Y no solo se trata del fuego en la Amazonía, que con ello basta y sobra, para hoy día. Los incendios arrasan y el humo no deja ver mucho para adelante y contamina el porvenir.
Estos incendios de ahora en la Amazonía parecería que son los primeros en la historia del planeta y los únicos, y en Brasil el único lugar de la Tierra en que se dan en estas épocas de verano. Con la característica, además, de que comenzaron y aparecieron en los últimos ocho meses desde que Jair Bolsonaro asumió la presidencia.
La información sobre los fuegos es amplia y abundante. Y la desinformación corre pareja.
Bolsonaro, al igual que Trump, no goza de buena prensa. Incluso les va peor que a Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Cristina Kirchner. Y ni que hablar respecto a Evo Morales: al principio prácticamente ni se hablaba de los incendios en tierras bolivianas, ni de la responsabilidad bastante más directa del gobierno de ese país.
Es todo muy increíble. Sin restarle la importancia a esta catástrofe en la Amazonía, parecería que no ha habido incendios en ninguna otra parte de la Tierra, ni en Siberia, o España, o las Islas Canarias y etcétera, etcétera. La prensa, y hablo de la occidental, cristiana, capitalista y de derecha, con sus enviados especiales y corresponsales a término y de paso, baila al ritmo que le marcan los viejos defensores del “nuevo orden informativo”, que no descansan ni se rinden nunca. Han tenido la virtud de imponer “lo políticamente correcto”, en materia de incendios y en todas las materias, y a ello se someten sumisos y temerosos medios y periodistas.
Bolsonaro y Trump son declarados enemigos de la prensa, de la libertad de prensa, del derecho a la información de los ciudadanos. Eso es así. Nadie, empero, puede negar que en sus países poco han limitado, y no es mucho lo que han podido hacer para coartar ese derecho. En cuanto a libertades, sin embargo y más en relación con esa libertad primera y custodio de las restantes que es la libertad de expresión, lo de ellos no tiene punto de comparación con lo que pasa en la Rusia de Putin, o la Venezuela de Maduro, la Bolivia de Evo o China, Turquía, Irán, Nicaragua. ¿O no? Y es bueno recordarlo y repetirlo y no dejarlo fuera de contexto. Porque eso se paga.
Esta en juego la credibilidad y de ahí deriva buena parte de la crisis, y no de los costos ni de la competencia digital.
La prensa y los periodistas se enfrentan a los Bolsonaros y los Trump, y es lo que corresponde. Es en defensa de sus derechos, en el de ejercer libremente su actividad profesional y el de poder informar sin trabas. Es una legítima defensa; es una tarea noble y hasta sagrada. Y nada fácil; las fronteras casi no existen, y es muy difícil fijar un límite – ¿quién tiene la competencia , la autoridad, el mando y en especial la sabiduría infinita para fijarlo?–, pero hay fronteras, algunas casi imperceptibles, que cuando se las traspasa pueden ser letales, para la prensa y los ciudadanos libres y para la libertad.
Una cosa es la legítima defensa y otra es la “brutal ferocidad” y peor aún la malicia, premeditada, consciente, frívola. Tan malo como la falta de información es la desinformación, todos lo sabemos. La víctima es la gente y los beneficiarios los dictadores, los totalitarios, los partidos únicos, los autoritarios y además los oportunistas, como el caso de Emmanuel Macron, el presidente de Francia.
Sabido es que a este no le ha ido muy bien en su gestión. Que le ha faltado estatura para resolver los serios problemas de Francia y que ha tratado de compensar su incapacidad y falta de liderazgo con golpes de efectos en política externa, en la mayoría de los casos como vagón de cola del tren alemán. Sabido es también que ha sido un opositor al acuerdo entre la UE y el Mercosur, en defensa de los subsidios y privilegios de los campesinos franceses y de la “política agrícola” europea. No tiene vergüenza de aprovecharse de la tragedia de la Amazonía y de la mala prensa de Bolsonaro para atraer agua para su deshidratado molino. Es sobre temas como este que se debería investigar y profundizar. Sobre cual ha sido la responsabilidad de la política agrícola europea en los incendios de los últimos tiempos y en todos lados, en el cambio climático y en los barcos repletos de gente hambrienta que deambulan por el Mediterráneo.
Es preciso dejar constancia de esa pretensión de los europeos de seguir mirando por encima del hombro y advertir sobre el barullo y la confusión en medio de la cual un petimetre pretende establecer cuáles temas son de patrimonio y vigilancia mundial. Por favor.
Cuidado, también en los grandes incendios, como en las guerras, la primera víctima es la verdad… Arrasan con todo.
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