Desayunar en la calle se ha convertido en un lujo. Disfrutar de una empanada o una arepa con un jugo o un café pequeño en cualquier parte de Caracas representa un gasto superior a los 18.000 bolívares, equivalente a 90% del salario mínimo quincenal (20.000 bolívares).
El precio de una empanada varía de acuerdo con la zona. Pueden costar entre 5.000 bolívares y 7.500 bolívares. Un pastelito tiene diferentes precios dependiendo del relleno: si es de jamón o queso, 6.000 bolívares, pero si tiene carne o pollo, 7.000 u 8.000 bolívares. Los cachitos se consiguen aún más caros: 11.000 bolívares.
La arepa ya no tiene la demanda de antes. Los pocos establecimientos que las venden no ofrecen variedad. Su valor sobrepasa los 15.000 bolívares. Con queso o jamón, el precio es de 15.500 bolívares; mixta, 20.000 bolívares; queso amarillo, 18.500 bolívares; mixta con amarillo, 22.000 bolívares. La carne y el pollo brillan por su ausencia.
“¿Desayunar en la calle? Eso no lo hago desde hace años. A veces me provoca, pero cuando veo los precios pienso que con esos 18.000 bolívares que me puedo gastar en 2 empanadas y un jugo, puedo comprar una harina y hago las empanadas que quiera”, dijo a El Nacional Jesús Andrade, albañil de profesión.
La idea de Andrade la comparten muchos caraqueños. Diana Peñaloza, quien trabaja en un bufete de abogados, ni siquiera recuerda cuándo fue la última vez que comió en la calle. Aseguró que con lo que puede gastar en un establecimiento de comida, compra un kilo harina y charcutería.
“Mi sueldo no da para comer en la calle. Tengo dos hijos. No podría comer yo sola. Entonces, tendría que comprar como mínimo seis empanadas. Eso sería invertir mi salario de un mes completo”, expresó.
Karla Borges pertenece al reducido grupo de venezolanos que puede darse este lujo porque tiene un sueldo superior al salario mínimo. Sin embargo, reconoció que el dinero ya no le alcanza para comer todos los días en la calle.
“Antes desayunada todos los días afuera porque no me provocaba pararme temprano para hacer el desayuno. Ahora sí me despierto antes para desayunar en la casa. Solo como en la calle dos veces por semana. Si ganara un salario mínimo, no lo haría”, afirmó.
“No recibimos el retorno de la inversión”
Los comerciantes aseguran que cada semana se ven obligados a aumentar los precios de sus productos. Pese a ello, afirman que no tienen grandes ganancias. Solo les alcanza para mantener el local y pagar los sueldos de sus trabajadores.
Jorge Luis, propietario de un local en Los Cortijos, dijo que a diario venden entre 130 a 150 empanadas. Antes ofrecían arepas con diferentes rellenos, pero la crisis les ganó esa batalla.
A pesar de que en las últimas semanas han bajado un poco las ventas, él y su familia siguen apostando por Venezuela. Mantienen las esperanzas de que la tormenta hiperinflacionaria pasará pronto.
“Ahorita solo vendemos empanadas tradicionales. Ofrecíamos pabellón, pero la sustituimos por cazón. El precio de la carne y el pollo ha aumentado mucho en las últimas semanas y eso nos ha obligado a subir el costo de las empanadas. Con esto han caído las ventas, pero no podemos hacer nada. Seguimos apostando por Venezuela. Sabemos que pronto habrá un cambio”, añadió.
Manuel Dos Santos, un portugués que llegó al país durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), no está tan esperanzado. Afirmó que pese a sus esfuerzos, las ventas siguen bajando.
“La carne subió. Lo mismo el pollo y el queso. Ahora valen el doble de lo que costaban la quincena pasada. No recibimos el retorno de la inversión, pero no cerramos por respeto a nuestra clientela. Siempre hacemos un esfuerzo. Las ventas han bajado más de la mitad”, señaló.
Insistió en que lo que recibe por el pago de los desayunos, no da para cubrir los gastos. Esto lo ha llevado a pensar en un cierre definitivo de su local. “Si esto sigue así, para Navidad no habrá negocios abiertos”.
“Vivo en Venezuela desde hace 43 años. Aquí hicimos nuestras vidas, tenemos todo propio, apartamento, carro… Allá en Portugal no poseemos sino pocas cosas. Cuando llegué aquí, todo era perfecto. Había trabajo y poder adquisitivo. Hasta un obrero tenía para comprar una casa en una buena zona”, dijo con gran nostalgia.
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