Para frustración de algunos y tranquilidad de muchos, cada vez se diluye más la opción de la intervención extranjera como solución a la crisis venezolana.
Aunque es de entender que esta salida haya sido abrazada por un sector de venezolanos como producto de la desesperación por salir, de la manera más rápida posible y sin importar cómo del tormento que implica la permanencia en el ejercicio del poder de Nicolás Maduro; hay otros factores que han influido en una interpretación unilateral de la afirmación de que todas las opciones están sobre la mesa, que pone la mirada solo en la intervención extranjera, bajo el falso supuesto de que no podemos vivir algo peor que lo que estamos viviendo, además de que los restantes caminos parecieran cerrados al no vislumbrarse señales de fisura de los grupos que sostienen el poder. Sumemos la campaña de un pequeño pero muy estridente grupo de opinadores y dirigentes que abogan por esta vía y por si fuera poco agreguemos las amenazantes declaraciones que hemos oído de boca de funcionarios del gobierno de Trump –Mike Pompeo, Elliot Abrams Mike Pence–, halcones con bien ganada fama de duros.
Estos voceros sin duda lo han pensado mejor y vienen cuidando más su lenguaje y las referencias que puedan evocar salidas armadas. Europa y la mayoría de los países latinoamericanos las han negado sistemáticamente. Es de suponer que a Estados Unidos no le interesa propiciar un nuevo escenario bélico cuando más bien está tratando de desprenderse de los que tiene abiertos en el Medio Oriente (Trump dice que se quiere quedar en casa y dejar de ser el policía del mundo, a cada cual lo suyo). Decisión que se agradece teniendo en cuenta que es la salida más peligrosa, que además deja nuestro destino en manos de ajenos y puede causar horrores sin límites de los cuales está llena la historia y el presente del planeta entero, países tercermundistas y otros supuestamente muy civilizados.
Toca mirar entonces hacia las otras opciones que ya vienen marchando. Las sanciones económicas a funcionarios, instituciones y mecanismos económicos manejados por el gobierno de Maduro por parte de Estados Unidos van aumentando en cantidad y calidad, sumadas a las personalizadas de otros países como Canadá y de la Unión Europea, así como del Grupo de Lima y otros países que aún no han agotado las posibilidades de presión, avances por ahora concretados en organismos multilaterales como la OEA y el BID. La desaparición del espectro de la intervención permite un frente más consolidado entre todos los otros países.
El gobierno de Maduro se encuentra atenazado, no está lejos de la asfixia y aunque suene como una mala palabra, debido a los fracasos obtenidos como consecuencia de su utilización engañosa por parte del oficialismo, lograr una negociación veraz, que conduzca a la salida de Maduro para dar pie a una transición en vistas a unas elecciones legítimas, es una importante opción que se debe considerar en este momento en que se ha ganado en experiencia y se tiene como aliada a la mayor parte de la comunidad internacional, urgida también de una solución a la crisis venezolana.
La negociación ha sido la carta más conveniente para resolver los más graves conflictos internacionales de manera pacífica, Venezuela pudiera no ser una excepción.
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