Un buen amigo planteaba en estos días que las fronteras de Venezuela se habían ampliado… No entendía lo que quería decir, hasta que explicó que la masiva emigración venezolana, que llega a todos los rincones del mundo, era lo que estaba ampliando nuestras fronteras tradicionales.
Creo que tiene razón. Y es que una cosa son los límites territoriales de un país, y otra su proyección nacional más allá de esos límites, precisamente a través de la presencia de una parte significativa de la propia nación en numerosos países. Es el caso de Venezuela, tal cual.
De 30 millones de venezolanos, casi 4 millones han emigrado en los últimos años, y la cifra crece con rapidez por la carga muy pesada de la crisis humanitaria que asola a la patria. Crisis o, más bien, catástrofe, que no solo tritura el presente, sino que por ello impide la posibilidad de un futuro humano y digno.
Estas líneas no pretenden buscar «el lado positivo» a una realidad trágica. No. Lo que pretenden es tratar de comprender un efecto o consecuencia de la diáspora venezolana. El nuestro, bien lo sabemos, es un país con una cultura social abierta. Eso es bueno. Y también tenemos aspectos negativos en cuanto a valores y maneras de ser. No es la oportunidad de insistir en ello, porque el punto en cuestión es que la cultura nacional, con sus luces y sombras, ya no radica únicamente dentro de las fronteras convencionales, sino que se despliega por todas partes.
Eso es lo que significa el referido planteamiento de la ampliación de las fronteras. En Bogotá o Santiago de Chile, en Miami o Nueva York o Montreal, en Madrid o Londres, en Dubai o Sydney, en Singapur o Hong Kong, en todas partes, repito, hay contingentes de venezolanos que se van agrupando en comunidades, algunas de ellas muy numerosas, en las que vive la cultura venezolana, con nostalgia, con orgullo y, sin duda, asimilándose a las culturas vernáculas, pero sin perder su identidad en el corto plazo.
Una porción muy importante de la emigración venezolana esta compuesta por jóvenes. Tanto por profesionales o trabajadores de las nuevas generaciones, como por estudiantes. En ellos ya se encuentra el fundamento de nuestra cultura, pero no con la madurez necesaria para garantizar su permanencia en un ambiente distinto y, no pocas veces, hostil.
Sí, esa cultura se puede difuminar con el paso del tiempo, sobre todo si este es prolongado. Es muy probable, además, que los más jóvenes que se han ido se les haga muy cuesta arriba el volver, incluso si el panorama venezolano cambiara radicalmente para bien. Los más jóvenes –y esto lo digo por el conocimiento de mis estudiantes– equivalen a Venezuela con un caos. Son dos caras de la misma moneda. Es lo que les dice, o grita, su experiencia personal. No conocieron una Venezuela distinta o promisoria. No creen que eso sea factible.
Los terrenos de la denominada futurología suelen ser pantanosos. Prefiero, al menos en estas breves líneas, concentrarme en el presente, ya de por sí bastante riesgoso. Y ese presente nos indica que muchas costumbres venezolanas de diversa índole, de positiva y negativa factura, se esparcen por los cinco continentes, y proyectan al país de una manera absolutamente nueva.
Esas proyecciones van delineando el alcance de las fronteras venezolanas en este siglo XXI, tan provechoso para otros y tan desolador para nosotros. El turbomotor de la emigración masiva es la aguda desconfianza en Venezuela. La carencia de esperanza de millones de compatriotas con respecto a su propia patria. Eso tiene que cambiar y, desde luego, que primero tiene que cambiar de forma sustantiva el poder establecido.
De una hegemonía despótica y depredadora debemos pasar a otra etapa que nos encamine hacia la libertad y la prosperidad. Lo que se dice fácil, pero hacerlo supondrá una labor titánica.
Mientras tanto, se siguen ampliando las fronteras de la cultura venezolana, la más de las veces a contravía del sentimiento de los que se han ido, se van o piensan irse. Ojalá y estemos cerca de una época distinta. Una en la cual dentro de las fronteras convencionales se recupere y se relance la soberanía en democracia, y una en la cual las fronteras ampliadas sean un reflejo de lo mejor de Venezuela.
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