París, 7 A.M.
Hago un viaje a cada reloj del apartamento:
algunas manecillas apuntan histriónicamente a una dirección
y algunas hacia otras distintas, desde sus caras ignorantes.
El tiempo es una Étoile; las horas divergen
tanto que los días son viajes alrededor de los suburbios,
círculos bordeando las estrellas, círculos solapados.
La breve escala en fotograbado del tiempo invernal
es un ala extendida de paloma.
El invierno vive bajo el ala de una paloma, un ala muerta de
plumas mojadas.
Mira abajo, hacia el patio. Todas las casas
están construidas así, con urnas ornamentales
puestas en las buhardillas de los tejados donde las palomas
pasean. Es como una introspección
para mirar hacia dentro, o una retrospección,
una estrella dentro de un rectángulo, una remembranza:
este cuadrado vacío bien podría haber estado allí.
–Los castillos infantiles, construidos en los más fríos inviernos,
podrían haber alcanzado estas proporciones y ser casas;
los imponentes fuertes de nieve de cuatro y cinco pisos
resistiendo la primavera como los fuertes de arena la marea,
sus paredes, su forma, no podrían disolverse y desaparecer,
solo superponerse en una fuerte cadena, convertidos en piedra,
y agrisar y amarillear como estas casas–.
¿Dónde están las municiones, las bolas reunidas
con su corazón de hielo en forma de estrella astillada?
Este cielo no es una paloma-guerrera-mensajera
que escapa de infinitos círculos entrecruzados.
Es una muerta, o el cielo del cual una muerta ha caído.
Las urnas han atrapado sus cenizas o sus plumas.
¿Cuándo se disolvió la estrella?, ¿o es que quedó atrapada
en la secuencia de cuadrados y cuadrados y círculos y círculo?
¿Pueden los relojes decir: esta allí, abajo,
a punto de rodar sobre la nieve?
**
Paisaje marino
Este paisaje celestial con garzas blancas erigidas como ángeles,
ascendiendo inclinadas tan alto como quieren y tan lejos
como quieren en hileras e hileras de inmaculados reflejos;
la región entera, desde la garza en lo alto
hasta la ingrávida isla de manglares
con luminosas hojas verdes delicadamente ribeteadas con guano
como iluminaciones de plata,
y hasta los sugerentes arcos góticos de las raíces del manglar
y en el fondo, el hermoso verde guisante del prado
donde a veces salta un pez como una flor silvestre
en una decorativa espuma de rocío;
esta es una historieta de Rafael para el tapiz de un papa:
semeja el paraíso.
Pero un faro esquelético erguido allí
con sotana en blanco y negro,
que vive desquiciado, cree saberlo todo.
Cree que el infierno brama bajo sus pies de hierro,
que por eso el agua en la marea baja es tan tibia,
y sabe bien que el paraíso no es así.
El paraíso no es como volar o nadar,
pero algo tiene que ver con lo oscuro y con un fuerte resplandor
y cuando anochezca recordará algo
sólidamente formulado que decir al respecto.
**
Invitación a miss Marianne Moore
Desde Brooklyn, sobre el puente de Brooklyn, en esta hermosa
mañana,
ven, por favor, volando.
En una nube ardiente de sustancias químicas,
ven, por favor, volando,
por el súbito redoble de mil pequeños tambores azules
cayendo del cielo aborregado
sobre la resplandeciente gradería de agua del puerto,
ven, por favor, volando.
Silbatos, banderines y humo al viento. Los barcos
lanzan señales cordiales ondeando mil banderas,
ascendiendo y cayendo como aves a lo largo del puerto.
Entran en escena: dos ríos que portan con gracia
innumerables pequeñas y diáfanas medusas
sobre bases de cristal tallado arrastradas por cadenas de plata.
El vuelo es seguro; el buen tiempo garantizado.
Las olas llegan en versos esta hermosa mañana,
ven, por favor, volando.
