La filosa hojilla es horizonte sombrío de abusos. La asamblea nacional constituyente se ha erigido en la guillotina que corta la cabeza de la República en un momento en que la dictadura es el fiel reflejo de la persecución contra la civilidad.
La nación la han colocado en un cepo: espera inerte que aterrice sobre su garganta la cortante acción del despropósito. La venganza henchida en el alma de los abusos. Son tan grandes sus anhelos de triturar a sus rivales que reabren los capítulos de sangre que la historia recopiló en las páginas de los fracasos. Hablan de tribunales de la verdad encarnados por mentirosos. Una especie de juicios populares para dar rienda suelta a su maldad.
La asamblea constituyente se abroga el derecho de actuar como el Poder Legislativo en funciones, tal como lo hizo el nazismo cuando mandó a incendiar al Reichstag el 27 de febrero de 1933 en aquella Alemania embriagada por las áureas fantasmagóricas de un degenerado en el poder. Como son un apéndice de los grotescos espejos del totalitarismo internacional, sus ejecutorias siempre serán la reedición del horror.
Muchos de quienes calientan las butacas que sustrajeron al pueblo –que no los eligió– seguramente desearían reeditar las terribles jornadas de La Habana en la década de los sesenta, cuando miles de cubanos fueron fusilados por negarse a vivir en una dictadura. Capítulos antillanos de lápidas sin nombre. Familias desgarradas por la insensibilidad que se creyó con el derecho de destruir a toda una sociedad, que sucumbió ante la maquinaria perversa. Aquellas balas penetrando los huesudos pechos de la libertad contaron con la anuencia de un Parlamento que aplaudió el crimen.
De soslayo observan con interés la actividad del gobierno norcoreano. Su estructura legislativa está dividida en 687 circunscripciones que forman la Asamblea Suprema del Pueblo, que simplemente complacen los caprichos del presidente eterno Kim Jong-un. Esa similitud entre regímenes adversos al espíritu democrático los hace abrazarse en la crueldad de sus actuaciones. Hemos descendido hasta niveles de putrefacción incomparables, somos la vergüenza del planeta.
Hace algunas décadas dictábamos cátedra de moral democrática, ahora el totalitarismo gubernamental hace que sus actuaciones gocen del repudio general mundial. Ningún país decente puede acompañar las barbaridades que caracterizan al clan de rufianes instaurados en un suprapoder absolutamente ilegal. Es tan dantesca nuestra caída que quienes dictan las normas son personajes con un amplio prontuario de fechorías. Ciudadanos sin la debida idoneidad que funcionan como una secta que protege sus intereses, sin importarles arrasar con las instituciones que estoicamente resisten la dictadura.
La inquisición busca liquidarnos. Hacernos rehenes en nuestra propia tierra. Que seamos despojos humanos, convertidos en pantanal de huesos relucientes. Víctimas de un régimen inmoral que secuestró la democracia…
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