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Carta abierta de Leocenis García al Departamento de Estado de EE UU

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El coordinador nacional de ProCiudadanos, Leocenis García, envió este domingo una carta abierta al Departamento de Estado de Estados Unidos. En la misiva trata la crisis que atraviesa Venezuela.

El periodista y empresario aseguró en la carta que el gobierno del presidente Donald Trump puede ayudar a Venezuela a resolver “cabos sueltos” que permitirán poner fin a la crisis del país.

García destacó que gran parte de la Fuerza Armada Nacional está de acuerdo con una salida del régimen de Nicolás Maduro. Afirmó que reconocen su incapacidad para gobernar el país.

A continuación la carta completa de Leocenis García al Departamento de Estado:

Hace un tiempo, el gran empresario Marcel Granier envió una carta secreta a Hillary Clinton en la que le pedía intervenir en un conflicto de Hugo Chávez. Este presionaba empresas con capitales estadounidenses para sacar del aire a RCTV, el canal de televisión que fue clausurado.

La respuesta entonces fue la justificación de no inmiscuirse en ese asunto. Bajo un tecnicismo diplomático el gobierno del presidente Barack Obama miró a un lado.

Lo que vino después todos lo conocemos. Uno a uno fuimos cayendo como moscas. Primero RCTV, luego los circuitos de radios, finalmente los periódicos –incluso el mío: 6° Poder–. Todos fuimos cerrados ante la indiferencia de la diplomacia.

Es obvio que las cosas han cambiado. Pocos pueden negar los esfuerzos del gobierno de Donald Trump, y del Departamento de Estado para que sea la acción –y no la indiferencia– el que marque el curso de acontecimientos de una Venezuela donde la democracia ha sido clausurada, y los derechos más elementales (sacar un pasaporte, acceso a alimentos, acceso a medicinas, o el respeto a la vida y propiedad), están evidentemente comprometidos.

Hoy, cualquier requisito mínimo de libertad económica y respeto a la libre empresa desapareció en esa caricatura sin legitimidad que Nicolás Maduro comanda. Sin embargo, es necesario entender a la actual Venezuela.

Una nación que nada tiene que ver con los informes interesados de quienes pueden hacer –y pagar– lobby, para vender su verdad. Por cierto, una verdad siempre interesada, en la que existimos una enorme masa de opositores enfrentada a cuatro pistoleros del chavismo.

La realidad de Venezuela es compleja, pero muy sencilla para desmontar el régimen opresor de Maduro.

Hugo Chávez, en su momento, despertó en los militares una enorme simpatía por los espacios que le proporcionó en los asuntos de Estado. Desmontando la posibilidad que los generales y altos mandos vinieran casi exclusivamente de la clase media, y permitiendo que hijos de sectores D y E (favelas o barrios) ascendieran a los más altos puestos del Ejército.
Hoy, esa FANB –que por cierto no se puede meter en ese saco de que todos son narcotraficantes y asesinos– muestra sus preocupaciones por la incapacidad del actual mandatario Nicolás Maduro para mantener un mínimo de normalidad en Venezuela.

Estoy muy consciente de que los militares desean una salida del jefe del Estado fallido (lo llamó así reconociendo que tiene un poder de control militar en un Estado soberano que ha fallado en la garantía de servicios básicos). Pero hay varios cabos sueltos para resolver la crisis, y creo que el gobierno de Trump podría ayudar a resolver:

1- La realidad de las filtraciones de cualquier plan que acerque a una salida de consenso. Las discusiones por email, el constante rumor de los emisarios políticos que están en contacto con Washington. Una cosa realmente infantil que crea desconfianza entre todos los actores, especialmente en el sector militar.

2- El ignorar que el propio Maduro debe ser parte de una negociación mínima en la que se pacte con él las condiciones de su rendición. Una muerte honrosa que suponga su salida del poder acordada y en paz. Sin intermediarios, de manera directa.

3- La necesidad de ser coherente con la realidad aceptando que lo máximo que se puede aspirar en Venezuela ahora es a una transición. Y una transición supone la convivencia con el viejo establishment político, habida cuenta de que una transición no es un proceso plenamente democrático ni autocrático. Es un paso previo a la normalización democrática.

4- El reconocimiento de la Asamblea Nacional y de su presidente –este o el que venga– como autoridad de consenso, al fungir como cabeza de un cuerpo diverso, colegido, con fuerzas distintas y con diferencias ideológicas. El presidente de la Asamblea Nacional no representa al Frente Amplio, a la MUD o la oposición estrictamente. También representa a quienes fueron elegidos con el voto popular que hoy no se sientan en esa curul y que apoyan al régimen actual.

5- La aceptación de que en una transición el jefe de esa junta la colocan –por consenso– que integran y firman el decreto que justifica una acción con el fin de subvertirse el ordenamiento vigente constitucional. Una transición deroga el orden establecido y por la necesidad de restituir el orden democrático, crea un decreto transitorio de convivencia.

6- El entendimiento práctico de que una transición obliga como mínimo a dos años para convocar unas elecciones en un país pacificado. No se puede ignorar procesos como el de Polonia con las elecciones semidemocráticas de 1989, o el pacto de la Moncloa en España, y el propio proceso de transición de Suráfrica con Nelson Mándela.

7- La necesidad de una ley de olvido y perdón. Una Comisión de la Verdad. Pero, sobre todo, las garantías para que los más comprometidos con la dictadura puedan abandonarla con los acuerdos mínimos de rendición que en cualquier guerra son necesarios.

 

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