La novela, al menos en su parte anecdótica, narra las peripecias del padre Quijote y un compañero al que apoda «Sancho», un político rural ateo y filocomunista (es España, sí, pero Franco ha muerto y no es indispensable que un alcalde sea de derechas), a bordo de un viejo automóvil convenientemente bautizado como «Rocinante».
Dichas aventuras reproducen, con las modificaciones y ajustes de rigor, episodios arquetípicos del Quijote original. Pero me topé, en aquella primera lectura, con una historia que consta, además, de profusas discusiones sobre las esferas materiales y espirituales, sobre el culto, la política, el mundo y los hombres que lo pueblan, pero también con una prosa de agilidad sorprendente que permite navegar sin entregarse al tedio por las aguas de la reflexión y la ideología.
Hay en Monseñor Quijote una sensación permanente de travesura intelectual. Jorge Ibargüengoitia destacaba la capacidad de Graham Greene para construir «divertimentos» literarios, es decir, historias escritas por el simple placer de hacerlo, como una suerte de reposo entre la redacción de sus obras «más serias». Ese espíritu lúdico, esa íntima libertad que el escritor consigue cuando escribe con un guiño, casi para sí mismo, es patente en las páginas de esta novela.
En ellas se encuentra el amor profundo de Greene por la cultura, el paisaje y la tradición de España, y se encuentra también su fe católica (que comenzó como una obligación, por su matrimonio con Vivien Dayrell-Browning, a quien conoció discutiendo sobre teología, y que se convirtió, con el tiempo, en una suerte de cálida y firme certeza) y está la inagotable capacidad del británico para abordar la tensión entre dos hombres de ideas y temperamentos opuestos pero unidos por alguna impredecible coyuntura (el padre Quijote y el alcalde Zancas en Monseñor Quijote o los inolvidables Fowler y Pyle en El americano impasible).
Ahora Océano nos trae una nueva traducción de esta obra que la hace más cercana al lector mexicano, esta aventura tardía de dos hombres, uno católico y otro comunista, uno Quijote y el otro Sancho, felizmente despojados de odios y ajenos a los vericuetos de la posmodernidad, cuyas dudas no las paralizan sino les sirven para mostrar su humor, y su entrañable humanidad, con una serie de diálogos veloces y a veces desconcertantes que evocan a los personajes de Beckett o Ionesco, sus antípodas morales.
Porque monseñor Quijote, el personaje, ascendido a su pesar y amistado con quien debería ser su adversario, es, esencialmente, un tipo capaz de encontrar el sentido de la vida justo donde otros lo perdieron.
Y que, tal como su ilustre antecesor halló en la caballería la lanza y el yelmo ideas para luchar contra la confusión y el fariseísmo de su época, encuentra en la desacreditada fe un púlpito para arrojarle al presente las preguntas del pasado.
Graham Greene nació en Berkhamsted, Inglaterra en 1904. En 1926 se convirtió al catolicismo, condición indispensable para poderse casar con su novia, Vivien Dayrell-Browning. Fue uno de los novelistas británicos más prolíficos y aclamados del siglo XX. Combinó su catolicismo con su pasión por el thriller para producir una obra narrativa única. Escribió, entre otras novelas, El poder y la gloria, Viajes con mi tía, El tercer hombre, El cónsul honorario y Nuestro hombre en La Habana. Murió en Suiza en 1991.
Jorge Iván Garduño
@plumavertical
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