Maduro se está internando cada vez más en su largo y profundo laberinto, del cual ni él mismo sabe cómo saldrá. Las primeras encuestas de opinión que se han realizado en el país en relación con la asamblea nacional constituyente que el presidente ha convocado violando el espíritu y la letra de la Constitución vigente están ratificando lo que ya todos sabíamos: que 80% del país no está de acuerdo con esa ANC ni van a participar en el proceso de su elección. Eso significa, en términos poblacionales, que 27 millones de personas de todas las edades, entre los cuales hay unos 12 millones de votantes, se apartan del proceso. El otro 20%, unos 7 millones de personas de todas las edades, y aproximadamente 3 millones de votantes que participarán en la farsa, constituyen todo el capital chavista para la gran jornada.
El “protagonismo del pueblo soberano”, tan cacareado por el régimen durante los dieciocho años de vida de la Constitución Bolivariana (ya “moribunda”, como le gustaba decir a Chávez de la carta magna de la “cuarta república”), ha quedado reducido al apoyo menguado de una quinta parte de la nación, que apoya a Maduro porque recibe beneficios directos del régimen mediante los diversos mecanismos clientelistas que se han desarrollado durante todos estos años. No es un apoyo por convicciones políticas, ni por ideales revolucionarios de ninguna clase, sino por un elemental principio de supervivencia, por un instinto natural de mantenerse a flote en medio del naufragio general del país.
Con ese menguado apoyo de 3 millones de votantes enfrentados a unos 12 millones de personas que con toda seguridad se abstendrán de participar en el juego, ¿podría considerarse válido el producto de la ya inconstitucional ANC? ¿Qué engendro de Constitución podrán producir los 545 constituyentitas chavistas que se reunirán en cónclave para satisfacer la voz del amo? Y luego que el engendro haya sido redactado y revisado por Escarrá, ¿no lo van a someter a referendo popular para que el “soberano protagónico de la revolución bolivariana” lo apruebe o lo rechace?
Así estamos en este singular país que no se ha podido integrar al curso de la historia por culpa de una pandilla de alucinados que lo han conducido por un mal camino, favorecidos con los votos de un pueblo ingenuo, dependiente, que cree en iluminados que le prometen una vida mejor y se sirven de él para gozar de todas las ventajas del poder y perpetuarse en el mando de por vida (Gómez, Pérez Jiménez, Chávez). Más temprano que tarde, esa inmensa mayoría de venezolanos que ha sido sometida a un proceso de empobrecimiento por un sistema político obsoleto, que enmascara un gigantesco sistema de corrupción, se liberará de sus verdugos y emprenderá la reconstrucción del país, como lo han hecho otros pueblos al través de la historia. El chavismo pasará a la posteridad como la enfermedad que tendríamos que sufrir para fortalecer nuestro sistema inmunológico del militarismo, la dictadura, el culto a la personalidad y el protagonismo mesiánico de paracaidistas de la política.
Debemos tener paciencia. Los problemas están ahí, insolubles, engordando, multiplicándose, desesperando a la gente un día sí y otro también. La lucha del pueblo venezolano está en la calle, pero lo que vemos en ella es una mínima parte del combate global que se libra a lo largo y ancho del país. Lo más grueso de la lucha se desarrolla en las colas interminables, en los autobuses, en el Metro, en las panaderías sin pan y en las farmacias sin medicinas. Es una lucha sin armas, sin piedras y sin cacerolas. Es una batalla verbal, con todo tipo de acusaciones, de quejas y reclamos contra el régimen, donde abundan los improperios y se da rienda suelta al malestar, al descontento y al odio que han desatado los actuales gobernantes. Algo que no ocurrió en las cuatro décadas anteriores al chavismo. Por ello, y por muchas cosas más, no es posible que esta situación perdure más allá de este año, o cuando mucho, del próximo.
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