extranjera, que no es viable si la Asamblea Nacional no le pone la estocada final a la agonía y aprueba el 187.11 constitucional.
La gente ha demostrado que no se deja paralizar por el miedo, lo constatamos el sábado pasado en Caracas cuando el pueblo se volcó a la calle aclamando a Juan Guaidó, apoyando su cruzada por la libertad.
La gran convocatoria de Guaidó puso a los usurpadores nerviosos. A pesar de campañas sucias y operaciones psicológicas para alimentar el desaliento, el presidente interino se muestra más fuerte que nunca. Las acciones de la espuria asamblea nacional constituyente para encarcelarlo resultaron inútiles, porque incrementó un abrumador sentimiento de solidaridad hacia el depositante de la esperanza colectiva.
El régimen está en fase terminal, las sanciones económicas de Estados Unidos lo tienen haciendo malabarismos, por eso Maduro suplicó el sábado un diálogo con la oposición y lo hizo con desesperación, se trata de otra patraña que cuenta con el auxilio de gobiernos cómplices, como el de Uruguay y del trasnochado presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, que así como sale a exigirle al rey de España que pida perdón por los abusos de la Conquista hace más de 500 años, se ofrece como mediador “confiable” para establecer un diálogo en Venezuela, que solo impediría la salida de los dictadorzuelos. Sentar a Guaidó en una mesa de diálogo que la mayoría repudia lo liquidaría.
Pero Juan Guaidó no pisó el peine y afirmó que “el único diálogo es la salida de Maduro”. Así que la ruta trazada para el cese de la usurpación cuenta con el apoyo que podamos dar en la calle, por supuesto que esa presión no es suficiente para echarlos del poder, está más que demostrado que no saldrán por las buenas, que ellos están dispuestos a morir con las botas puestas, atrincherados en las guaridas del Fuerte Tiuna. Por eso es necesaria y urgente la cooperación de la comunidad internacional y una ayuda militar para salvar al país y reconstruirlo.
A la Asamblea Nacional le corresponde cumplir el mandato constitucional del artículo 187, numeral 11 para liberarnos del mismo destino que ha tenido Cuba, con una dictadura a perpetuidad. Quienes solo han producido ilusiones fallidas, ruina, odios y violencia saben que su salida no se hará con el auxilio de unas hermanitas de la caridad sacadas de un convento.
El canciller Arreaza acaba de revelar cuáles son sus métodos al expresar que son “expertos en operaciones de guerrilla”, de esa forma burlarán las sanciones estadounidenses a los cargueros que transportan el petróleo que los gobiernos de Chávez y Maduro regalan a Cuba, no para sacar al pueblo cubano de sus grandes privaciones sino para lucrar a la alta nomenclatura comunista que lo comercializa.
No podemos tirar la toalla, el régimen apuesta precisamente al desgaste de Guaidó. La única arma de los ciudadanos es nuestra voz y la protesta. El que se cansa pierde.
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