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El esfuerzo compartido

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Actualizando un viejo mal, la antipolítica no se entiende sin el mesianismo. Pequeño o grande,  según la cuota o parcela de poder que se tenga, aun siendo la política un asunto público y compartido, todo ha de depender de alguna iluminada individualidad. Suele criticarse las figuras o figurones nacionales, pero también olvidamos a los reyes regionales o reyezuelos municipales que se eternizan, no creen en la alternabilidad, y asumen que todas las decisiones comunes que les compete son de carácter privado y exclusivo: nadie, salvo el iluminado, está en capacidad siquiera de discutirlas. Cuando ese iluminado por otras razones no puede ejercer ese derecho divino, unge a su heredero o sucesor de todos sus privilegios sociales y políticos, características muy frecuentes hoy en día, siendo parte del mal que hemos arrastrado.

Esta concepción de la vida pública se ve en diputados y concejales, en los partidos, en los colegios profesionales, en los sindicatos, en los clubes recreacionales, con sus eternos atornillados. Y es curioso que haya más cambios y relevos en los gremios empresariales. Pocas veces, dura demasiado el presidente de una cámara. En Fedecámaras, por ejemplo, ha sido regular por todos estos años la celebración de sus elecciones internas, como no ha ocurrido con la CTV y las otras centrales obreras que ya están descompuestas, sirviendo el CNE o el TSJ de pretexto.

Volviendo al asunto que nos ocupa, la antipolítica hace del líder que le sirve de emblema, además del fenómeno mediático que está más cercano a la feria de vanidades que a la orientación sobria y discursiva, un extraterrestre capaz de toda autosuficiencia. No hay cuestión que aparentemente se le escape y sabe de todo sin  comprobarlo, moviéndose  a punta de intuición e inspiración, pero al fracasar otros son los culpables. Sólo se queda con los beneficios.

La política es compartir esfuerzos, tareas, decisiones, momentos gratos e ingratos. Ese compartir es tener vivencias y alcanzar compromisos con quienes en varios frentes y diferentes materias pueden ayudar a la causa común. Lo bueno y lo malo, incluyendo las decisiones, es cosa de todos. Nada peor que escurrir el bulto, evadir las responsabilidades. Esto es: si fracasan las regionales, resultará que los promotores de la oposición se harán los locos y dirán “yo ya lo dije”; si fracasa la abstención que es en el fondo la clave de los que reniegan de la consulta, dirán “yo quería unas elecciones limpias pero…”. El pero está en los demás que llevaron a la decisión desacertada.

En  estos momentos tan controversiales, donde pareciera que la luz al final del camino la vemos de manera borrosa, muchas veces por tomar decisiones incorrectas y no saber caracterizar a nuestro oponente, que después de casi 20 años desestimamos su carácter dictatorial, nos toca solo una opción.  Y es hacer política con P mayúscula, dejando a un lado todo aquello que perturbe nuestro objetivo, apartando la vanidad , la diferencia  y hasta el simple hecho de no perder espacio, siempre interpretando al pueblo, para que sigamos avanzando y demostrando que el cambio está del lado de los que tienen la razón.

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