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Nuestra Alícuota

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Comienza el desarrollo de estas líneas justo en medio de un nuevo apagón, por supuesto con corte del servicio de Internet incluido, y como corresponde, también sin agua y como viene ocurriendo en estas circunstancias, con la señal del celular caída o intermitente. No se garantiza entonces el tono final de esta entrega, pero se hará el mejor de los esfuerzos por mantener la debida sindéresis, tomando sobre todo en cuenta que, al momento de publicarse, será el día Martes de Semana Santa, que es cuando se recuerda la anticipación que hiciera Jesús de la inminente traición de Judas y de la dolorosa negación que de él haría Pedro, época en la cual el mundo cristiano es llamado a la reflexión. 

Explicar lo que acontece en Venezuela en materia de servicios básicos al ciudadano común del mundo civilizado, moderno, urbano y occidental, es un esfuerzo titánico, pues solo les es posible imaginar tal calamidad como el resultado de las fuerzas catastróficas de la naturaleza, pero jamás como el producto de la desidia, indolencia, ignorancia y corrupción de los actores de un desgobierno a quienes teóricamente les corresponde velar más bien por el bienestar de un país como en el caso venezolano. Es así como hasta allí pareciera fácil escurrir el bulto y responsabilizar a una gestión que tiene ya más de dos décadas al timón de todos nuestros males, achacándoles todo cuanto ocurre; pero justamente, en medio de la Semana Mayor y mientras transitamos hacia lo que potencialmente se avista como un cambio en un país inmensamente cristiano como el nuestro, sería irresponsable no detenernos a realizar un ejercicio reflexivo sobre como llegamos al punto donde un puñado de bandidos acabó con nuestra calidad de vida y secuestró nuestro futuro. 

En nuestra reflexión revisionista podemos ir tan lejos como queramos y comenzar inclusive discutiendo sobre la impronta genética impresa en nuestro carácter por nuestros antepasados colonizadores; sin embargo, hoy es suficiente comenzar con el fatídico día de Diciembre de 1998, donde la mayoría de la población sucumbió a los cantos de sirena populista de Chávez y sus acólitos, para marcar un buen hito de donde comenzamos a fallar en el ejercicio de nuestra ciudadanía y establecer entonces nuestra primera cuota de responsabilidad, pues fue allí donde sin resistencia y más bien con euforia y la esperanza de millones, se le entregó el garrote al ciego. Pero 1998 fue solo la punta de un iceberg que como tal se iría descubriendo más abajo en toda su inmensidad en los años subsiguientes, cuando nos hicimos parte de la comparsa, sumándonos a la golilla propuesta desde un modelo de gobierno cuyo único destino posible era el más estrepitoso fracaso.

No faltará quien afirme que bajo ninguna circunstancia se sumó al golilleo populista de las dos últimas décadas, pero para muestras unos pocos botones… ¿Acaso hemos visto por ejemplo una protesta porque literalmente nos regalen la gasolina, el agua, el gas, el aseo urbano, el servicio telefónico, la Internet o el servicio eléctrico? Confieso no haberla visto y fuera de los expertos que han advertido desde hace rato de la inconveniencia y consecuencias de tal ofrenda irresponsable, en general hemos hecho mutis, mirado hacia un lado o nos hemos hecho los pendejos ante semejante golilla. El resultado, simplemente inevitable y hoy pagamos con creces con el colapso de todos esos servicios, el hecho de que no hayamos hecho nada y más bien hayamos participado en el robo a nosotros mismos. Si, el robo, pues cuando PDVSA importa gasolina y la paga a sus proveedores a precio internacional y luego la “regala” en Venezuela y llenamos los tanques pagando al bombero de propina cien mil veces más su valor nominal, es decir, recibiendo el regalo sin chistar, dejamos que nos roben, facilitamos el robo y participamos en el robo.

¿Hemos pensado cuando nos cortan el agua, que no tenemos la mínima idea de cuanto pagamos por el suministro de ese vital líquido? Pues bien, cuando escuches o te toque pagar los precios exorbitantes que cobran por una cisterna de once mil litros para aliviar tus penas, recuerda que te han venido regalando tan preciado servicio desde hace bastante rato y que algún día, de una forma u otra, lo tienes que pagar.

¿Nos hemos detenido a revisar el monto de nuestra factura CANTV? ¿No resulta fácil concluir que nuestra precaria “banda ancha” tiene allí su explicación?

En fin, luego de la evidencia abrumadora de los hechos demostrando que lo barato sale caro, ¿habremos adquirido conciencia a estas alturas que tenemos que pagar los servicios que disfrutamos para así exigir con fuerza la debida rendición de cuentas?

Así las cosas, cuando contamos al ciudadano común del mundo civilizado, moderno, urbano y occidental, lo que pagamos en Venezuela por cualquiera de los servicios básicos, el caos para ellos comienza a tener sentido. Hay una máxima que aplica a cualquiera de los aspectos de la vida, y es que cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad, generalmente no es verdad; y en nuestro caso, tanto regalo, tanta dádiva, tanta golilla, era insostenible y su resultado, el caos y el colapso, solo era cuestión de tiempo.

En la nueva Venezuela, al contar con un gobierno responsable y decidido a enrumbarnos a la modernidad, tendremos como ciudadanos la tarea de advertir y rechazar caer en la nefasta tentación del populismo. ¿Difícil? No hay duda, pero he allí la responsabilidad que nos toca para que no se repita la pesadilla.

Aprovechemos entonces estos días para reflexionar sobre nuestro papel en esta historia. Asumir sin complejos nuestra alícuota sin escurrir el bulto, nos ayudará a ser responsables, a romper el círculo vicioso del culto al líder mesiánico que generalmente es populista y nos dará la fuerza interna necesaria para mantenernos firmes en el compromiso de cumplir la ruta propuesta con éxito, que no olvidemos, no es otra que alcanzar el cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

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