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Minificción de los jueves: Eduardo Liendo

Caracas, 1943. De los principales narradores venezolanos. Ha publicado: El mago de la cara de vidrio, Los topos, El cocodrilo rojo, Mascarada, Los platos del diablo, Si yo fuera Pedro Infante, Diario del enano, El round del olvido, Las kuitas del hombre mosca, Contraespejismo, El último fantasma, En torno al oficio de escritor y Contigo en la distancia

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“Con esta entrega 156 de Minificción de los jueves terminamos este ciclo que comenzó en 2014. Ha sido magnífico tener un espacio semanal para difundir la literatura mínima en español.

Quiero agradecer a Nelson Rivera, Grisel Arveláez, José Antonio Parra, Lucía Jiménez y Graciela Yáñez Vicentini por su ayuda incondicional. También y muy especialmente le doy las gracias a los escritores que generosamente compartieron sus minificciones.

Es un honor finalizar con Eduardo Liendo, que no solo es un magnífico escritor venezolano, sino también uno de los más queridos”.

Violeta Rojo

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Ignorancia

El viejo prestidigitador, ante la desnudez excitante de la mujer, apeló a todos sus antiguos poderes celestiales. Después de cumplir un agotador sortilegio, logró el milagro de la erección. Pero ella, una neófita en las artes mágicas, comentó tontamente: “es muy pequeño…”.

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Suspenso

Ese astuto cojo, que sacudía violentamente un pie en el aire antes de posarlo en el piso, era el único bípedo que desconcertaba a los mosaicos.

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Estrategia

Es tarde, el individuo estaba decidido a violentar la regla: los deseos no preñan. Desde la acera de enfrente miró a la muchacha en el balcón (vestida como siempre, con una provocadora minifalda). Comenzó a observarla con firme insistencia.

Lola soportó la mirada lejana con burlona coquetería. Entonces el deseo del hombre se fue concentrando, intensificándose, hasta hacerse sólido. Hasta que pudo escupirlo, saliendo de la punta de su lengua como una frágil y blanca plumita. El hombre continuó mirando a la muchacha para mantener su atención mientras la plumita cruzaba la calle. Y después fue ascendiendo, girando graciosamente en espiral, hasta alcanzar la altura del balcón. Ya frente a ella, la plumita se escurrió sutilmente bajo su falta y la preñó.

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Asfixia

Todo ocurrió de manera tan brusca, que no tuve tiempo de asombrarme. En la puerta me despedí de Elizabeth, con esa prueba de ternura y tedio de todos los días. Presioné el botón del ascensor. Cuando se abrió, entré sin mirar y solo me encontré con el vacío. Fui a caer dentro de un pozo de petróleo espeso y me hundí lentamente en esa baba negra. Nadie vino en mi auxilio a pesar de los gritos; sin embargo, al final de todo, vi arriba una pareja de turistas gringos, que parecían divertirse mucho con mi situación y tomaban la que sería mi última fotografía como souvenir.

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Calistenia

Ella lo había amado rabiosa y fielmente desde la pubertad. Primero, padeció su distancia, después lo aproximó a su cuerpo en las noches solitarias entre sofocantes delirios. En esos precipicios imaginarios llegó a conocerlo íntimamente. La noche nupcial solo fue para ella una natural continuación de sus viejas secretas fantasías. Pero él, que poco o nada entendía de metafísica saltó del lecho y le gritó endemoniado por los celos: “¡Maldita! Eres una mujer experimentada”.

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Cambalache

El viejo pintor culmina su obra magna pintando en el lienzo a su gentil modelo desnuda. La modelo, una joven humilde, es amante de un tipo mediocre. El pintor desea retenerla para sí, pero es algo que no parece posible. Entonces, en el último extremo, le ofrece el valioso cuadro al hombre a cambio de que este olvide a la modelo. El individuo, sin considerarlo demasiado, toma el cuadro mientras íntimamente se congratula: “Qué suerte la mía, de todas formas pensaba abandonarla”.

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