A veces lo que tienen de maravillosos lo tienen de alborotados. Y también de vulnerables. ¿Cuál es la forma correcta de disciplinar y orientar a los hijos? Oscar Misle y Fernando Pereira son educadores, orientadores y cofundadores de Cecodap. También son autores del libro No me hace caso: ¿qué hago?, en el que exponen algunas estrategias para hacer que los niños y adolescentes se desarrollen bajo herramientas de crianza que permitan el mayor aprendizaje con el menor desgaste emocional posible tanto para ellos como para sus papás. En él exponen algunos de los casos más comunes de conflicto entre padres e hijos: desde niños que no quieren comer, dormir o ir al colegio hasta chamos que son “contestones”, se rehúsan a ordenar su cuarto o no quieren despegarse de la computadora.
Los especialistas aseguran que lo primero que se debe hacer al enfrentar cualquier situación con un niño es tratar de entender qué genera en él esa conducta y cómo ha venido manejándose esa situación. Si un hijo no pasa suficiente tiempo con los padres o estos no se comunican mucho con él, probablemente este haya aprendido que desafiar la autoridad es la única forma (o la más rápida) de llamar la atención de los adultos, por ejemplo. Ciertas conductas también pueden ser su manera de afrontar miedos y procesar duelos u otras carencias. En la medida en que los padres tienen presente que la madurez emocional implica un proceso gradual y los acompañan en ese proceso con guías y límites necesarios ―no ofender, no pegar, no apropiarse de lo ajeno, ser responsable, ser honesto, compartir, etc.― el niño irá desarrollando su propia escala de autorregulación.
“La disciplina posibilita que en el proceso de formación y participación los hijos se ejerciten para asumir el autocontrol, la autonomía, la responsabilidad y la confianza para convivir exigiendo respeto a sus derechos y respetando los de los demás. La meta es formarlos para que sean personas responsables y asuman las consecuencias personales y grupales de cada una de sus acciones, tomando siempre en cuenta la edad y momento de desarrollo”. Los autores también señalan que es una oportunidad ideal para no repetir modelos inadecuados que estos nuevos padres pudieron haber recibido durante su propia crianza, como desvalorización, agresiones físicas, gritos, abandono, comparaciones entre hermanos, etc.
Calma y cordura. “Muchas de las cosas que nos molestan de esos hijos suelen ser rasgos nuestros que tampoco nos gustan, y muchas de nuestras reacciones cuando los niños no nos hacen caso es un reflejo de nuestro estado de ánimo. Si tuvimos un mal día, en el que nuestro jefe fue injusto con nosotros y no nos trató bien, somos más propensos a descargar esa rabia con el niño, incluso ante una conducta que a lo mejor también tuvo ayer y sin embargo en ese momento no le dimos mayor importancia. Tenemos que ser congruentes al corregir y hacerlo sin caer en los extremos. A los hijos les resulta muy confuso cuando no somos consistentes en qué es aceptable y qué no o cuando lo que les enseñamos no se corresponde con el ejemplo que les damos”.
Un caso clásico que pone a prueba el temple y la paciencia de los padres son las pataletas. Aunque el primer impulso adulto es evitar a toda costa que el niño siga llorando o gritando ―ya sea regañándolo, ignorándolo, amenazándolo o castigándolo físicamente―, Misle y Pereira apuntan que esto será poco efectivo, pues el niño, quien ya está expresando una frustración evidente, solo escalará en su reacción en lugar de calmarse. En principio, estos berrinches son la forma que él o ella encuentran para expresarse a falta de herramientas más avanzadas según su edad.
Ante este cuadro, los expertos recalcan que es importante que los padres se mantengan serenos y no se dejen presionar por las miradas ajenas o por las provocaciones infantiles, sino trasladar al niño sin violencia a un lugar tranquilo, mirarlo a los ojos, explicarle que papá o mamá entienden su malestar, ponerle un nombre a esa emoción (triste, bravo, cansado, etc.) y darle una explicación muy corta sobre la situación, sin caer en sermones infinitos ni exigirle que deje de llorar. Al sentirse comprendido y haber drenado su frustración, el niño se calmará y estará más dispuesto a comportarse con mesura. Los autores señalan que no es apropiado complacerlo automáticamente ni ofrecerle una distracción como un dulce u otra gratificación fortuita, sino enseñarlo poco a poco a reconocer y manejar esas emociones con herramientas propias. Si en algún momento los padres sienten que han perdido por completo el control de la situación, buscar ayuda profesional es válido para saber qué hacer.
Porque yo lo digo
“A muchos nos criaron bajo la orden de que lo que dicen los padres o las figuras de autoridad no se cuestiona jamás y se les obedece porque sí. Sin embargo, esa obediencia ciega no es una premisa que luego ayude a un niño a poner límites si alguien quiere abusar de él o atropellar sus derechos. No queremos niños serviles ni sumisos: esencialmente queremos que sean personas de bien”, explica Pereira. “También por eso puede ser que nos resulte incómoda la idea de negociar con los niños, darles explicaciones o pedirles disculpas por temor a perder autoridad, pero en realidad eso nos da más legitimidad porque ese hijo se siente tomado en cuenta. ¿Qué no se negocia? Los asuntos que tengan que ver con la seguridad o la salud del niño o adolescente, pero para todo lo demás tenemos que ser congruentes con lo que pedimos y lo que enseñamos. Si estamos pidiendo en la calle que las autoridades nos reconozcan, nos escuchen y nos respeten, eso es lo mismo que tenemos que practicar en la casa y lo que ellos también esperan de nosotros. Nuestros hogares tienen que ser nidos de ciudadanía y democracia”.
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