Como en una escalera muy empinada, cuanto más ha descendido en su degradación el ejercicio del poder arbitrario, más explícitas se van haciendo las manifestaciones internacionales de rechazo al gobierno, de comprensión hacia las penurias de los venezolanos y la determinación de su protesta, así como de respaldo y, valga decirlo también, expectativas sobre el liderazgo democrático.
Ni idealismo iluso que demanda de la comunidad mundial lo imposible ni realismo rudimentario que no cree en sociedad internacional alguna. Si algo nos ha ido mostrando un gobierno dispuesto a atrincherarse a sangre y fuego es que salirnos del curso de colapso al que nos dirige requiere, por un lado, la persistencia en el empeño de la vasta mayoría de ciudadanos que clama pacíficamente por el respeto a sus derechos fundamentales; por el otro, el aliento y aprovechamiento de las iniciativas internacionales genuinamente interesadas en el retorno del país a la constitucionalidad, por así resumirlo.
A partir de 2014 el gobierno repite de rato en rato sus llamados a la paz y sus convocatorias a dialogar, acompañados por discursos y acciones que materializan todo lo contrario. Entre ofensas, inhabilitaciones y apresamiento de demócratas, desconocimiento del derecho al voto y acciones represivas cada vez más asesinas a cargo de policías, militares y paramilitares, ese doble discurso-práctica ha quedado irremediablemente al desnudo, como entre nosotros y en el mundo lo han ilustrado las imágenes grotescas del gobierno que inventa una inconstitucional convocatoria a cambiar la Constitución mientras se niega a hacer elecciones. Es el gobierno que reprime y mata mientras celebra y baila.
Cada paso en el descenso a las más inhumanas manifestaciones del autoritarismo ha sido sucedido por un volumen sin precedente de reacciones mundiales adversas, de notable diversidad y amplia difusión, dentro y fuera de Venezuela. El contenido de las denuncias y reclamos de la comunidad democrática internacional se ha ido haciendo más explícito, preciso y demandante: lo que urge es contribuir a resolver pacífica, democrática y prontamente el caos que el gobierno ya sin disimulo alienta con su aferrarse al poder a toda costa.
El mes y medio de manifestaciones pacíficas que reclaman el cumplimiento de la Constitución ofrece un espantoso balance de muertos, heridos, desaparecidos, apresamientos arbitrarios y enjuiciamiento militar de civiles que remueve conciencias y enciende las alarmas internacionales sobre las implicaciones humanas, materiales y de seguridad de la continuación del desastre que el gobierno alienta por acción y omisión.
En la combinación de lo uno y lo otro, de las razones de conciencia y las de seguridad, reaparece internacionalmente la intención de contribuir a crear las condiciones para hacer posibles y sostenibles los acuerdos con los que indefectiblemente deberá fundarse nuestra transición. Los venezolanos no podemos aceptar que nos propongan diálogos, paz y acompañantes que el gobierno que los eligió se ha encargado de deslegitimar como tales. Mientras tanto no debemos perder de vista que la protesta está contribuyendo a construir el momento, las condiciones para llegar a acuerdos que nos permitan tener un país humanamente vivible, a través de una negociación con las debidas garantías, a las que pueden contribuir gobiernos y organizaciones internacionales sensibles e interesados en una transición democrática sostenible. Para eso hay que irse preparando.
Para ello y por lo pronto, nos toca seguir movilizados del modo más eficiente posible, con gestos y palabras acordes a nuestros propósitos: firmes en el rechazo a un gobierno que hasta en lo más esencial ha traicionado a los venezolanos y prudentes al no perder de vista la necesidad de reencontrarnos en nuestra diversidad.
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