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A Irma y a Rafael
Murió José María Cadenas, mejor dicho, murió Chema Cadenas, o el Chema y ya. Hombre público, sobre todo universitario, harto conocido y distinguido. Mi amigo, amigo de “quatre saisons”.
Desde hace bastante, sobre todo desde que se me muere a cada rato un amigo, decidí no escribir sobre esos acontecimientos, quién quita que por miedo, porque ya no debe ser muy generoso el tiempo que me resta. Pero me decía que era por repulsión a la hipérbole destemplada o al lugar común sempiterno. He repetido más de una vez, aquello de Cortázar, que los homenajes son puerta grande a la cursilería. Solo lo he hecho cuando me provoca romper el silencio -la actitud adecuada a la muerte, a la nada- porque me atrapa con intensidad y en general arbitrariamente algún recuerdo o se me convierte en ejemplo de una humana actitud a la que me da acceso franco.
Es el caso. Y para empezar quiero decir algo sobre el título de esta nota. Me da una gran curiosidad porque es prácticamente unánime en quienes lo conocieron, cosa inusual. Pero es de rigor agregarle el trillado verso de Machado “bueno, en el buen sentido de la palabra bueno”. En el sentido ético de la palabra, porque si no hasta podía significar pusilánime o pendejo, buen hombre, tristemente bueno.
Chema era bueno porque tenía una inmensa empatía y responsabilidad hacia el otro, hacia la especie y, por inmediatez y concreción, con sus conciudadanos. Y la practicaba con una constante y férrea disciplina, con agenda severa. Desde sus mocedades hasta el féretro. Tanto que ya extenuada su salud convocó en su casa una reunión con los compañeros para ver cómo podíamos modificar en algo, por poco que fuese, esta mierda en que vivimos. Y, anoto, el hombre bueno no fue el hombre buenista como dicen por ahí. Fue el combatiente contra el despreciable dictador Pérez Jiménez y militó cabalmente en la lucha armada en esa juventud comunista que quiso, equivocada históricamente, jugarse la tranquilidad y la vida porque hubiese igualdad y justicia en el mundo y luego fue masista cuando valía la pena serlo y antichavista por último. Un buen guerrero y un guerrero bueno, acoto. Ahí es que hay que sobredeterminar el calificativo. Su temple vital era el de dar, el de conciliar, de atemperar, el de amar, en síntesis. Nadie debe recordarlo, yo nunca, colérico, agresivo, odiando. Por el contrario, siempre buscando que su necesaria e irrevocable actitud moral se atemperara con la delicada sensibilidad de su ánimo y su don de gente. Fue él, junto con otros pocos, el que fundó aquel grupo Aquí cabemos todos, buscando la fallida utopía de que chavistas y opositores terminaran siendo un solo pueblo, en tiempo todavía relativamente propicio a esos anhelos; pero se le ocurrió revivirlo hace unos meses ya en los laberintos del odio a que hemos llegado.
Pero el perfil sería incompleto si no sumamos al hombre que cumplía con todos los actos y compromisos políticos, el hombre de cultura. Otra militancia. Ante todo la universidad, la UCV, donde fue director de la Escuela de Psicología, decano de Humanidades, vicerrector académico y candidato fallido a rector. Y en tiempos en que esa casa era la mejor inteligencia del país. Además, escribió obra densa en su especialidad, la psicología social. Pero no se puede recordar que pocos siguieron la cultura con tanto fervor como él, la exposición tal y el libro cual. Era otra forma de militar, de acompañar al país, al proyecto original e incansable de su existencia, su mano extendida.
Rara moneda, verdaderamente, tanta bondad y tanta lúcida tenacidad.
Chao, viejo.
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