Hace unas semanas escribí algunos comentarios sobre el dilema que se le presentaba a la oposición venezolana: participar o no participar en las elecciones regionales convocadas por Nicolás Maduro y Tibisay Lucena. Ha corrido agua bajo los puentes y quisiera transmitirles unas nuevas reflexiones.
Ya la mayoría de los partidos de oposición tomó la decisión de inscribir candidatos para las gobernaciones. Las razones que dieron no me convencieron y, además de tardías, no fueron (que yo sepa) producto de una discusión abierta e inclusiva dentro del movimiento opositor.
Pero a lo hecho, pecho.
Lo que tenemos que preguntarnos ahora ante esta nueva encrucijada es: ¿qué hacer para que la lucha en contra de la dictadura se vea afectada lo menos posible por esa decisión? ¿Es el voto de unos y la abstención de otros el mejor camino? ¿Cómo combatir el desánimo y la desesperanza?
Antes de formular algunas propuestas, quisiera hacer una consideración personal:
No comparto el razonamiento de quienes piensan que la MUD “se vendió” y “traicionó” al pueblo venezolano. En mi opinión la MUD simplemente se equivocó. Muchos opositores están muy disgustados por el accionar de sus líderes, y tienen buenas razones para ello, pero yo presumo la buena fe, con los ojos muy abiertos. La mayoría de los dirigentes democráticos viven tiempos de riesgos, de sacrificios y muchos de ellos de estrechez económica. Lo digo porque conozco a muchos de ellos. No niego que existan vagabundos. En toda actividad humana los hay. Pero la mayoría de los dirigentes fundamentales no lo son. Que actúan movidos por ambiciones personales, es verdad. Nunca conocí un político que no se moviera por algún grado de ambición, como ocurre también en otras profesiones o actividades. Que la ambición sea lo único que los mueve, cada uno piensa como quiere, pero es obvio que consideraciones de estrategia tuvieron un peso importante a la hora de decidir. Que las decisiones muchas veces tienen que ver con los intereses partidistas, es verdad y lo lamento, pero todos saben que el mayor interés partidista es salir del chavismo. Que se hayan vendido al gobierno, por dinero o migajas de poder, salvo rarísimas excepciones, tampoco lo creo. Los hay poco inteligentes y no muy honestos, pero son minoría. Nuevamente, lo digo porque los conozco. Y ante la frecuente acusación de que sacrificaron todo por un cargo, digo que ser candidato a gobernador puede satisfacer el ego de algunos, pero provechos personales habrá muy pocos: quienes han aceptado postularse, compraron un pasaje para la persecución y la cárcel.
De haber elecciones y de resultar ganadores, serán gobernadores con las manos atadas. Las candidaturas son meramente simbólicas.
Dicho esto, me atrevo a hacer algunas propuestas, sin pretender dar lecciones a nadie:
La primera es una verdad de Perogrullo: no se puede abandonar la calle. Pero, si a ver vamos, la calle ya se estaba perdiendo. Casi cuatro meses de represión, de gases, de perdigones y de arriesgar la libertad y la vida, traen consigo lo que eufemísticamente podríamos llamar una “fatiga”. La calle no se “enfrió” únicamente por la decisión de la MUD, aunque esta, sin duda, ayudó.
La calle es el instrumento movilizador por excelencia cuando se enfrenta una dictadura. Respaldo la idea de recentrar las razones de la protesta: al pedido de democracia, de elecciones libres y de libertad para los presos, hay que agregar una cada vez mayor queja por el hambre, por la inseguridad, por las enfermedades que no se atienden, por el salario que no alcanza.
En segundo lugar, hay que reforzar, reconstruir, intensificar y también reinventar la unidad. Nadie duda de que la MUD ha cometido errores, pero no sobra recordar que ha tenido grandes aciertos.
También es cierto que en estos últimos meses hemos visto, con emoción y admiración, la presencia cada vez mayor de una pléyade de jóvenes dirigentes, que nos llenan de orgullo y de optimismo sobre el futuro de Venezuela. La inmensa mayoría de ellos militan en los partidos de la MUD.
