El más reciente “impasse” entre Trump y Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha concluido con un “acuerdo” que ambos presentan como victoria frente a sus audiencias claves en sus respectivos países.
Hace pocas semanas, Trump se llenaba la boca gritando a los cuatro vientos que había logrado “el mejor acuerdo comercial de la historia con México y Canadá”, tras un año de tensión en la relación con ambos países (los dos principales socios comerciales de Estados Unidos). En realidad, solo había relanzado, con otro nombre, el mismo Nafta, incluidos algunos ajustes que venían negociándose como enmiendas desde hacía dos o tres años.
Mientras el nuevo acuerdo aguardaba su aprobación parlamentaria –con resistencia de algunos sectores parlamentarios en la mayoría demócrata de la Cámara, por no haber incluido avances de relevancia en materia ambiental y laboral–, Trump lanzó otra de sus Twitter-batallas contra México: la amenaza de un arancel de 5% a todas las importaciones de México si su gobierno no frena la migración desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Dicho arancel se incrementaría mes a mes, mientras no se resolviese el asunto migratorio.
En cuestión de minutos, “el mejor acuerdo comercial de la historia” fue olvidado e incumplido antes de entrar en plena vigencia, violando la normativa que transitoriamente sigue en rigor. Trump había amenazado con el aumento unilateral de estos aranceles, una iniciativa carente de racionalidad económica, como herramienta para alcanzar un objetivo en materia migratoria sin atender las causas últimas del problema. Los miles de migrantes que tocan las puertas de Estados Unidos lo hacen empujados por la crisis humanitaria del triángulo norte centroamericano, agravada en buena medida por la indisposición de Trump de continuar invirtiendo recursos de cooperación y desarrollo para aliviar la situación que lleva miles de familias hasta la frontera para solicitar asilo o refugio en Estados Unidos, de acuerdo con las leyes del país y las normas internacionales sobre protección de los derechos humanos. El fundamento de su amenaza se basó en la invocación abusiva de facultades extraordinarias bajo la Ley de Poderes Económicos ante Emergencias Internaciones.
Con este ejercicio retórico y este cuestionado accionar jurídico, Trump retomó y comienza a dar forma a su narrativa electoral populista, desde el extremo de la derecha nacionalista que fundamentó su campaña en 2016. Desde el primer día, la imagen de México y los inmigrantes mexicanos (así como los latinos en general) han sido su saco de boxeo favorito para entusiasmar a sus seguidores, entre quienes se cuentan fieles creyentes de esa prédica xenófoba.
Al anunciar el acuerdo de “suspender” los aranceles que proponía, porque México se había comprometido a impedir el flujo de migrantes en su frontera sur, Trump aduce haberse anotado una victoria. Mediática y políticamente, frente a sus electores lo es, sin duda; y le sirve para esconder el fracaso de cumplir sus ofertas electorales en este campo, como es, entre otras, que a tres años de su elección no ha podido poner el primer ladrillo del absurdo muro que propuso para separar Estados Unidos de México.
¿Pero es esto positivo para Estados Unidos? En realidad, Trump no acuerda nada salvo echar atrás sus amenazas de imponer aranceles unilateralmente, advertido no solamente de las dificultades legales que podría encontrar en los tribunales de Estados Unidos y ante la propia Organización Mundial de Comercio, sino también por la recomendación de sus asesores (y presión de amplios sectores de la economía) que le demostraron el negativo impacto de esta medida, en el fondo un impuesto que pagarían los importadores y consumidores estadounidenses (no México) encareciendo el costo de la vida e introduciendo negativas disrupciones en la cadena de producción en muchas industrias que operan bajo un modelo de economía compartida o integrada con México. Al mismo tiempo, fue advertido de que la interrupción o disminución del intercambio en muchos rubros, como consecuencia del costo creado por estos aranceles, afectaría el empleo en las prósperas y dinámicas actividades logísticas, almacenamiento, transporte o distribución en y desde los estados fronterizos con México. Esto, sin pensar en las consecuencias que una retaliación arancelaria por parte de México tendría sobre decenas de rubros agrícolas e industriales exportados a ese país por empresas estadounidenses ubicadas en más de 30 estados, buena parte de ellos con gobernadores republicanos, por cierto.
Finalmente, si una batalla comercial terminase debilitando económicamente a México, impulsaría el problema migratorio desde ese país a Estados Unidos, en buena parte bajo control dadas la oportunidades que ese mercado de intercambios ha creado en México desde la existencia del Nafta, sumándose esto a la presión migratoria que atraviesa México desde Centroamérica.
La acuciosidad de la prensa logró dar con algunos hechos en medio del cacareado triunfo que alega Trump. Primero, la revelación de que el supuesto acuerdo migratorio no es nada diferente a lo que México ha planteado por años sin mayores resultados, por falta de recursos y capacidad operativa, además de obstáculos legales, sobre todo mientras no exista un horizonte de soluciones a la crisis de violencia y pobreza que azota al triángulo norte de Centroamérica. Por otra parte, las autoridades mexicanas consultadas por los medios negaron la versión expuesta por Trump según la cual México se había comprometido a comprar más productos agrícolas estadounidenses.
AMLO, por su parte, mostró una destreza a la que también está sacando punta en lo político dentro de México. A su base política le ha vendido que enfrentó con firmeza, y puso fin con inteligencia, otra “amenaza gringa” contra la soberanía e intereses mexicanos; pero a los sectores empresariales les mostró sin aspavientos que entiende, más allá de la retórica política, la vital relación económica y comercial con Estados Unidos como estratégica y que está comprometido con la defensa de ese intercambio sustentado en el libre comercio e iniciativa empresarial.
En pocas palabras, AMLO logra más que Trump, pues, sin cambiar su discurso, envía un mensaje de confianza, serenidad y aplomo en el manejo de este delicado asunto económico a los empresarios mexicanos y muchos sectores todavía alarmados o que desconfían de sus propósitos como jefe de Estado. Finalmente, al decir que trabajará para frenar este flujo de migrantes, AMLO responde también al rechazo que genera en muchos la imagen de las caravanas de migrantes cruzando territorio mexicano. De las palabras a los resultados hay un largo trecho, pero esta retórica tiene un impacto positivo para AMLO en lo político, incluso más allá de sus audiencias tradicionales.
Por el contrario, Trump, más allá de hablarles a sus audiencias cautivas y más comprometidas, crea más desconfianza en el plano económico frente al empresariado de su país y el mundo, mostrándose indispuesto a cumplir los acuerdos comerciales e internacionales que firma o mantiene Estados Unidos, socavando la institucionalidad que caracteriza a esta gran nación en el planeta. Entre los republicanos, incluso, la falta de compromiso con el libre comercio internacional genera una inmensa desconfianza.
En fin, esta historia impregnada de “gatopardismo” (donde todo cambia para no cambiar nada) es un juego de posturas e imágenes políticas que coloca a Trump en el mismo lugar de cualquier otro líder neoautoritario y populista que opera desde la derecha nacionalista. Algo inédito en la historia moderna y contemporánea de Estados Unidos, y sin duda una peligrosa regresión institucional.
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