La Asociación de periodistas venezolanos en España, Venezuelan Press, organizó el 2016 un concurso de tema palpitante: la inserción personal y laboral de periodistas venezolanos que han emigrado a ese país. El libro Periodismo en España (Madrid, 2016), no solo contiene los 21 relatos de los participantes, sino otros 5 escritos por periodistas españoles, que complementan la visión del ejercicio de la profesión del periodista en ese país. Papel Literario ofrece a continuación el relato ganador.
Cruz-Diez te despide en Maiquetía. Ya formas parte de las estadísticas, de las despedidas, de las nostalgias, del exilio (obligado o decidido), de los que han tenido que meter su vida en dos maletas y salir de la tierra prometida… a causa de las promesas incumplidas, del miedo, de la rabia, de la desesperanza aprendida.
Tus únicas armas han sido un lápiz, un papel, una grabadora, una cámara, un celular y / o cualquier otro objeto que te permita cumplir con “el mejor oficio del mundo”. Sí, porque eres periodista.
Nueve horas después, llegas a Barajas. Si tienes pasaporte europeo, haces la fila más corta y el oficial de policía te da la bienvenida a “tu país”, sin más… sin tener ni idea de que tu verdadero país, el que te duele, el que amas, el que te vio nacer, crecer y te hizo quien hoy eres, se ha quedado a miles de kilómetros y un océano de distancia.
Pero si no tienes pasaporte europeo haces la cola más larga, sudas la gota gorda cuando te toca a ti mostrarle tu pasaporte venezolano al oficial de policía que te hará preguntas, te mirará fijamente, te pedirá documentos: visado (si aplica y en caso afirmativo habrás tenido que sufrir para sacarlo en Venezuela), pasaje de vuelta que no supere los 90 días, carta de invitación o reserva de hotel, dinero para pasear y gastar en España y seguro médico. Yo hice la cola más larga.
Siempre persigo mis sueños de la manera más temeraria posible. Soy enfática, decidida, organizada, estructurada y terca, muy terca. E insisto siempre. En todo. Esa insistencia me llevó a hacer una tesis de grado sobre la politización del periodismo cuando yo era de la mención audiovisual (después de haber vivido en primera línea el Movimiento Estudiantil de 2007, no podía hacer otra cosa). Esa insistencia me llevó a lograr mi primer trabajo soñado: RCTV me abrió las puertas y los ojos al mundo real, allí tuve mis primeros logros y fracasos profesionales. Allí crecí. Allí viví mi primer operativo electoral (23 de noviembre de 2008, elecciones regionales), el mismo que llevó a Antonio Ledezma a la Alcaldía Metropolitana y a mí a su equipo de prensa.
Luego de un año y medio en la Alcaldía, tragando gases lacrimógenos en las protestas por las competencias y recursos que le habían robado; redactando notas de prensa urgentes desde el Blackberry, acumulando contactos en mi agenda, hablando con los medios cada día, descubriendo que el periodismo institucional es una manera asombrosa de aprender a utilizar el lenguaje (verbal y no verbal) para construir la imagen de una persona, de un gobernante, de una institución y de un país… luego de todo eso, quise estudiar el Máster Universitario en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca.
Comenzó la corredera: papeles para acá y para allá, universidad, registro, Ministerio de Educación Superior, Ministerio de Exterior, colas y más colas a las 5 de la mañana, Consulado español, conseguir el dinero, comprar un seguro médico internacional, pagar la inscripción del máster sin tener divisas (porque me pedían estar inscrita para poderme dar el visado), los trámites de CADIVI, los ángeles que me ayudaron en todo ese proceso, comenzando por los innumerables esfuerzos de mi mamá, la comprensión de mis jefes para llegar tarde cada vez que necesitaba ir a cualquier diligencia y –afortunadamente– una larga lista de etcéteras.
Finalmente, lo logré. Cruz-Diez me despidió por primera vez con mis dos maletas, mis ilusiones, mis nervios, el abrazo y la bendición de mi madre. Llegué a Salamanca y conocí a los 12 estudiantes del máster que serían mi compañía en la nostalgia del primer exilio.
