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Las razones de Washington

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Cuba está detrás del horror venezolano. La isla aprendió de los soviéticos el arte de controlar a una sociedad, aunque 80% de las personas se oponga al sistema impuesto. Basta el 0,5% de la población adscrito a la contrainteligencia para conseguir la sumisión del conjunto. 

La gente obedece por temor, no por amor, y mucho menos por razones ideológicas. En Cuba y en Venezuela, como en todo el ámbito del socialismo del siglo XXI, del que solamente quedan Bolivia y Nicaragua, apenas existe un puñado de descerebrados que se crean las consignas marxistas-leninistas.

Pero el problema no es ese. Al fin y al cabo, no es la primera vez que una isla pequeña controla a una nación mucho mayor, más poblada y rica. Esa es la historia del Reino Unido y la India. El problema es a lo que se dedica la colonia, más allá de ser explotada por la implacable metrópolis cubana. 

La jefatura militar venezolana, encabezada por Nicolás Maduro, el títere elegido por La Habana, se dedica, primordialmente, al narcotráfico. De ese turbio negocio obtiene miles de millones de dólares. Mas ahí no terminan los compromisos venezolanos con el delito. Les prestan apoyo a los terroristas islamistas, a Irán y a todo aquel que diga estar contra Occidente. Es la manera que tienen de dignificar sus actividades delictivas. Las cubren con un manto ideológico “antiimperialista” de izquierda. 

Eso es lo que piensan John Bolton, Mike Pompeo, Elliott Abrams y los cubano-estadounidenses Marcos Rubio y Mauricio Claver-Carone. Nunca había habido una unidad de criterio tan consolidada en Washington. Todos saben lo que ocurre en Venezuela y no ignoran la importancia de Cuba como el poder detrás del trono.  

El problema es cómo enfrentarse a ese peligro. Han llegado hasta solicitarle a Raúl Castro que abandone su presa venezolana. Parece que ese era el mensaje que llevaba el príncipe Carlos en su sorprendente viaje a Cuba disfrazado de turista con su dulce Camila colgada del brazo. Es lo que Abrams les transmite a sus interlocutores de Cuba y Venezuela.

Pero es inútil. Cuba está dispuesta a pelear hasta el último venezolano. Primero, porque lo necesita desde un punto de vista material. El sistema impuesto a los cubanos –el “capitalismo militar de Estado”– es absolutamente improductivo y requiere adosarse a otra nación para que los sostenga y mantenga. Y, segundo, porque durante 60 años les ha dado resultado para controlar el poder y saben que sus adversarios cambian o se cansan. Todo está en mantenerse firmes en la misma posición.

Ante estos hechos, John Bolton, asesor de seguridad de Donald Trump, el 17 de abril pasado, en Miami, reveló las medidas que Estados Unidos adoptará contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, las tres naciones que hoy constituyen “el eje del mal”.

Como se sabe, Estados Unidos ha optado por sanciones económicas incluidas en la Ley Helms-Burton aprobada durante el gobierno demócrata de Bill Clinton. Esa ley, promulgada por el Congreso y el Senado norteamericano, viene a decir que cualquier país que haga negocios con Cuba, en transacciones que involucren a las propiedades de estadounidenses, confiscadas por la revolución comunista, pudiera enfrentarse a represalias y a demandas ante los tribunales norteamericanos.

Asimismo, limita las remesas y las visitas de los emigrantes cubano-estadounidenses a los niveles que tuvieron durante el gobierno de George W. Bush (hijo), e impone un periodo de seis meses sin atracar en Estados Unidos a los barcos que toquen previamente suelo cubano. Esa medida ya ha provocado el terror entre algunos armadores y la parálisis del tanquero Despina Adrianna en aguas venezolanas, originalmente destinado a Cuba.  

Realmente, esas son razonables medidas tácticas de mantenimiento de una semihostilidad, pero no necesariamente conducen al fin de las dictaduras de Cuba y Venezuela. Si lo que se pretende es liquidar esos gobiernos enemigos de Estados Unidos, se impone el desarrollo de una estrategia, sometida a un calendario, para lograr esos fines antes de las elecciones de 2020, cuando pudieran cambiar las tornas.

Para conseguir esos objetivos es importante alinear todos los factores esenciales, y eso solo lo puede hacer Estados Unidos si habla en serio cuando afirma que se “reserva todas las cartas”. Ningún actor internacional de primer orden (Canadá, el Grupo de Lima, la Unión Europea, la OTAN) le negaría a Washington su respaldo para eliminar a unos Estados forajidos dedicados al narcotráfico y a las conspiraciones antidemocráticas, y seguramente colaborarían en el empeño.

De lo contrario, si Washington opta por limitarse a enseñar los dientes y ser un “tigre de papel”, como teme y ha escrito Humberto Belli, el ensayista nicaragüense, no tiene sentido mortificar con más penurias a la sociedad cubana. En ese caso, Estados Unidos debe volver a la estrategia de contención: vigilancia, propaganda y denuncias precisas contra los transgresores de las leyes. Naturalmente, la pistola caribeña seguiría amenazando las cabezas de todos, como ha ocurrido a lo largo de seis décadas.     

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