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Persona y comunidad

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La experiencia nos ha enseñado que cuando “todo es de todos” las realidades más concretas terminan por ser de ninguno, pues el colectivismo diluye a las personas en un anonimato en el que nadie responde por nada, no solo porque no se apela a la responsabilidad personal sino porque nadie es valorado en sí mismo. La razón es que no hay motivaciones para ser mejor y ante una maquinaria que se lleva por delante a las personas; que las usa para un beneficio ulterior y las abandona, es lógico que reine el desaliento. Verse como alimento de un líder; captar que su reconocimiento como persona fue satisfecho medianamente con bienes que hundieron en una mayor pobreza y desilusión, no puede compensar a nadie en lo más íntimo.

Y es que el valor de la persona humana y el bien común no son meras consignas; algo así como que “juntos todo es posible”. Ambas realidades son algo mucho más profundo en lo que vale la pena ahondar si queremos que nuestra sociedad renazca, pues lo nuclear es la gente; esa gente que trabaja y se abre o se cierra al encuentro con los demás en la comunidad. Por eso me ha parecido que las reflexiones de los filósofos personalistas pueden ayudarnos en estos momentos. Sus experiencias de las guerras mundiales, de la brutalidad del Holocausto, y de los totalitarismos en general, les llevó a ahondar en las verdaderas bases de una sociedad que parecía oscilar entre los extremos de los colectivismos y los individualismos, poniendo en jaque a un ser humano suficientemente adolorido.

El hombre parece siempre buscar ardientemente ese contrario que algunos regímenes o situaciones dramáticas han pretendido aniquilar en él. Así, ante la muerte, muchos seres humanos se han alzado valorando la vida y ante la amenaza de la pérdida de algún bien, como la libertad, otros han buscado precisamente alcanzarla. Los colectivismos, por ejemplo, estimulan individualismos extremos, pues ante la disolución del yoel hombre buscará su afirmación. El clamor por una libertad individual que no quiere perderse puede derivar en un sentido utilitarista del prójimo sobre quien no se reconocerá ningún tipo de responsabilidad o relación. Estas tendencias, frutos de la diversidad de las experiencias humanas, fueron abordadas por los personalistas, y ante su constatación de las tensiones entre los extremos abrieron un camino que se resuelve en ese misterio de la persona humana concreta que amerita del otro para el desarrollo de su humanidad.

Algunos dieron prioridad a las relaciones del yo con el túLa balanza se inclinaba así al otro y al hecho de que no es posible reconocernos a nosotros mismos sin descubrir antes al tú. Otros dieron prioridad a la persona individual, a ese yo que es fundamento de toda relación, pues es posible perderse en el otro si no estamos bien asentados en lo que somos. Lo común para todos estos filósofos, independientemente de si la balanza se inclinaba hacia el tú o hacia el yo, fue la necesidad de la relación yo-tú para fundar una comunidad que se abriera al amor y a la esperanza.

Se entiende que el colectivismo chavista haya impulsado tendencias individualistas que parecen contrarrestar los efectos de deterioro del desorden que vivimos. Este populismo que ha degenerado en dictadura, en un óxido corrosivo de toda relación propiamente humana y en esta arbitrariedad que suple la ley, puede despertar en muchos deseos extremos de una libertad que no ve claro por qué tendría que velar por otros. Ante estas tendencias veo importante salvar ambas realidades, tanto a la persona como a la comunidad, pues los hombres somos seres relacionales y lo cierto es que la más íntima motivación en la vida para no sucumbir al desaliento es el amor. Ese regalo que nos vincula al otro y crea comunidad.

Gabriel Marcel, por ejemplo, uno de estos personalistas, fundó sus intuiciones en sus experiencias personales durante la Primera Guerra Mundial. Durante un tiempo tuvo como misión contactar a los familiares de los soldados cuyo paradero se desconocía. Tener que dar cuenta a una familia de la vida o muerte de un ser querido le permitió apreciar de una manera profunda el valor de la persona concreta. Por eso su filosofía se centraría en ese hombre que ama y sufre, espera y confía. No en abstracciones.

Puede parecer romántico esto de pretender más profundidad en unas relaciones que a veces se entienden pragmáticamente como negociaciones políticas, pero el hombre aspira siempre a un mundo mejor y cuando los problemas son más graves, en el fondo apelan a razones más interiores. Sufrimos las consecuencias de procesos muy destructivos y ante esto, el esfuerzo por ahondar en las causas debe ser mayor. Por eso no es descabellado pedir a la oposición una mayor conciencia de lo importante que es trabajar por la unidad en momentos en los que el bien común se impone. El cambio será más profundo en la medida en que se tienda a un bien más alto y creo que esto supone, por lo pronto, trascender los intereses personales que todavía están latentes en muchos.

El verdadero milagro es la unidad de la oposición, como dijo el señor Genaro Arriagada el día del cierre del congreso del Plan País. No que unos serafines y querubines pidan en este caso a Maduro dejar el poder.

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