Irte de tu país a estudiar siempre es una buena manera de afrontar la emigración, al menos cuando eres joven. Comencé así a afianzar mis conocimientos en política. Me había apasionado eso de construir y proyectar la imagen política, así que me puse manos a la obra. Fue un año maravilloso. Salamanca, además, es una ciudad de ensueño.
Viajé, estudié, me reí, me enamoré, fui libre, fui feliz, aprendí, conocí mucha gente, comencé a evaluar el terreno para una posible permanencia, busqué trabajo (no conseguí salvo pequeñas colaboraciones, pues en 2010 España estaba en plena crisis), seguí estudiando, terminé el máster, hice otro más corto de Dirección de Campañas Electorales en la Universidad Pontificia de Comillas, comencé el Doctorado en Periodismo en la Universidad Complutense, me mudé a la capital, lo seguí intentando, lo alargué lo más posible. No pude más. El CADIVI de un año me duró dos, pero no más. Así que me fui de nuevo a Venezuela, a emplear lo aprendido, a seguir creciendo. Después de todo, mi determinación me llevaría de nuevo a Madrid. Yo lo sabía. Pero en ese momento, debía volver.
Caracas me recibió con los brazos abiertos… es mi ciudad, mi país, mis afectos. Comencé a dar clase en mi Alma Mater, la UCAB, y eso llenó mi vida de cosas sorprendentes, de alumnos que en realidad fueron maestros, de antiguos profesores que ahora eran mis jefes y amigos, de más crecimiento y más aprendizaje. En la Alcaldía Metropolitana un puesto de trabajo parecía haberme estado esperando los dos años que yo estuve en España. Comencé allí de nuevo, pero desde otra perspectiva. Había crecido más de lo que creía y todavía me faltaba más de lo que podía imaginar.
Así pasaron dos años y medio. Murió Chávez. Ganó Maduro. #LaSalida. Leopoldo preso. Pistolas en las camioneticas que me llevaban a mi trabajo. Escasez. Colas y más colas. Fui madrina de promoción del primer grupo al que le di clases en la UCAB. Me lancé al agua profesional montando mi empresa de consultoría de comunicación estratégica. Dicté cursos de formación política por toda Venezuela. La comunicación política se me fue dando sola. Estructuraba estrategias de comunicación institucional, política y gubernamental. Fui a congresos internacionales. Crecía cada día. Pero a la inversa del país. Ledezma preso. Todo se volvió un desastre por todos lados. Mi crecimiento profesional comenzaba a estancarse porque cuando tienes que hacer colas para la comida o las medicinas, cuando vas aterrorizado todos los días a tu trabajo, cuando las historias horribles ocurren a centímetros de ti, de tu familia, de tus amigos… no te quedan energías para nada más. Así que conseguí milagrosamente un pasaje, metí mi esperanza y mi fe junto a varios retazos de mi vida en dos maletas –de nuevo–, abracé la fortaleza y el ejemplo de vida que es mi madre… y me fui.
Otra vez en la cola más larga en Barajas. Otra vez los nervios. Otra vez el policía revisando mi pasaporte y con un pasaje que excedía el tiempo permitido. Me miró. Me preguntó. Respondí que eso era lo que había conseguido. Que en Venezuela las cosas son así, que lo sentía mucho. Me dijo que esperara un momento y el cuerpo entero me tembló. Pasó todo el avión. Al final, volvió a mí. Me miró de nuevo 3 segundos y me selló el pasaporte. Respiré.
Me reuní con todos mis contactos en Madrid buscando opciones de trabajo, oportunidades, “cualquier cosa”. Una amiga me heredó su puesto como maquetadora de una revista de cine y televisión, así que al poco tiempo, ya tenía empleo, aunque el contrato era como pasante. Fue una gran suerte, sin duda, pues ya podría pagar el estudio de 18 mts2 al que me había mudado en el sur de Madrid, donde todo es más barato.
Al mismo tiempo, comencé a impulsar mi consultora, LaEstrategiCom, en este lado del Atlántico. Me asocié con un viejo amigo que ya tenía varios años en Madrid y organizamos encuentros con líderes políticos, jóvenes estudiantes, consultores, aprovechando el año electoral español. Esto es mi proyecto a mediano y largo plazo pero, mientras tanto, trabajo en una revista de cine y televisión.
