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El festival que se fue al exilio

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Hace casi ya medio siglo, con motivo de los 150 años de la independencia de los países de la región, celebramos en San José, Costa Rica, el Primer Festival Cultural Centroamericano bajo los auspicios del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), del que era yo secretario general, y gracias al respaldo del gobierno de Costa Rica, cuyo presidente era entonces don José Figueres, uno de los personajes inolvidables de mi vida, el prócer que tras triunfar en la guerra civil de 1948 mandó a abolir para siempre el ejército, una de las grandes conquistas históricas de este país sin tanques de guerra ni aviones de combate.

Una gran fiesta cultural que hasta entonces no tenía precedentes, y de la que fueron parte una Bienal de Pintura, una Feria del Libro, un Festival de Teatro y un encuentro de escritores.

Desde entonces, y estoy hablando de mis años juveniles, la idea fue que si Centroamérica representaba una identidad cultural en su diversidad, debíamos apuntar a la excelencia por encima de la mediocridad para realzar esa identidad y esa diversidad: convocamos a la bienal a los mejores pintores y los premios fueron otorgados por un jurado que integraban Marta Traba, Fernando de Szyszlo y José Luis Cuevas. El premio mayor fue para el guatemalteco Luis Díaz, con el tríptico Guatebala.

El jurado del festival de teatro lo presidió uno de los grandes directores de Broadway, el panameño José Quintero, que entonces ponía en escena en exclusiva las obras de O’Neill. Y entre los escritores tuvimos a José Coronel Urtecho, Fabián Dobles, Carmen Naranjo, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Rogelio Sinán, Álvaro Menen Desleal, Carlos Martínez Rivas, Augusto Monterroso. San José fue todos esos días la capital cultural centroamericana.

De allí viene Centroamérica Cuenta, que nació en Nicaragua en 2013 bajo esos mismos parámetros de excelencia, y en esta nueva gran aventura cultural de doble vía hemos ensayado mostrar lo mejor de nuestra literatura, y traer hacia nosotros lo mejor de la literatura de fuera de nuestras fronteras.

Cuando la crisis que vive Nicaragua nos obligó a cancelar el encuentro del año pasado, buscamos un escenario alterno y encontramos asilo generoso en Costa Rica, de parte del gobierno del presidente Carlos Alvarado, novelista él mismo, y de su ministra de cultura, Sylvie Durán, quien supo articular los apoyos nacionales necesarios.

Hemos aterrizado ahora en San José para abrir carpa con más de 130 invitados provenientes de 21 países, entre escritores, artistas, músicos, cronistas, cineastas, críticos literarios, editores, traductores, y promotores culturales, una semana de encuentros literarios en diversos escenarios, empezando por el emblemático Teatro Nacional. Y el festival se desarrolla en paralelo a la Feria Internacional del Libro. Otra vez San José es capital cultural.

No podíamos haber encontrado una sede mejor que Costa Rica para seguir adelante con Centroamérica Cuenta, un país dueño de una dilatada tradición cultural, y que ha sido siempre, además, tierra de acogida, como lo es ahora y lo fue a lo largo del siglo XX, abierto y generoso con los centroamericanos forzados a huir de sus propios países ante olas represivas, dictaduras y golpes de Estado. Los intelectuales, artistas y escritores nicaragüenses, solo para mencionar a los más cercanos, han sido recibidos aquí a lo largo de la historia como huéspedes o expatriados: desde Rubén Darío a Salomón de la Selva, Pedro Joaquín Chamorro y Ernesto Cardenal, Armando Morales y Gioconda Belli. Lo digo yo, que viví 14 años en este país, y al que siempre regreso como a mi propia casa.

La ola que ha empujado ahora a Centroamérica Cuenta hacia Costa Rica ha arrastrado a miles de refugiados que huyen de la persecución y la violencia, de la inseguridad y la precariedad económica, acogidos de manera hospitalaria, igual que tantos otros en el pasado. La sombra de la xenofobia existe, pero no es la norma. La norma es la generosidad. Y el rechazo al otro, al que es distinto, es un fenómeno que hoy revive en el mundo alentado por la demagogia que incita al miedo y busca apelar a los sentimientos más primitivos.

Centroamérica es una pequeña región del mundo, invisible por lo general, a no ser por las catástrofes políticas y naturales, pero que ha sido y sigue siendo puente de culturas, donde igual que en el resto de nuestra América las calamidades y los desafíos de la realidad se trasiegan a la literatura, y constituyen para ella un alimento sustancial. Es lo que Centroamérica Cuenta busca explorar.

La violencia, la opresión, el desarraigo, las emigraciones forzadas, la corrupción, las pandillas, los carteles del narcotráfico, la injusticia social. La discriminación, la desigualdad de género. Los abismos de miseria. La pobreza que crece a la par que crecen las fortunas descaradamente mal habidas.

No se trata de matricular a la literatura alrededor de un catálogo de temas obligados, porque la libertad creativa es insustituible, y la escritura es el más libre y soberano de los actos; pero esas voces de la realidad tienen una fuerza de atracción poderosa para los narradores de historias, porque las vidas de los seres humanos son la materia de la literatura, y en la medida en que esas vidas son afectadas por la anormalidad de la realidad, que es la anormalidad de la historia, la literatura sucumbe ante el peso de esas voces insistentes, y es entonces cuando la realidad se transforma en arte vivo, y la literatura imita a la vida.

Mientras en Nicaragua no existan condiciones de libertad y democracia que amparen un encuentro plural y libre que busca dar peso a todas las voces y exaltar la creación literaria como acto permanente de rebeldía, Centroamérica Cuenta habrá de vivir en el exilio. En Costa Rica, o en cualquiera de los otros países centroamericanos donde ya somos reclamados, lo cual le da al festival, de todas maneras, una diversidad de escenarios que habrá de multiplicar su público. Lo cierto es que Centroamérica Cuenta seguirá contando.

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