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Grecia antigua y la Constitución (I)

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En estos tiempos de pretendidos debates constitucionales, conviene precisar que es una herencia griega la gran influencia que ha tenido y tiene en la civilización occidental el pensar acerca de las motivaciones de las acciones políticas, por lo cual el pensamiento político griego se reconoce en la vida y en las manifestaciones actuales de la cultura occidental, pues fueron los griegos los primeros que moldearon su acción con la aplicación de este pensamiento, al tratar de organizar su transcurrir colectivo en el marco de una serie de principios. Nuestra deuda es, en primer lugar, con los que crearon la ciencia política, que, para los griegos, se trataba de una ciencia práctica que buscaba descubrir cómo construir los cimientos de un Estado y cómo convivir ahí de la mejor manera posible.

Hay poco riesgo de que se olvide el aporte de la antigua cultura griega. Para evitarlo están Platón y Aristóteles. Pero, sí existe la posibilidad de considerar, como a manudo sucede, que la ciencia política en Grecia comienza con el primero y termina con el segundo de aquellos gigantes. Esto sería un error. En todo caso, ellos no oscurecen la contribución decisiva de otros pensadores, como Hesíodo, Heráclito, Protágoras.

Es tal la riqueza de sus aportes que uno, a medida que lee sus escritos, no sale del asombro al observar cómo todavía en la civilización occidental se organiza la vida en común en torno a lo que proponía Hesíodo: orden, derecho y paz, pero decidido, determinado, y aprobado por consenso, que modernamente se traduce, como decía Tony Blair cuando era primer ministro: Order, rule and proper behaviuor, esto es, orden, derecho y conducta adecuada. Y es sorprendente cómo se estudian estos pioneros en el mundo académico y en la crema y nata de la política europeos. Ahora bien, ¿cómo pueden legislar sobre una nueva Constitución más de 500 diputados que jamás han leído el legado griego? Si acaso 2 o 3 diputados, por lo cual esa asamblea nacional constituyente resulta una aventura, cuyo verdadero objetivo es la revancha y venganza políticas al través de la mal llamada comisión de la verdad y justicia, así como consolidar y prolongar el autoritarismo devenido dictadura, sobre todo, porque lo que allí se decida está impregnado del color de un solo partido, no hay pluralidad, no es democrático, no representa el arco iris del pensar venezolano acerca de cómo reorganizar la república después de esta devastadora tormenta política del chavismo.

Los eventos descritos en los poemas homéricos se sitúan, en gran parte, cerca del año 1200 antes de Cristo, y los poemas en sí se escribieron mucho más tarde (la fecha todavía es objeto de muchas discusiones); ellos transmiten las tradiciones que remontan a la Guerra de Troya. Pero lo que más nos interesa son las nociones políticas que a los griegos comunicaba su íntimo contacto con los poemas homéricos. Se encuentran allí cuatro ejemplos de algo que se parece a una organización política: dos en la Ilíada y dos en la Odisea, es decir, el reino de Ítaca, el legendario reino de los fenicios, la ciudad de Troya y la autoridad de Agamenón. En los cuatro es común la división entre el rey, los nobles y el pueblo, lo cual parece anunciar la futura distinción entre gobierno de uno solo, de pocos o de muchos. Lamentablemente, no hay en los poemas una descripción clara del poder político realmente ejercido.

Si tuviéramos el espacio podríamos analizar algunos términos políticos que aparecen en la Ilíada y la Odisea. El más importante es polis, que Homero utiliza en el sentido de ciudad, no de Estado. Cuando Aristóteles afirmaba que las relaciones entre gobernantes y gobernados nacían naturalmente de la necesidad de lograr la seguridad común, utilizaba el lenguaje de su época, pero confirma un hecho bien conocido por Tucídides: la antigua “polis” era un lugar para defenderse, algunas veces fortificada, otras apoyándose en las defensas naturales y de acceso difícil. Los habitantes eran los “polites” (ciudadanos). El lenguaje homérico distingue “polis” de “asto”, siendo este último término para catalogar a los residentes “no-politai” (no ciudadanos).

En cambio, “demos”, que se traduce como “pueblo”, es un término de gran importancia que, al comienzo, ha debido indicar un lugar, por lo cual su asociación con “polis” significa la ciudad y el territorio, y no la ciudad y su pueblo; las tierras fuera de la muralla de la ciudad, más allá de. Como “demos” significaba territorio fuera de la “polis”, se llegó a utilizar para designar a las personas que allí vivían, esto es, indicaba una colectividad. Había también el “ágora”, plaza de la asamblea, donde se reunía la colectividad no solo para hacer mercado, sino para hablar, tanto en tiempos de paz como de guerra, era muy importante en la vida social.

Fue también en los poemas homéricos cuando los ciudadanos griegos tuvieron por primera vez una idea de “justicia”; la palabra diké y sus derivados jugó un papel importante en el lenguaje político y legislativo; esta palabra es más concreta que “justicia”, “derecho”, posiblemente significó originalmente “manera”, “proceder”, tanto haciendo algo como en el arreglo de un litigio y comprendía procesos, penas, etc. Pero, al mismo tiempo se desarrolló la noción de que detrás de las decisiones de la ley estaba la “justicia”. Luego “diké” tomó importancia, además, como base de la “moralidad política” y de los “procedimientos judiciales”. Hay que notar que tanto Homero como Hesíodo consideraban que la mejor manera de hacer las cosas era de manera no violenta. Diké servía para contrastar los actos violentos, perversos.

Los acuerdos en las nuevas ciudades eran los “nomoi” (normas) establecidos o dictados por los “nomotetai” (legisladores). Esta fue la herencia política esencial de los filósofos del futuro. Las generaciones posteriores se acordaban siempre de los principios que guiaban la vida de los héroes homéricos, del consejo que dio Fénix a Aquiles: “Busca siempre la perfección y sé superior a los demás”.

No fue tanto de Homero que Grecia adquirió su pasión por la “independencia”, su odio a la “tiranía”, su fe en “libertad ordenada” y confianza en el “procedimiento consensual”, en el ágora, para decidir las normas directrices de la vida en común; mejor dicho, desde los tiempos homéricos se tendía al pluralismo, a considerar todas las opiniones concernientes a temas determinados de la vida social; por eso, la pretendida asamblea constituyente de Maduro nos retrae a tiempos anteriores a Homero por su sectarismo, arcaísmo y monopartidismo. ¿Cómo un sector minoritario pretende legislar para el todo, para la vida social venezolana, sin considerar lo que piensan los demás en asuntos tan relevantes? Por ello, la asamblea nacional constituyente no es representativa y es ilegítima. ¡No trascenderá!

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