El fuerte dispositivo policial desplegado por las autoridades francesas y la aplicación de la nueva doctrina de seguridad, en particular las detenciones preventivas, limitaron este sábado los disturbios durante la vigésima tercera jornada de protesta de los llamados chalecos amarillos.
Se trataba de una fecha marcada en rojo por los autoproclamados portavoces del movimiento que comenzó en noviembre pasado y que, con altibajos, no ha dejado de protestar cada sábado desde entonces, con reivindicaciones heterogéneas.
En medio de la Pascua cristiana, con un lunes festivo por delante en Francia, los chalecos amarillos habían dado un ultimátum al Ejecutivo de Emmanuel Macron, que debió retrasar el anuncio de las medidas para calmar su ira el pasado lunes a causa del incendio de la catedral de Notre Dame.
La cita de los manifestantes se había dado en París, ciudad donde en el pasado han marcado las páginas más violentas de su movimiento protestatario.
En ese contexto, en previsión de que se repitieran las escenas de guerrilla urbana del pasado 16 de marzo, cuando Macron se vio obligado a interrumpir un fin de semana de asueto en una estación de esquí, las autoridades multiplicaron las precauciones.
El despliegue policial fue inmenso y desde primera hora de la mañana se hicieron casi sistemáticos los registros de toda persona que se acercaba a lugares sensibles.
Más de 10.000 personas fueron cacheadas, casi 200 detenidas y la mayor parte de ellas llevadas a dependencias policiales, algo que les permite la nueva normativa aprobada por el actual gobierno.
El final de la manifestación parisiense estaba fijado en la céntrica plaza de la República. Mientras que los primeros minutos se desarrollaron con normalidad, con eslóganes en contra de Macron y llamamientos a la revuelta popular propios de los chalecos amarillos, a medida que se aproximaban al final crecía la tensión.
Como novedad, los manifestantes incorporaron críticas a las grandes fortunas del país que han prometido donaciones millonarias para restaurar Notre Dame y a quienes reprocharon no tener la misma generosidad con los problemas sociales del país.
«Gracias por acordaros de Notre Dame, pero no os olvidéis de Los Miserables», se leía en una pancarta que recordaba dos de las más célebres obras de Victor Hugo.
En los aledaños de la plaza de la República, grupos de radicales comenzaron a destruir mobiliario urbano y escaparates comerciales, además de incendiar varios vehículos.
Las fuerzas del orden respondieron lanzando gases lacrimógenos y pelotas de goma para dispersar a los violentos, lo que generó disturbios y enfrentamientos.
Una vez reunidos todos los manifestantes en la plaza de la República, los antidisturbios pudieron controlarles de forma más clara, lo que no evitó algunos enfrentamientos.
El resumen fue que la jornada se saldó con menos disturbios que el pasado 16 de marzo, algo que fue aplaudido por el presidente de la asociación de comerciantes de París, François Palombi.
«Nos congratulamos de que, por fin, el gobierno se haya tomado en serio el asunto», declaró a la televisión «BFMTV», y destacó que las constantes protestas de los chalecos amarillos y los actos violentos asociados han provocado un hundimiento de sus ventas.
Como en París, en el resto del país también registraron manifestaciones pacíficas, solo alteradas por algún disturbio puntual.
El Ejecutivo, que había previsto la llegada a la capital de unos 2.000 radicales violentos, se congratuló del funcionamiento de su dispositivo de seguridad.
Poco más de 10.000 personas se manifestaron en todo el país, la mayor parte en la capital, lo que supone cifras muy similares a las de los últimos días, según sus datos.
Macron tiene previsto desvelar el próximo jueves las medidas adoptadas para responder a las demandas de los chalecos amarillos. Tras haber anulado el pasado lunes el discurso en el que iba a hacerlo, lo hará en una conferencia de prensa en el Elíseo, la primera en solitario desde que accedió al cargo hace casi dos años.
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