En agosto y septiembre de 1977 fueron lanzadas en Cabo Cañaveral, Estados Unidos, dos sondas: Voyager II y Voyager I, respectivamente. La fecha no es arbitraria, pues se debió a la alineación de los grandes planetas exteriores, que no se repetiría en 170 años, y que permitió a las sondas recibir un impulso gravitacional para llegar eventualmente hasta Urano y Plutón. Una hazaña admirable a la luz de los avances tecnológicos que los que disponemos hoy.
Los sondas gemelas Voyager I y II son iguales en sus especificaciones técnicas. Ambas están provistas de un generador nuclear termoeléctrico de calor y corriente a base de plutonio de 420 watts. Para comunicarse con la Tierra, las dos tienen antenas parabólicas de alta ganancia de 3,7 metros de diámetro. En la Tierra se utiliza la llamada Red del Espacio Profundo —con antenas en EE UU, España y Australia— para captar sus señales.
Ambas pesan 826 kilos, y a bordo de cada una hay 11 instrumentos, entre los cuales se encuentran cámaras fotográficas de diversas frecuencias, capaces de tomar imágenes desde el espectro infrarrojo hasta el ultravioleta. Además, cuentan con magnetómetros, detectores de rayos cósmicos, espectrómetros y giróscopos estabilizadores.
Todo esto funciona con computadoras de la época, con una memoria comparable a los teléfonos celulares de primera generación. Sin embargo, la codificación de la tecnología desarrollada para las sondas Voyager ha contribuido a desarrollar las tecnologías usadas hoy por los teléfonos de última generación.
¿Dónde estuvieron?
En 1979, las Voyager visitaron los grandes planetas exteriores (Júpiter y Saturno), enviando las espectaculares fotografías que en su momento hicieran historia. Descubrieron que en uno de los satélites naturales de Júpiter, Ío, había 10 veces más actividad volcánica que en la Tierra, y que en la luna Europa había un mar de agua líquida. La visita a Júpiter y sus lunas cambió nuestra visión de los planetas exteriores.
En 1980, Voyager I visitó a Saturno y sus lunas, descubrió que el satélite natural Titán tiene una atmósfera de petroquímicos y que su lluvia es de metano. También observó el mundo helado de la luna Encélado. Todas esas lunas fueron observadas, y Titán fue visitada por la sonda Cassini-Huygens en el 2004.
Luego, en 1986, Voyager II visitó Urano y descubrió 10 nuevas lunas. En 1989, visitó Neptuno, mostrando su atmósfera azul de hidrógeno y helio.
¿Dónde están?
Al cumplirse 40 años de su lanzamiento en Cabo Cañaveral, las sondas Voyager I y II están saliendo del campo magnético del Sol, el límite del sistema solar. Según datos de agosto, Voyager I se encuentra a unos 20.800 millones de kilómetros del Sol, y su gemela está a unos 17.200 millones de kilómetros. Ambas avanzan a unos 55.000 kilómetros por hora con respecto al Sol.
A esta distancia, la señal de Voyager I a la Tierra demora 16 horas. La de Voyager II demora 15 horas. Se trata de una señal muy débil porque el generador nuclear se está agotando y solo tiene una potencia de 20 watts, equivalente a la bombilla de una refrigeradora. Sin embargo, la red de la NASA, con sus antenas ubicadas en tres continentes, puede recibir mensajes de hasta 20.000 millones de kilómetros de una sonda de 40 años, enviadas con un transmisor de 12 watts.
Perspectiva memorable
Según los astrónomos e ingenieros que vienen operando las sondas Voyager desde 1977, la observación más impactante recibida es la que llegó el 14 de febrero de 1990. Voyager II enfocó sus cámaras hacia la Tierra para obtener una imagen de todo el sistema solar, con óptima resolución; y en ella se ve la Tierra como un minúsculo punto azul. Una fotografía que nos da la perspectiva de nuestra importancia en el universo, a la vez de su vulnerabilidad.
Hace cuatro años, Voyager I cruzó el límite del campo magnético solar. Al pasar 40 años, está perdiendo el oído, mientras que Voyager II está perdiendo la vista. Ambas van a dar al espacio interestelar llevando a bordo cada una un disco de oro con mensajes de la Tierra.
Hechos antes del CD, los discos llevan mensajes grabados y dibujos con parámetros universales en el caso que alguna civilización extraterrestre los encuentre algún día. Los mensajes, creados por el astrónomo estadounidense Carl Sagan, debían llevar una imagen de un hombre y una mujer desnudos, cosa que no fue aprobada por la NASA.
Un futuro incierto
Ahora, las Voyager van camino a la Vía Láctea, y lo más probable es que pasen miles, si no cientos de millones de años, sin encontrarse con nada; seguirán avanzando hacia el centro de esta galaxia por el gran vacío del universo, millones de años después de que la humanidad haya desaparecido. Sin embargo, representan un logro increíble de la tecnología desarrollada hasta hoy.
Por lo pronto solo sabemos que dentro del sistema solar somos los únicos. Gracias a ingenieros y astrónomos que han logrado hace 40 años la hazaña de lanzar las Voyager, además de imágenes fascinantes del sistema solar, hemos recibido una vista de nuestro planeta que llama a la reflexión.
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