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¡Huracán revolucionario!

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Quiero, antes que nada, pedir por todos aquellos que han sufrido en estos días recientes los embates de la indomable naturaleza. Quiero dar tres veces gracias a Dios y, en primer término, agradecerle estar vivo en medio de este universo, maravillosa escuela a la que por él asistimos a diario. Doy gracias a ustedes, quienes tienen la deferencia de leerme y compartir mis reflexiones. Doy gracias a todos quienes a altísimos costos personales son hoy en Venezuela resistencia frente a la dictadura. 

Por ejemplo, reconozcamos la institución fundamental para la vida consciente como es la libertad de pensamiento e información y que es asumida, a todo trance, por valientes comunicadores sociales junto con el personal que trabaja con ellos. Demos gracias también a los valientes empresarios y directivos que, con su visión e integridad, las hacen posibles. Esto nos permite expresarnos, aunque afrontemos luego distintos tipos de consecuencias por la política criminal de persecución que practica la dictadura venezolana. Desde cualquier concepción de su libre pensar en política, religión, preferencias individuales, orientaciones o gustos. A todos los periodistas de los distintos medios. A este en particular El Nacional que, con sus ya más de 74 años de ininterrumpida labor, sigue porfiada existencia por encima de dictaduras al final siempre temporales.  

Declarándonos indestructibles en el amor, al tiempo que nos reconocemos como seres con identidad racional, ejercemos nuestro derecho sin pedir permiso a nadie para expresarnos. Como afirmó el matemático, físico y filósofo francés René Descartes (1596-1650) “pienso, luego existo”, nos asumimos como libres pensadores. Y aún más, por todo ello, seres con fe en la vida, por lo que quiero pedirles que no nos dejemos abatir. Que luchemos para no dejarnos quitar ni un medio de comunicación más. Por el contrario, dispongamos toda la huracanada “fuerza y fe” del pueblo para recuperar a Venezuela y, por tanto, a todos nuestros medios que nos fueron arrebatados y silenciados por la dictadura.

Los hombres que creen hoy gobernar a Venezuela evidencian agotamiento de tanto reexprimir supuestas ideas revolucionarias. Estas, es innegable, solo son excusas para disfrazar sus esfuerzos criminales por continuar en el poder. Tratan de evitar, infructuosamente, lo inevitable. La acción de un mundo libre occidental que ya determinó su farsa electoral sobre la cual, hasta 2015, habían logrado montar un sistema eleccionario supuestamente democrático y libre. Así, mediante el fraude continuado de esa farsa electoral, pretenden continuar legitimando constantemente un supuesto mandato de origen popular, para seguir afianzándose en el poder de control despótico ¡de todos los poderes! y ¡de todos los medios del Estado! Esto está ahora totalmente develado.

Hoy no se discute en Venezuela, ni en el mundo entero, sobre la condición dictatorial o no del régimen de Maduro, sino sobre la magnitud del daño que le está haciendo al país. Suerte de destructivo calificativo como “huracán revolucionario” con que bautizó su predecesor-mentor al manipular la historia, había llegado a Venezuela (con él de la mano del castrismo) para dejar a su paso muerte y desolación. Cientos de miles de muertes por inseguridad personal incontrolada (en estadística poco confiable del Estado, pero que valerosas ONG venezolanas calculan en más de 25 000 muertes por asesinatos anuales en un país que va quedando con menos de 27 millones de ciudadanos por la huida migratoria). Miles de muertes por enfermedad, sin previsión de atención sanitaria, médica y sin medicinas ni equipos. Miles de muertes por hambre y desnutrición de niños frente a millones que apenas sobreviven. Todo ello en territorio tomado por narcotraficantes, terroristas, contrabandistas, especuladores financieros, y demás oportunistas de la tragedia humana.

Ahora legislan, desde esa megafarsa asamblea constituyente, “sobre delitos de promoción del odio”. Esto sería gracioso si no fuera trágico lo que nos acontece. Oficializan que pensar libremente es específico delito ¡contrarrevolucionario! Parece sacado de la novela del premio Nobel portugués Saramago, en la que el gobierno dictatorial le prohíbe a la gente morirse porque no hay ataúd ni sitio donde enterrar difuntos. Como ya es práctica cotidiana, siguen encarcelando cientos de venezolanas y venezolanos, de distintas condiciones, edades, militares, civiles, autoridades elegidas como alcaldes y diputados. No importa, caiga quien caiga. Castigan al que piensa, al que siente. Castigan al diferente, al que disiente.

¡Es tiempo de huracanes y tiempo de pensar! “El que siembra vientos no puede sino esperar cosechar tempestades”. Sería, más que un acto de tardía nobleza de parte de quienes aún acompañan a esta dictadura, un acto de sano arrepentimiento y sensatez abandonar el territorio del gobierno. Pensar que es, más que necesario, vital, evacuar dichos terrenos del gobierno por parte de todos aquellos que son “solo una paja llevada por el supuesto huracán revolucionario”. El huracán popular venezolano en formación, y con apoyo mundial, promete que será de milenaria recordación. 

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