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¿Por qué la MUD no participó en el fraude constituyente?

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Las críticas que se le hacen a la Mesa de la  Unidad Democrática desde la oposición son el resultado de la frustración que hay en la calle con una política que no logra derrocar a la dictadura, a pesar de que esta tiene a 80% de la sociedad en contra. No solo hay que evaluar el contexto objetivo que sostiene a la dictadura sino también las estrategias de lucha que se han empleado para confrontarla, y determinar si han funcionado o no para luego decidir un nuevo curso de acción o seguir en lo mismo.

Este es el tipo de debate que la MUD evade y no se siente obligada a llevar a cabo con sus bases. Asume que, después del triunfo parlamentario de 2015, tiene un cheque en blanco y sigue ensayando una y otra fórmula coyuntural para tratar de sacar a Maduro del poder, sin que hasta ahora ninguna haya funcionado. Lo más grave es que además sigue sin rendir cuentas de su gestión política. Por el contrario, continúa pivotante de una jugada a otra, sin evaluar los resultados de la anterior, en lo que más parecen movimientos azarosos que estrategia política.

Esos movimientos erráticos y zigzagueantes tienen su origen bien temprano, en diciembre de 2015, cuando el régimen ejecutó el golpe de Estado y la MUD fracasó al no calificar a la nueva situación política de dictadura y actuar en consecuencia desde la Asamblea Nacional. Cuando el Parlamento dominado por el oficialismo fenecía, aprovechó las últimas horas de 2015 para nombrar militantes del PSUV en el TSJ y darle todo el control jurídico-legal a la Sala Constitucional; en ese entonces hubo declaraciones contradictorias por parte de la MUD. Se denunció el acto como un golpe a la nueva Asamblea Nacional, pero se falló al no caracterizar a la nueva situación política como una dictadura o una tiranía.

La miopía en no definir la nueva realidad como un régimen dictatorial, puro y simple, probaría ser uno de los errores más grandes de la MUD. Al identificar al adversario tan solo como un régimen autoritario y no como una dictadura, la MUD decidía entramparse voluntariamente en el esquema de las reglas de un juego jurídico-legal que no controla; unas reglas que además serían cambiadas por el gobierno a capricho. No ver al régimen como lo que es, una dictadura, es lo que anima a la MUD a sentarse a dialogar y a tratar de negociar una transición política, cuando lo que el gobierno hacía era ganar tiempo para atornillarse en el poder y desacreditar a la oposición.

Casi un año más tarde, y luego de repetidos y sucesivos ataques a la ya precaria institucionalidad democrática, a la MUD no le quedaba más que identificar al gobierno como dictadura, aunque en la práctica lo siga tratando más como un gobierno autoritario.

Al fallar en caracterizar oportunamente al régimen como una dictadura, la MUD sentó las bases de lo que sería su futura estrategia: una lucha estéril dentro del marco legal del Estado chavista, debilitada por la incertidumbre y la represión institucional. Esta es la lógica que anima a los partidos de la MUD a declarar, con sospechoso optimismo, que la “única” forma de derrotar al régimen es con votos. No importa que el gobierno controle la autoridad electoral o que desconozca el resultado de las elecciones, como lo hizo con los tres diputados por Amazonas.

Esta lógica de dar la pelea “dentro” del viciado marco institucional chavista llevó a algunos voceros de la MUD, como Henry Ramos Allup, a negar olímpicamente verdades históricas y decir en un programa de televisión que “las dictaduras caen con votos, no con balas”. Esta falacia argumental en realidad trataba de ocultar en forma perniciosa que, ciertamente, luego de que las dictaduras son derrocadas por una conjunción de fuerzas políticas, sociales y militares, entonces el pueblo vota libremente. Pero no antes, como fue sugerido en forma engañosa.

De alguna manera, el régimen de Maduro ya logró su victoria política más importante: el control de la estructura mental de los miembros de la MUD, al convencerlos de que el cambio político “solo es posible dentro de este marco institucional.” Esto lleva inevitablemente a que la MUD asuma que no hay otra forma posible de lucha que la electoral permitida dentro del viciado sistema chavista. Todas las demás, de entrada, están descartadas. Y esta es la victoria más importante para el régimen porque puede adivinar y controlar los futuros movimientos de la MUD.

Siendo consecuente con la lógica que le ha sido impuesta por el régimen, la MUD no quiso esperar a conocer los resultados oficiales del fraude constituyente, ni saber la fecha de las elecciones regionales, ni siquiera saber si podría postular candidatos o no. Mucho antes de que todo eso ocurriera, ya los partidos de la MUD estaban embarcados en sendas campañas para la elección de gobernadores. Para justificar la jugada política ante sus bases desilusionadas, la MUD argumenta que “esos espacios no se le pueden dejar al gobierno”, y sus candidatos aseguran afanados que tampoco importa que la constituyente les quite atribuciones y hasta elimine las gobernaciones.

Si es cierto que esos espacios no se le podían dejar al gobierno, ¿qué llevó a la MUD a no participar en la elección constituyente, también convocada por el régimen, la cual sería en todo caso una elección mucho más trascendente que la de gobernadores? O sea, ¿qué hace diferente una elección de otra? ¿Por qué participar en una sí y en la otra no? Si la MUD está dispuesta a confiar en el sistema electoral que regirá las elecciones de gobernadores, ¿por qué no habría confiado en las mismas reglas que regularon el fraude constituyente? Si es realmente honesta la idea de no ceder espacios al gobierno, entonces la MUD ha podido participar en las elecciones de la constituyente, movilizar sus testigos a todas las mesas y hasta ganar la mayoría de esos espacios. Pero no lo hizo.

La evidente contradicción entre lo que se dice y lo que se hace es de una absoluta incoherencia. Y solo se explica por la extraña hegemonía intelectual que la dictadura ejerce sobre la MUD, que la hace dudar de sus propias fortalezas y la obliga a seguir jugando un juego cuyas reglas siempre favorecerán a la dictadura y que nunca podrá ganar.

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