La dialéctica confrontacional ha terminado por atropellarnos fatalmente a todos. Hemos llegado a la hora cero. Luego de probar todas las vías para encontrar una salida, de la cual la última ha terminado, para tragedia de todos nosotros, en una lamentable chapuza: la infructuosa búsqueda de una ruptura de la institución armada, un organismo cuyo estado de putrefacción ha llegado a un punto de desintegración, abandono y corrupción que la convierte en un ente amorfo. No por su cohesión interna, de la cual carece absolutamente, sino por su estado delicuescente, corrupto, inasible, solo útil para reprimir y asesinar a la población civil. Una entidad mercenaria y gansteril con la que no cabe por ahora entendimiento alguno.
Se ha cumplido así y de una manera incontrovertible lo que venimos señalando desde hace muchos años: Venezuela, invadida y secuestrada por los ejércitos de ocupación cubanos desde los comienzos mismos del gobierno de Hugo Chávez, un peón de Fidel Castro, ha perdido toda entidad autónoma y solo puede ser salvada de su extinción mediante la intervención militar de un poder extranjero. Que desaloje a la tiranía y expulse del territorio nacional a cubanos, rusos, chinos, iraníes y las organizaciones narcoterroristas islámicas. Tal como lo señalaran hace algunos meses un grupo de notables personalidades venezolanas en un manifiesto exigiendo la aplicación inmediata del R2P, decreto aprobado por Naciones Unidas en 2005 respecto a la responsabilidad de proteger y asistir a las naciones y pueblos sometidos a un genocidio o a graves violaciones a los derechos humanos por parte de sus máximas autoridades de gobierno o fuerzas de intervención extranjeras, como es nuestro caso.
Lejos de aproximarnos a un amanecer libertario, las acciones emprendidas el pasado 30 de abril solo sirvieron para poner de manifiesto la falta de profesionalismo de sus principales protagonistas. Si bien dejaran en claro que se agotaron todas las vías de falsos diálogos y entendimientos con las pandillas gansteriles que usurpan todas las instituciones de gobierno, incluidas naturalmente y en primer lugar las fuerzas armadas “nacionales”. Y si bien nos reafirma en el convencimiento de la imperiosa necesidad de exigir de la Asamblea Nacional decrete de una buena vez el cumplimiento del artículo 187 # 11 constitucional y del gobierno nacional y su representación diplomática, la exigencia de aplicar la Responsabilidad de Protección que nuestra población reclama a gritos, a lo que ya sumara su voz el secretario general de la OEA, Luis Almagro, también nos reafirma en el convencimiento de la imperiosa necesidad de un cambio profundo e irreversible del liderazgo político nacional. Y esa es una tarea que solo nos compete a los venezolanos. La caridad, bien dice el refrán, comienza por casa.
El maravilloso impulso despertado tras la aplicación del artículo 233 constitucional, que casi todos los sectores políticos del país respaldáramos y le permitiera al diputado de Voluntad Popular Juan Guaidó asumir en enero la presidencia de la Asamblea Nacional y, consiguientemente, la presidencia temporal de un gobierno interino, ha ingresado a un turbio escenario de errores, precipitaciones, marchas y contramarchas. Así, el grave traspié del 23 de febrero, que provocara la primera fractura del entendimiento del gobierno de Guaidó con el de Estados Unidos por promesas incumplidas de parte del primero –no hubo el desborde de altos mandos militares que prometieran Guaidó y sus asesores–, la insólita chapuza del 30 de abril reabre la herida no cicatrizada de ese 23F. Tampoco esta vez se produjo la fractura esperada. Por la sencilla razón de que estas fuerzas armadas ya no nos pertenecen a los venezolanos: están controladas y sometidas al férreo y cruento control de altos oficiales cubanos. Lo que debiera ser consciente en quienes pretenden liberarnos del yugo castrocomunista que nos aherroja. No parece serlo.
Clausurada la vía del diálogo y el entendimiento con el gobierno de Maduro y vista la imposibilidad de fracturar la soldadura del control cubano sobre las FAN, así como la peligrosa deriva hacia la pérdida de credibilidad del gobierno interino de Juan Guaidó, ¿qué vía le queda a la sociedad venezolana para liberarse del yugo criminal que la somete y reconstruir y fortalecer la jefatura de su quebrantada oposición?
Así suene trillado y extemporáneo, creemos que hoy más que nunca se requiere restablecer, reconstruir, renovar y elevar la calidad de la perdida unidad opositora. Vale decir: reconquistar la poca seriedad que algún día tuviéramos y armar un bloque opositor de nuevo cuño. Y ello debe suceder entre sus dos principales ejes de articulación orgánica, política e ideológica, sintetizados en el presente y hacia el futuro en las dos principales figuras opositoras: Juan Guaidó, por parte de la vieja dirigencia opositora, y María Corina Machado, por las nuevas fuerzas emergentes. Visto, además, que Leopoldo López, con su funambulesca y reprochable actuación del 30 de abril, perdiera la credibilidad impoluta de que hasta entonces disfrutara. Ello significa, para Guaidó, distanciarse sin medias tintas del influjo de quien debiera apartarse de toda actividad política y someterse disciplinadamente a los imperativos de su asilo. No podrá hacer lo que, según propia confesión y poniendo de manifiesto la aterradora falta de seriedad de la dirigencia de ambos bloques, podía hacer libremente y sin aparentes cortapisas, desde su prisión domiciliaria: recibir a altos oficiales de las fuerzas armadas y funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro, como Maikel Moreno y otros tartufos de la tiranía.
Cuenta María Corina Machado con el respaldo de un extraordinario equipo político, técnico y profesional que podría darle un importante relanzamiento a los esfuerzos del pueblo venezolano por dotarse de un organismo de dirección unitario a su lucha liberadora. Su presencia junto al diputado Guaidó le daría la respetabilidad con la que ella cuenta a nivel internacional y de la que él, pese al reconocimiento de su gobierno, carece. Pero sobre todo, unificando las fuerzas de la liberación, dotaría a ese organismo unitario de una clara concepción estratégica, sin la cual toda iniciativa carece de sustancia y contenido. Como quedara trágicamente de manifiesto el pasado 30 de abril.
No sé si esa unidad de Juan Guaidó con María Corina Machado es posible. Si no lo es, seguiremos dando tumbos. Juan Guaidó, privado del respaldo de quien jugara sus últimos cartuchos en una rocambolesca y cuestionable jugada de sálvese quien pueda, requiere de todo nuestro respaldo para obtener la victoria en nuestra marcha hacia la libertad. El de María Corina Machado podría marcar la diferencia. Que Dios los ilumine.
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