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Ledezma se solidarizó con madre de Paola Ramírez

El preso político se comunicó a través de una carta, en la que repudió los hechos de violencia suscitados en los últimos días durante las manifestaciones pacíficas, que han sido reprimidas por los efectivos de seguridad el Estado

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El alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, se solidarizó con la madre de Paola Ramírez, joven asesinada el pasado 19 de abril en el estado Táchira.

El preso político se comunicó a través de una carta en la que repudió los hechos de violencia suscitados en los últimos días durante las manifestaciones pacíficas que han sido reprimidas por los efectivos de seguridad el Estado.

En la misiva, también se refirió a Carlos Moreno, joven asesinado el miércoles 19 de abril en las manifestaciones realizadas en Caracas.

“Paola y Carlos han pasado a engrosar la lista de nuestros mártires. Son los mártires de la libertad. No es un consuelo, querida Andreína, pues la vida de una hija o de un hijo no es canjeable por gloria alguna. Pero su sacrificio puede colmarte y colmarnos de orgullo. Su muerte no será en vano”, escribió Ledezma.

A continuación la carta dirigida a la madre de Paola Ramírez

Antonio Ledezma y Mitzy Capriles de Ledezma:

Carta abierta a Andreína Ramírez

“Que se haga justicia, pero que sea una verdadera justicia, con las personas que son, no buscar culpables que no son”

Querida Andreína:

Verte en la pantalla desde mi obligada e injusta reclusión, que, junto a Mitzy, asumo con humildad como un sacrificio por ti, por Paola, por su padre y por todos los hijos de la Patria,  me ha conmovido hasta las lágrimas. También soy padre, también adoro a mis hijas, también las he cargado en mis brazos y me han colmado de felicidad con sus balbuceos, sus risas, sus ojitos encandilados  y sus caricias.  Y puedo imaginarme el desgarramiento, el dolor y el sufrimiento que me provocaría ver a cualquiera de ellas, tan inocentes como Paola y tan querendonas como ella con Mitzy, su madre, como lo fue Paola contigo en esos momentos angustiosos, los últimos de esa vida que Dios le diera para que la criaras, la vieras crecer y te diera y les diera hijos a la Patria, contándote con terror que venían los colectivos y disparaban. Fueron sus últimas palabras. Cuando hizo lo que le recomendara su padre, ya era tarde. La infinita crueldad, la maldad sin nombre y la impiedad de los exterminadores, esos esbirros al servicio del régimen presidido por Nicolás Maduro, ya la tenían en la mira, seguían su carrera angustiosa y le disparaban.

Te imagino desolada y agobiada por el sufrimiento, como lo estaría María, nuestra Santa Madre, cuando descolgaba de la cruz al hijo de Dios, al padre santo de todos nosotros a quien veneramos y acabamos de recordar en estos días tan simbólicos, tan llenos de dolor y sacrificios, en que Paola, y con ella tantos venezolanos generosos hasta dar sus vidas por proteger y salvar las nuestras, jóvenes inocentes que han caído bajo la sevicia y el horror de quienes, como hace dos mil años, los crueles invasores romanos sobre las tierras de Israel le clavaban la lanza burlándose del sufrimiento que le causaban, en el costado a Jesús, el Nazareno.

¿Cómo consolarte, querida Andreina? ¿Cómo consolar desde esta distancia que me ha sido impuesta por quienes obedecen las órdenes del impío invasor a las madres de todos nuestros mártires, los caídos en la lucha por la libertad y la justicia en todos estos años de tiranía? ¿Cómo tomar entre mis manos el dolorido rostro de todas las madres, cuyos hijos han sido asesinados, perseguidos, reprimidos y torturados por los malos hijos de la Patria, por quienes pisotean sus juramentos y hacen escarnio de los deberes que les impusieran nuestros mayores? ¿Cómo poder gritarle al mundo que daría mi vida por ver a Paola y a todos nuestros hijos y nietos sacrificados en este carnaval de crueldad e infamia devueltos a la vida?

Hemos vivido estos días Santos, el más importante para nosotros, cristianos y creyentes y agradecidos por ese maravilloso sacrificio que el mejor de los hombres cargara sobre sus hombros para redimir nuestros pecados, colmados de dolor. Hemos vivido este viernes Santo, bebiendo también nosotros en silencio y en soledad, apartados del mundo, del amargo cáliz que él bebiera y que nada ni nadie ha podido apartar de nosotros en estos terribles, en estos dolorosos años de muerte y desolación, de engaño y miserias, de burla y devastación.

Tan absurdo se ha vuelto todo bajo el delirio y la locura de los tiranos, que de pronto las sucias y contagiadas aguas del Guaire se han convertido en benditas aguas de salvación, un insólito Jordán para nuestros muchachos, que corrían a refugiarse del plomo y la muerte, mientras el oropel de quienes les disparaban amparados en el poder de la tiranía sudaban por todos sus poros el excremento de un régimen putrefacto, inmundo, podrido por la corrupción, las iniquidades, la ambición y el crimen.

Cuando el miércoles 19 de abril, vi el rostro de Carlos Moreno, apenas de 17 años, con su cabeza posada sobre un espeso charco de sangre, destrozada por una bala disparada desde el anonimato de la infamia en la Plaza La Estrella, por alguno de los tantos hampones motorizados sobre los que aún se sostiene este régimen criminal, sentí una auténtica conmoción y tampoco pude controlar el dolor: podría haber sido cualquiera de nuestros hijos o nietos. Lo ultimó el azar maldito controlado por un gobierno asesino sin otro objetivo que atemorizar, paralizar de miedo, someter, asesinando no importa a quién, sea estudiante o efectivo de la Guardia Nacional, ni cómo ni cuándo. Mientras más indiferencia da la víctima, mientras más anónimo el caído, tanto mejor. El objetivo es difuso y terrible, como una pesadilla: aterrarnos, humillarnos, desanimarnos, conmovernos, acobardarnos. Tenía el mismo dulce rostro de inocencia y la mirada ya perdida en la lejanía de la muerte.  Me pregunté: ¿cómo pueden permitir nuestros soldados, padres, esposos y abuelos como tantos de nosotros, la cruel sevicia de quienes se sienten autorizados por los poderosos, que son ellos mismos, nuestros altos oficiales,  a matar todas las ilusiones, todos los anhelos, todas las esperanzas de nuestras familias? ¿Cómo no se conmueve el corazón de quienes tienen el poder de detener esta sangría, de impedir esta masacre, de hacerle frente con dignidad, con grandeza, con patriotismo y con coraje la extrema cobardía, de quienes ni siquiera proceden en nombre de nuestra Patria sino al servicio de quienes les han colonizado el cerebro y corrompido sus corazones?

Paola y Carlos han pasado a engrosar la lista de nuestros mártires. Son los mártires de la libertad. No es un consuelo, querida Andreína, pues la vida de una hija o de un hijo no es canjeable por gloria alguna. Pero su sacrificio puede colmarte y llenarnos de orgullo. Su muerte no será en vano. El régimen en cuyo nombre fuera asesinada vive sus últimos estertores. El mundo ha sido testigo de la vileza de sus asesinos. Sabremos hacerles pagar por sus espantosos crímenes. Que aquellos que siguen enceguecidos el camino de la bajeza moral, sepan que no descansaremos hasta hacerles pagar su vesania.

No nos mueve ningún otro interés que la justicia, el honor, la Patria. Ya suena la hora de la Libertad. No habrá fuerza en el mundo capaz de detenerla. Que Dios cuide la memoria de nuestros mártires y proteja la vida de sus creadores.

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