El ojo del huracán se posa sobre Netflix por la consolidación de una nueva hegemonía, producto del desgaste de los medios tradicionales de exhibición y distribución. No es la única plataforma streaming del mercado, pero sin duda ocupa el principal eslabón de la cadena digital de películas en línea, a cambio del pago de una renta mensual plana.
Con más de 1 millón de suscriptores alrededor del mundo, la empresa dejó hace tiempo de ser una promesa de los inversionistas, para erigirse en una apuesta segura de la bolsa de valores.
Wall Street y Nasdaq viven con ella una luna de miel. Los periodistas empiezan a hablar de un posible efecto, síndrome o revolución de la compañía.
En economías como las de Venezuela, Netflix permite romper con el bloqueo y la dificultad de acceso de innumerables piezas audiovisuales. Gracias a su menú, pudimos ver filmes censurados de resistencia durante el lapso de las protestas de 2017.
Varios documentales inspiraron la lucha y causaron dolores de cabeza a los inquisidores de la dictadura, quienes los condenaban en vano por sus redes sociales.
Al respecto, la programación de la página tiene una línea editorial bien definida, a favor de las banderas de los derechos humanos y los movimientos emergentes de la globalización en defensa de los valores de la democracia.
Los contenidos del portal apoyan la libertad de expresión, el ascenso de primaveras políticas y estéticas, el reconocimiento de las minorías oprimidas. Al mismo tiempo, hay interés por cuestionar a las zonas grises y oscuras de los sistemas de control.
Netflix denuncia los estragos de las tiranías y los regímenes totalitarios, así como ayuda a desmontar los espejismos de la sociedad occidental, a través de la proyección de series pesadillescas como Black Mirror y Twin Peaks.
Frente a tales retos, surgen las inquietudes de los reporteros especializados en la fuente.
Los críticos temen porque Netflix devenga en un reflejo de sus focos de cuestionamiento, en un reino artificial de la dimensión de un proyecto distópico, bajo el disfraz de una quimera de oro.
Siempre existirán recelos, infundados o no, ante la irrupción de una ventana de semejantes proporciones.
Ayer fue la llegada de la televisión e Internet. Hollywood perdió una tajada importante de la torta por repartir. No obstante, la meca se reinventó y superó el falso diagnóstico de muerte.
Hoy ocurre algo parecido. Los puristas claman al cielo, esgrimen teorías conspirativas, publican veredictos y manifiestos binarios. Pedro Almodóvar marca distancia en la alfombra roja de Cannes.
Nostálgicos del 35 mm, como Chistopher Nolan, renuncian a trabajar al servicio del mecenas del momento, refugiándose en su condición de autor privilegiado, mimado por los grandes estudios.
Otros creadores son menos deterministas, románticos y dogmáticos, al matizar sus opiniones. No ven en Netflix a un enemigo, sino a una alternativa para experimentar con la imagen y el sonido. Hasta ahora los resultados ofrecen un panorama desigual, aunque estimulante por la cantidad y calidad de las producciones originales.
Okja del coreano Bong Joon Ho supone una ligera caída en su trayectoria, a pesar de brindarle la ocasión de profundizar en sus investigaciones formales y conceptuales.
Death Note de Adam Wingard divide las aguas, entre la aprobación de la vieja escuela y el rechazo de los fanáticos de la generación de relevo.
Las fortalezas de Netflix radican en sus ficciones por capítulos, sus cortos y largometrajes documentales (nominados al premio de la Academia).
Las debilidades responden a la creación de cintas dramáticas por encargo, el etnocentrismo curatorial de la parrilla, la escasa información de los botones, el caótico diseño presto a la confusión del no iniciado, la saturación de una estructura de Torre de Babel donde nos sentimos víctimas de la incomunicación.
Amazon sería su némesis y freno a la hora de considerarse un monopolio. Por tratarse de una iniciativa joven e incipiente, aprende rápido de sus errores y sabe manejar sus conflictos.
Colegas del exilio cooperan y laboran en sus filas. Caso del director Hernán Jabes. Por la situación del país, recomendaríamos alentar al cine hecho en casa a la deprimida industria nacional.
De cualquier modo, le auguramos un futuro venturoso y reivindicamos su impronta por conciliarnos en tantas noches de desvelo.
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