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Réquiem por la Cinemateca Francesa

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La Cinemateca Francesa ha muerto. Ha decidido morir en soledad y en vivo, dejando que un grupo la visite como la ruina, como la tumba de una modernidad que cree resistir en la defensa de la memoria, pero que en realidad se extingue en el olvido del piloto automático. 

Concurrida por críticos aficionados y de profesión, la visité preguntándome si los colegas parisinos comentan o se han dado cuenta de la agonía que embarga la institución que alberga el edificio diseñado por Frank Gehry en Quai de Bercy de París. 

En una locación envidiable, por supuesto. Pero no menos aislada y desconectada del sentir de la ciudad, de la naturaleza indómita y problemática de la calle. 

¿Será que fingen demencia y creen de verdad que la Cinemateca Francesa es lo que fue en antaño? O capaz es que la encontré en un día flojo y con poca gente, con gente silenciosa y adaptada a un contexto exageradamente solemne, por no decir funerario. 

Escribiré sobre lo que vi y experimenté sin ningún tipo de concesión. 

Como lo aprendí de los críticos vehementes de Cahiers Du Cinema, que inspiran la Cinemateca. 

En palabras de Francois Truffaut, remasterizadas por la profesora Malena Ferrer, el cine de papá habría dado paso a la cinemateca de papá, que hoy palpamos en 2019. 

Varios signos y síntomas son preocupantes. Seguramente explican la falta de quórum del lugar. La falta de sangre, la falta de vida. 

Empecemos por la atención. O por la falta de ella. 

¿Quién entrena a los muchachos que reciben y atienden en las librerías y en la taquilla con caras de desgano, con rostros de hastío?

¿Por qué una joven, que tiene la edad de una de mis alumnas de la materia de cine, es la encargada de romper los tickets en el museo del cine? ¿Qué sabe ella de cine? ¿Qué sabe ella de Henri Langlois? ¿Está allí por ser una becaria o por los salarios bajos? Si es una erudita precoz, por qué no me guía y me orienta con esmero. 

Viendo las cámaras de Lumière y compañía, saco el celular para tomar fotos. De un lugar oscuro aparece otra dependiente para decirme que no puedo tomar fotos, con el tacto de una vigilante de seguridad, de un policía de punto. Tampoco me da mayor explicación. 

En París asistí al Museo de Arquitectura, al de Antropología, al Louvre, al Museo de los Impresionistas, al museo del Centro Japonés, a la Galería de la Villette, al Pompidou. En todos se me permitió tomar fotos. 

Puedo, entonces, comprender por qué estaba solo en el museo de historia de la Cinemateca, donde dos salas han quedado reducidas al espacio de una, mutilando el recorrido y frustrando la compresión de la historia del cine. 

No puedes detener un museo del cine, en la Cinemateca Francesa, cuando apenas vas a entrar en el período de las vanguardias. Es como ofrecer una entrada del Louvre, que se limite a brindar acceso al área de las estatuas de la Zona Cero. Y nada más. 

No hubiese pagado la entrada para el museo del cine si me explican que haré un recorrido truncado por la historia del cine. Menos en París. Menos en la Cinemateca Francesa. Es inadmisible. 

Tampoco hubiese pagado la entrada si me dicen que no podré tomar fotos y videos con el teléfono. 

Si piensan que así preservan algún tipo de secreto, de patrimonio o de experiencia, cumplo con el deber de refutarlos. 

Al contrario, su tesoro circula y gana valor en la interacción con sus visitas, con su audiencia, con su público, con los profesionales que lo valoramos. 

Les recomiendo incentivar la participación del público con el museo. Hacer que los jóvenes se tomen fotos con la calavera de Psicosis, con los afiches de Griffith. 

El cine puede volver a ser una fiesta, algo ameno y alegre. No desestimen el poder de la empatía del cine. No subestimen la influencia de los mensajes en red, de la era de los metamedios.

Siento que la Cinemateca Francesa se refugia en un guion demasiado reactivo, conservador y estricto, además de viejuno y anacrónico.

Por eso programar un ciclo de Fellini, en el mes de mayo, parece un atajo predecible y carente de imaginación. Estas exposiciones y remembranzas del genio de Amarcord las he visto en ciudades como Roma, San Sebastián, La Paz, Ámsterdam y Caracas.

Pónganle creatividad a la grilla, amigos de la cinemateca, yo sé que ustedes pueden ser más que unos burócratas que se inventan una exposición recalentada con la obra de Fellini, buscando una comparación forzada y heteronormativa con Picasso. 

Fellini y Picasso. A propósito de un sueño y de una admiración mutua de patriarcas de la cultura europea. OK. Impresionante la colección del archivo. Discutible la curaduría. Pasado de moda el concepto. 

De nuevo, una concesión con la historia de las leyendas que cruzaron su camino. Ciertamente coincidieron en motivos y temas. Pero la estética del español no se condice con el barroquismo del autor de La Dolce Vitta. Así que parece la fantasía o el fetiche de un revisionista posmo que goza en proyectar sus mutaciones del arte y el cine. Cosas como de una tormenta de ideas en una agencia de publicidad. Steve Jobs más Einstein en un spot de Apple. 

En plan de honestidad, agrego que el edificio de Gehry es una de sus obras menos inspiradas. Y que eso influye. Por encima, la construcción puede albergar cualquier cosa. No tiene identidad. Es un no lugar arquitectónico de un arquitecto estrella que hace milagros cuando quiere y cuando hay más plata. Caso del monstruo Guggenheim de Bilbao, que es más que su pobre colección.

En cambio, la colección de películas de la Cinemateca es lo que da vida y justifica a una estructura que aqueja la asepsia y el minimalismo de una clínica snob.

Menos mal que están las películas para llenar de color, de energía y de luz a un centro que yace en el conformismo de su apartheid, de su destierro y de su desierto de imágenes. 

Volveré cuando renazca de su apatía, de su coma inducido. 

Lo mismo aplica para la Cinemateca Nacional de Venezuela, salvando las distancias, pues en el caso de nuestro país fue la censura, el macartismo y el sectarismo chavista lo que mató a la institución fundada por Margot Benacerraf. 

O las Cinematecas se actualizan y reinventan o perecen por culpa de su entropía, de su administración endógena, de sus auras frías.

PD: en la librería de la Cinemateca Francesa observé un libro dedicado a Netflix. Las cinematecas merecen ofrecer una respuesta digna a la expansión del modelo del streaming. Cuestión de replantear su sistema de pago y divulgación de contenidos. Es inviable la renta de los boletos del cine ante la economía de las plataformas de contenidos. Atención. 

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