La verdad no trata solo sobre la conformidad entre lo que una persona manifiesta y experimenta, piensa o siente. Tampoco la verdad versa solamente sobre la coincidencia entre la afirmación y los hechos que se observan. La verdad no es la fidelidad absoluta de una idea o la honestidad, la buena fe y la sinceridad humana en general.
Así las cosas, y por suerte, la verdad como concepto no posee una única definición en la que estén de acuerdo los estudiosos de las teorías sobre la verdad. Es tarea ardua saber los elementos que constituyen a la verdad: los criterios con que la podríamos definir, lo subjetivo, lo objetivo, lo absoluto y lo relativo de ella.
Aun cuando “la verdad” es compleja, resulta asombroso que tanto en la política como en el discurso político se asuman las ideas como “verdades”, y peor que eso, verdades casi que absolutas. Y posiblemente ello sirva para comprender el porqué resulta tan simple asistir al nacimiento de nuevos mesías de la política, algo así como los “salvadores de la patria”.
¿A qué viene todo esto?
La situación política actual venezolana tanto desde adentro como desde afuera es abordada por la política, los políticos y demás analistas, como si se tratara de un estado de cosas en el que la norma y las reglas han sido devastadas por una ola de caos comandada por la ideologización y el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda. Si a esto se le suma la destrucción del aparato económico y las consecuencias sociales y niveles de pobreza alcanzados en el país, no debería asombrar que las maniobras políticas internas y externas estén activadas de forma desordenada e incoherente en nombre de la salvación de Venezuela. En medio de este caos político “la verdad” como imperativo de la acción política es utilizada para convencer y generar expectativas, las cuales aun pudiendo ser ciertas, carecen de legitimidad a la hora de ser catalogadas como las posibles soluciones estructurales ante la crisis que vive el país.
Aquí pareciera estar el problema de fondo de toda la oposición política como alternativa de gobierno.
Los acontecimientos ocurridos particularmente desde 2017 hasta la fecha han dejado al descubierto la ineficiencia de la estrategia de la oposición venezolana. La cual, no necesariamente, es consecuencia de los desacuerdos, los intereses políticos y económicos, la ignorancia o la subestimación de la fuerza política y militar que posee el régimen que gobierna.
Uno podría a estas alturas concluir que el problema del país –si lo vemos desde el ángulo de la acción política– es el propio sistema político que ha sido estructurado y desarrollado históricamente y sin límites por la renta petrolera. Y es que, si uno se basa en el discurso y la acción política de estos últimos veinte años, puede uno constatar que se configuran elementos para afirmar que la sociedad venezolana nunca ha sido una estructura política y social con fuerza propia y en consecuencia no puede actuar y consolidarse con acciones independientes de los partidos políticos. La sociedad venezolana no cuenta con direccionalidad propia, si esta no es propiciada por los partidos políticos. Es un tipo de sociedad atrapada en una cultura política que no es reacia al facilismo y al populismo y que pierde fuerza de ser una amenaza real hacia un cambio de gobierno, el que sea.
La sociedad venezolana no está integrada a la realidad económica y el cambio social que campea en el mundo y que está definiendo por todas partes nuevos tipos actores políticos.
La renta petrolera se ha comportado tal y cual lo hace una “metástasis”; ha destruido hasta lo básico de la intelectualidad, que es que en medio de los desacuerdos se debe utilizar la inteligencia de forma colectiva para colocarla al servicio de un país. Hoy asistimos a una falsa intelectual tanto al interno como al externo que se consume a sí misma por el protagonismo y la arrogancia.
De manera que, lo que parece ser una alternativa real y dado que no está conformada una estructura social con fuerza propia y menos dependiente de la acción política, es la aparición de una clase de políticos e intelectuales deslastrados de la renta petrolera; una clase política que, en medio de un país inundado de petróleo y minerales, comience su escalada visualizando y estableciendo acciones en conjunto con la sociedad con base en un país que ya dejó de existir y que ya no tiene nada. La construcción de Venezuela en algún momento deberá ser aquella que fomente una nueva cultura política sustentada en el mundo real y no en el mundo ficticio.
Venezuela debe casi que cambiarse el nombre por dentro; actuando para asistir a los pobres y desaparecer la injusticia y la inequidad con base en el trabajo productivo y fomentando la inteligencia y la educación del nuevo tiempo.
Es obvio que ello requerirá de una clase política que el país no posee y que seguramente no nacerá todavía, pero que tendrá que surgir del caos en el que la verdad se presenta solo como circunstancial y muy relativa.
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