Mi trabajo consiste en maquetar las dos revistas, una mensual y otra bimensual, establecer y aplicar una estrategia de redes sociales y de vez en cuando, cubrir algún evento y redactar la noticia. Ha sido una oportunidad para asimilar la cultura, las formas, las maneras, aprender a cambiar palabras a la hora de escribir, los tiempos verbales, los modismos. Y sobre todo, acercarme al ejercicio periodístico en este nuevo contexto.
Llegué con toda la energía, con el estrés y el agite caraqueños. Primer aprendizaje: aquí todo es más pausado. Con calma. Lo primero que tenía que hacer era entender que aquí soy extranjera, desconocida, sin experiencia y –dada la condición de mi contrato– una estudiante más, no la profesora y consultora que era en mi país.
Lo segundo que tenía que hacer era observar detenidamente todo lo que pasaba alrededor. Uno llega a cualquier lugar nuevo y saltan las alarmas, las defensas, la “zona de confort” nos ha abandonado y no tenemos muy claro cómo avanzar en un país muy distinto al nuestro, con una cultura distinta a la nuestra, en una sociedad que piensa y actúa de una manera muy diferente a la que estamos acostumbrados. Eso, la costumbre, era lo tercero que tenía que modificar. Nos acostumbramos a pensar, a ser, a resolver, a entrevistar, a preguntar, a abordar la noticia (y la vida cotidiana) de una manera que aquí no tiene sentido. Y no es que una u otra forma esté bien o mal, simplemente, son diferentes y una vez que entendamos eso, lograr nuestro objetivo personal y profesional será más sencillo.
Así, he conseguido hacer mi trabajo de la mejor manera que he podido y creo que no me ha ido mal: cubrí los Premios Goya, conocí a productores, actores, directores, escritores, empresarios… todos del mundo del cine y la televisión, que me dieron distintas perspectivas de las cosas. Sin saberlo, un vendedor de televisión por cable un día me enseñó que no se puede construir una red sin antes tener el primer enchufe en completo funcionamiento.
Y en eso estoy. En menos de un mes cumplo un año de esta nueva etapa, de este nuevo exilio. Me gustaría poder dejar aquí un verdadero “manual”, unos “pasos a seguir” para que un periodista venezolano alcance el éxito profesional en España. Pero es que ese manual no existe o al menos no lo tengo yo. Todo va a depender de tus ganas de crecer, de las oportunidades que te lleguen, de las que sepas aprovechar y sobre todo, de las que tú mismo te busques; de las herramientas profesionales y personales con las que llegues a Barajas, esas, las que te dio Venezuela, nuestra Venezuela.
La práctica de este oficio que hemos elegido no tiene parámetros de aprendizaje más allá de la base cultural, sociológica y generalista que construimos en la universidad para, de allí, saltar al vacío de una redacción, de la calle, de la vida de periodista. El código de ética que memorizamos entonces, seguramente no lo recordamos, pero tenemos un código ético de vida que nos vale en cualquier lugar del mundo y para cualquier profesión. Ese código que nos colma de paciencia, perseverancia, determinación y sana ambición para perseguir nuestras metas. Ese mismo código que nos enseña de humildad (valor poco relacionado con nuestro oficio pero sin embargo tan necesario). Ese es el código que vale, de allí tendrás que agarrarte cuando comiences a buscar trabajo y a trabajar en cualquier parte del mundo. La cultura se aprende conviviendo; las leyes se aprenden estudiando; los modismos los aprenderás escuchando las noticias o hablando con tus conocidos; pero los valores que has aprendido, los que te han llevado de Caracas a Madrid, esos no dependen de nada ni de nadie, esos no cambian según el contexto, esos no tienen fronteras ni gentilicio, esos conformarán el mejor manual que podrás tener para triunfar profesional y sobre todo, personalmente en este esnobismo o necesidad que hoy enfrentamos tantos venezolanos y que hemos decidido llamar, poéticamente, exilio.
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Lorena Arráiz Rodríguez es especialista en comunicación política y análisis de discurso. Trabajó en RCTV, en la Alcaldía Metropolitana de Caracas y fue profesora en la UCAB. En Madrid trabaja en la revista Cineinforme y dirige su Consultora en Estrategias de Comunicación, LaEstrategiCom.
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