Ven con la punta de cada uno de tus zapatos negros
arrastrando un reflejo de zafiro,
con una negra capa de mariposas y bon-mots,
y solo Dios sabe cuántos ángeles todos encima
de la ancha ala negra de tu sombrero,
ven, por favor, volando.
Portando un inaudible ábaco musical,
un delicado ceño crítico y cintas azules,
ven, por favor, volando.
Hechos y rascacielos centellean en la marea; Manhattan
está inundada de moralejas esta hermosa mañana, así que
ven, por favor, volando.
Escalando los cielos con natural heroísmo,
por encima de los accidentes, por encima de las películas malignas;
de los taxis y de las injusticias en general,
mientras resuenan las trompetas en tus bellos oídos
que simultáneamente escuchan
una leve música no inventada, apropiada para el ciervo almizclero,
ven, por favor, volando.
Ante quien los sombríos museos se comporten
como los corteses pájaros satinados,
ante quien los afables leones echados esperan
en la escalinata de la Biblioteca Pública,
deseosos de alzarse y traspasar cada puerta
hasta las salas de lectura,
ven, por favor, volando.
Podemos sentarnos y llorar; podemos ir de compras,
o jugar todo el tiempo a equivocarnos
con un valioso cúmulo de vocabularios,
o podemos lamentarnos con coraje, pero ven, ven,
por favor, volando.
Con dinastías de construcciones negativas
que se oscurecen y mueren a tu alrededor,
con la ortografía que de pronto gira y brilla
como bandadas de andarríos en el cielo,
ven, por favor, volando.
Ven como una luz blanca en el cielo aborregado,
ven como un cometa diurno
con un enorme caudal de vocablos cristalinos,
desde Brooklyn, sobre el puente de Brooklyn, esta hermosa
mañana
ven, por favor, volando.
**
El champú
Las sosegadas explosiones en las rocas,
los líquenes se multiplican
extendiéndose en grises conmociones concéntricas.
Han acordado
encontrarse con los anillos de la luna, a pesar
de que en nuestro recuerdo no han cambiado.
Y como los cielos nos vigilan
desde siempre,
tú has sido, querida amiga,
temeraria y pragmática;
y mira lo que ocurre. Pues el Tiempo es
nada si no es indulgente.
Las estrellas fugaces en tu cabello negro
en luminosa formación
¿adónde se dirigen en bandada,
tan directas, tan temprano?
―Ven, déjame lavártelo en esta gran tinaja,
maltrecha y brillante como la luna.
**
Los hijos de los ilegales
En las apacibles laderas de los montes
juegan la motita de una niña y la de un niño
solas, y junto a ellas, la motita de una casa.
El ojo suspendido del sol
parpadea indiferente, y entonces vadean
gigantescas olas de luz y sombra.
Una inquieta mancha amarilla, un cachorro,
los vigila. Las nubes se están acumulando;
una tormenta se acumula tras la casa.
Los niños juegan a cavar agujeros.
El suelo es duro: intentan utilizar
una de las herramientas del padre,
un azadón con el mango roto
que apenas logran sostener entre los dos.
Cae con estruendo. Su risa esparce
resplandores en el cumulonimbo,
débiles chispazos de indagación
dirigidos como el ladrido del cachorro.
Y para su pequeña y soluble
arca indemne,
la aparente respuesta de la lluvia
consiste en una ecolalia,
y la voz de la Madre, fea como el demonio,
sigue llamándolos para que vuelvan a casa.
Niños, el umbral de la tormenta
se ha deslizado bajo vuestros zapatos enlodados,
mojados y cautivos, permanecéis entre
las mansiones de donde podríais elegir
una más grande que la vuestra,
cuya legitimidad perdura.
Sus documentos empapados preservan
vuestros derechos en cuartos anegados por la lluvia.
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Obra completa (1 – Poesía)
Elizabeth Bishop
España, 2016
Vaso Roto
Traducción de Jeannette Clariond
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