A la MUD hay que abrirla hacia la sociedad civil, hacerla eficaz, ayudarla a que aprenda a comunicar, exhortarla a que no excluya a nadie, pero, por sobre todo, mantenerla, con ese o con otro nombre. Por ello celebro la decisión de Alianza Bravo Pueblo, que no postulará candidatos a las gobernaciones pero permanece dentro de la alianza opositora.
Se puede discutir si conviene o no dialogar con el gobierno, pero ¿puede alguien, en su sano juicio, sostener que los opositores no deben dialogar entre ellos? Hay que dejar de lado la prepotencia, olvidar la intransigencia, no creer que la razón pueda ser objeto de monopolio. Descartar las viejas y nuevas rencillas. No seguir interpretando al gusto el mandato del 16 de julio. El único e inequívoco mandato del pueblo venezolano fue luchar por poner fin a la dictadura. El “cómo” se irá desarrollando paso a paso. Arroparse en interpretaciones de leguleyos es inconveniente, inútil y solo trae más división.
La disonancia, las contradicciones y la incoherencia desorientan al pueblo opositor, que es uno solo. La decisión de presentar (y la de no presentar) candidatos a las elecciones de octubre fue anunciada primero por cada partido y luego vinieron declaraciones conjuntas. Eso no tiene sentido, confundió, sembró escepticismo y estimuló la desconfianza.
Como bien ha dicho Luis Enrique Pérez Oramas: “Si la dictadura es el reino de una política sin reglas, entonces es también el espacio de lo que no conocemos. Y tendremos que aprender a actuar ante lo que no conocemos, evitando a toda costa las normas absolutas, los mandamientos tiesos, los maximalismos del discurso ante la amenaza inminente que es también el régimen del terror con el cual la dictadura se hace eficaz”.
La oposición se merece un “borrón y cuenta nueva” para formar un bloque político poderoso, eficaz y merecedor de la confianza de todos. Tal vez tenga razón Claudio Nazoa cuando afirma que “todos tenemos la razón”.
¿Mi conclusión? Hay que hacer de tripas corazón.
Hay gente que piensa votar y gente que piensa no hacerlo. Estamos divididos y los opositores no pueden dividirse. Es importantísimo entonces pedirles que reflexionen. Si hay elecciones cada abstención es un voto por Maduro. Hay quien piensa que la democracia es escoger entre males, el menor. Votar en vez de abstenerse puede ser lo mismo. Abstenerse es dejar en la estacada a mucha gente valiosa y, muy especialmente, a Miguel Pizarro, a Juan Requesens, a Stalin González, a Freddy Guevara, a David Smolansky, a Armando Armas, a Yon Goicoechea, a Carlos Paparoni, a José Manuel Olivares, a Manuela Bolívar y a tantos otros que bien se merecen nuestro respaldo.
Desde la distancia y con humildad, hago un pedido al venezolano de a pie:
resiste, sigue en la calle, continúa denunciando al gobierno en las redes, en las colas, en los transportes, en tu familia y en tu trabajo, convence cada día a más gente. Como dijo el profeta Isaías, “levanta con fuerza tu voz”. Emplaza y formula exigencias a los que son dirigentes y a los que pretenden serlo. Si estás convencido, haz campaña por los candidatos; si eso te resulta difícil o ninguno te entusiasma, limita tu acción a golpear todos los días al gobierno en todas las esferas donde vives y actúas. Pero, llegado el día de las elecciones, si es que llega, ve a votar, así sea, como alguna vez dijo Rómulo Betancourt, con un pañuelo en la nariz. Cada abstención es un regalo a la dictadura. Si aún crees que votar es una mala estrategia, tu abstención no la va a cambiar sino a empeorar. Nada pierdes votando, salvo “darte un gusto”, castigando a quienes crees que se equivocaron, pero también es darle un gran gusto a Maduro.
Recuerda que estás votando por los 120 asesinados, por los presos, por los torturados, por los heridos. Estás votando contra la dictadura, contra la corrupción, contra la incapacidad. Estás votando por el futuro de Venezuela.
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