Los profetas, los políticos, los encuestadores y los historiadores coinciden en que la crisis humanitaria que atraviesa Venezuela se agravará si la camarilla usurpadora sigue detentando el poder, sin importar cuántas veces visite el país Michelle Bachelet, la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos. Está a la vista que la ayuda internacional –sean alimentos, medicinas o abrigo en forma de tiendas de campaña– siempre es insuficiente y nunca su distribución será óptima. Los auxiliados lo viven. ¿Cuántos millones de dólares recibió el canciller José Vicente Rangel de países amigos para auxiliar a los damnificados de Vargas y qué pocos miles tuvieron ese fin?
Ningún país puede subsistir solo con ayuda humanitaria, mucho menos progresar. Son verdades de Perogrullo que se intentan ocultar debajo de un discurso falto de vuelo y generoso en ripios; de un programa de televisión en lo que más civilizado es el mazo de Trucutú con que amenazan, o de un sistema represivo en el que el asesinato y la tortura no son sustantivos vacíos de poetas herméticos. Con el actual régimen de ingeniería social, tenga el nombre que tenga y designen ministro o vicepresidente al propio san Miguel arcángel, la hambruna se agravará, aumentará la mortandad y el producto interno bruto seguirá en barrena hasta mucho más allá de la nada.
No se multiplicarán los panes ni los peces, tampoco los penes como se ilusionó el salsero ramplón de Cúcuta. La tragedia no se debe a que se fundió el motor de la economía o a que las circunstancias han impedido su arranque, es mucho peor: no hay motor, nunca lo hubo, y han destruido sin pausa y a toda prisa todo lo que encontraron, sobre todo la industria petrolera. A esta altura, con la botija vacía y bloqueados de todas las maneras sus movimientos financieros, insisten en hacer creer a los más desprevenidos que pronto construirán la sociedad perfecta que prometieron. Culpan de la demora al imperialismo y a los escuálidos. La dinámica socialista siempre culpa a los otros de los fracasos y delirios propios; sin embargo, cada vez encuentran más responsables de los “sabotajes” en las filas oficialistas, infiltrados contrarrevolucionarios.
Cuando decidieron no destinar más divisas a la compra de medicinas, cuando expropiaron hatos ganaderos en plena producción y sus gerentes se dedicaron a organizar parrillas y saraos, cuando arrasaron sembradíos con el cuento de que se violaba la vocación agrícola de las tierras y después sembraban arroz sin considerar la acidez de los suelos, cuando ahogaban cuanta empresa productiva se les antojaba, cuando a cuenta de los precios altos de petróleo endeudaron el país hasta el colmo para comprar sistemas misilísticos y plantas ensambladoras de fusiles y ametralladoras para quedarse con jugosas comisiones, cuando volaron el sistema de seguridad social para universalizarlo, sabían que estaban vaciando la piñata antes de caerle a palos. Nunca reconocieron su equivocación y, obviamente, nunca se propusieron rectificar o cambiar de rumbo. No. Se empecinaron en fracasar y llevar el país adonde está.
Han sido veinte años de insultos a la razón y de improperios al prójimo con un solo objetivo: mantenerse en el poder. Lo han logrado y, además, se han enriquecido. Son dueños de fortunas infinitas, como jamás soñaron, pero siguen hablando de justa distribución de la riqueza y no se cansan de hablar de dignidad, patria, soberanía, libertad, socialismo, progreso y país potencia. Es un rezo mecánico y metálico a un dios de barro.
Llegaron al foso y raspan la olla. Entregan territorio y sacrifican la naturaleza mientras hipotecan el futuro y más allá. Su objetivo ahora, en la ruina general, es que les garanticen que se quedarán con lo robado y podrán disfrutarlo en paz, es la palabra que más pronuncian. No piden un plazo para rectificar, enderezar el rumbo o demostrar que no han estado equivocados, solo un salvoconducto.
Fuera de Miraflores y Fuerte Tiuna imperan la anomia y el desespero. Oficialistas y opositores sin distingos huyen de la inseguridad, de la falta de salud y de la hambruna generalizada, pero solo cambian de verdugo. Se matan por un litro de gasolina o una berenjena podrida. El mundo no los ayuda. Se limita a la consabida declaración de principios que incluye la paz y los derechos humanos, entre otras abstracciones, pero sobre todo el rechazo a toda forma de violencia. Obvian que sobrevivir en Venezuela es sufrir el extremo irracional de la violencia más perversa y criminal. Permuto colección de canciones de Alí Primera por botellón de agua potable y dos aspirinas, completo con divisas duras, no rublos ni yuanes.
@ramonhernandezg
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