En el fondo, todo se resume allí. Ese es el meollo de todo, es decir, del porqué los jerarcas de la hegemonía están dispuestos a todo con tal de preservar el poder. No les importa un ápice la situación calamitosa del pueblo venezolano. Al contrario, no faltarán los cínicos que sostendrán que el empobrecimiento masivo de la población la hace más dependiente de la hegemonía. Y lamentablemente para Venezuela, tendrán, al menos, algo de razón.
Menos les importa toda la cacofonía bolivariana. No creen en eso. Nunca han creído en eso. El predecesor le supo sacar partido a la temática seudo-histórica, pero los demás tenían otros ídolos a quienes rendir tributo. La comandita revolucionaria no se hizo plutocrática o millardaria, de la noche a la mañana, o por casualidades de la vida. No. Para esta gente, el despotismo y la depredación son dos caras de la misma moneda.
Los valores de la cultura democrática venezolana, que tanto costó ir formando a tantas generaciones, les suscitan un profundo desprecio. La democracia, sobre todo entendida como sistema de libertades, pluralismo y alternancia, les da nauseas. De la boca para afuera, puede que disimulen, pero para sus adentros se burlan de ella y se ufanan de haberla destruido.
El estado de derecho les parece una ridiculez. Y atenerse a unas leyes que no les beneficien, lo consideran una debilidad escandalosa. Para los capitostes de la hegemonía, el poder es para mandar a sus anchas, sin limitaciones leguyelas ni separación de poderes, ni nada de esas boberías de los políticos o los sabihondos. Se complacen en representar esa noción primitiva y barbárica del poder. En verdad, no conciben otra.
Ah, pero ahora tienen un problema que no tenían antes. Se les volteó el pueblo que tenían, cansado ya de tanta mentira, y sin la capacidad persuasiva del predecesor, de quien salió gran parte de la narcótica manipulación del siglo XXI. La abrumadora mayoría de los venezolanos rechaza a la hegemonía, así algunos encuestadores hagan maromas para tratar de maquillar la realidad. Esa mayoría quiere que haya un cambio político de fondo, y eso pasa, inexorablemente, por superar la hegemonía.
Pero sus grandes beneficiarios no quieren saber nada al respecto. No se imaginan fuera del poder, o más precisamente, sin la impunidad que han tenido con su poder. Saben bien que han abusado hasta los extremos, y conste que la palabra abuso es completamente insuficiente para calibrar el daño que le han perpetrado al país. Si en Venezuela se pudiera construir un sistema de justicia, así fuera en lo básico, todas estas tropelías, atropellos, corrupciones y crímenes, tendrían que ser ventilados con justicia.
Y acaso no haya una perspectiva que le genere más aversión a la hegemonía, que la idea de una justicia verdadera. No por nada es que las últimas truculencias tienen que ver con “sentencias del TSJ”, con declaraciones interesadas de la Fiscal, con tejemanejes para continuar protegiendo lo que es la esencia de su proyecto de dominación: hacer lo que les de la gana, sin rendir cuentas a nadie. Pero el agravamiento de la crisis humanitaria, más las crecientes presiones de carácter internacional, también tensan los conflictos internos, y eso puede desencadenar unos acontecimientos de pronóstico reservado.
Pase lo que pase, una cuestión es segura: a la hegemonía lo único que le interesa es defender su poder o, más precisamente, su impunidad. Más nada.
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