No es tiempo de profetas ni teclados anónimos, sino de visualizar con precisión, analizar con detenimiento y profundidad, apartando deseos e intereses personales, grupales -naturales en cualquier persona, pero frecuentes contaminantes de percepciones-, momento de examinar y diagnosticar al país como lo que realmente es.
Son tiempos duros, complejos, de tensa calma, no de histeria, el adversario es complicado y confuso. Muchos están convencidos de que hemos llegado al final, de que 2019 es el último año de la ignominia castrista venezolana. Nos pagaron con promesas para entrar, ahora pagamos con dolor salir. De momento no será por la vía de la invasión militar, ni volverá la guerra fría, como ciertos analistas apuestan, un escenario parecido al conflicto de los misiles por allá en los años sesenta entre la Unión Soviética, Cuba y Estados Unidos. Por último, los que prestan atención a las cadenas de WhatsApp, avisando un golpe inminente, según el primo, el sobrino del amigo, de la tía, el abuelo de Donald Trump, Pompeo, Abrams, Bolton o un conocido de mi extrema confianza compadre de un militar.
Recuerdo a un amigo cuando expresaba que la guerra es el fracaso de la diplomacia.
Hace años muchos anunciaron el comunismo que ahora nos aplasta. La mayoría no creyó las profecías; de todas maneras, no solo eran hechas muchas con elementos rudimentarios que sonaban fantasiosos, pero, rodando el tiempo, han terminado por tener razón. No fueron profetas sino visionarios de una estrategia probada.
A estas alturas del desastre no importa si la poco eficaz revolución castro-chavista es desarrollo de una táctica deliberada destructiva, para después reconstruir una mitología de sociedad feliz con patria y disciplina comunista, o solo una interesada interpretación en la cual unos militares de segundo nivel, civiles fracasados en sus propias carreras, se aliaron para inventarse una distorsión del pensamiento de Simón Bolívar adueñándose, como hacendados del pasado medieval, de todo un país de ingenuos con todo y problemas, éramos felices, afortunados, pero no lo sabíamos.
Tras casi veinte años de ese desafortunado proceso aplicado por incompetentes y bandidos, pensar en lo que viene es tarea fácil. Todo seguirá de mal en peor. Son tan incapaces que hasta la maldad planificada la hacen mal. Dejaron caer en la ruina a una de las más poderosas, eficientes industrias petroleras del mundo; fundieron la estructura metalúrgica y aluminio, la cual sus predecesores habían levantado. Obviamente, nada han logrado, no son dioses para resucitar muertos, hay que saber construir para rescatar escombros, ellos saben producir escombros, pero no hacer ladrillos.
Se encuentran, para peor desgracia nuestra, estancados en el país, porque donde vayan no solo les han congelado los miles de millones de dólares que habían birlado, estafado y robado de los dineros venezolanos -ahora sometidos al hambre, enfermedades, abandono de la salud pública, hiperinflación, escasez, precios que sobrepasan a cualquier sueldo, salario o bono de limosna-, además serán señalados, corren graves riesgos de ser encarcelados. El mundo es cada día más pequeño y amenazador, lleno de celdas. De oro quizás, pero mazmorras al fin.
Seguirán aquí, mudándose a mansiones con vidrios blindados, mármol hasta en las pocetas, todos saben dónde viven o se disponen a vivir confortablemente, la riqueza no es fácil de esconder para los ladrones. Porque es de ellos de donde surgirá la explosión por el hastío y la incompetencia, pues una mayoría no ha tenido las mismas oportunidades de enriquecerse, es la primera afectada. Las dolencias y malestares, con raras excepciones, no piden carnet político ni color de franelas ni guayaberas, el hambre y las dificultades tampoco.
Sin ser profeta, ni dirigente opositor o analista hablachento en los medios de comunicación. Solo hay que percibir, observar, sentir, la realidad a nuestro alrededor, decenas de protestas día tras día y en todo el país, precios incontrolables e inaccesibles, desaparición de productos que pretenden fijar con clavos ideológicos se disuelven en horas, una economía en situación agónica e incapaz de reaccionar.
Es inevitable, un cambio profundo previsible y lamentable se asoma violento, la arrechera crece con más lentitud, pero estalla con más fuerza, una transición dura, sacrificada, extensa, años de sufrimiento y privaciones que no podrán quitarnos de encima. Porque este dislocado castro-madurismo no es solo un problema de vaga política internacional, se ha convertido en diaria y costosa dificultad para nuestros países vecinos, los menos cercanos y buena parte de la comunidad mundial.
Nos guste o no a los venezolanos que en mayoría no somos culpables del desastre, pero sí responsables porque gracias a nuestras ingenuidades, habituales esperanzas de que alguien arregle los aprietos y problemas, llegaron al poder ofreciendo todo aquello en lo cual no creían y, aún peor, ni siquiera entendían. Cuando cerramos los ojos hace años, no vimos el camino por el cual entramos.
Hugo Chávez y sus acompañantes fracasaron en lo que era de su incumbencia profesional, los dos golpes militares de 1992; llegaron al poder porque los partidos políticos se encerraron en sí mismos, y los dirigentes fueron incapaces de ponerse de acuerdo para crear y aplicar una fórmula adecuada.
Ellos también mintieron, los ciudadanos venezolanos se equivocaron nuevamente. Lo que está por venir, ahora vendrá, es la única vía, el pago duro y largo de esa absurda y pesada hipoteca sociopolítica.
@ArmandoMartini
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