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Fragmentos de ciudad

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Highway traffic. Klaus Bürgle, 1959 (f. Space Age-Pinterest)

And all we call American.

Robert Frost. America is Hard to See. 1

1. Jobs 

Recorriendo Caracas, fueron apareciendo ante nuestra mirada una a una las arquitecturas de los norteamericanos. Espacios urbanos, parques, campos de golf, casas, urbanismos, jardines, edificios de oficinas, hoteles, infraestructuras, servicios, comercios. Todos ellos aderezados casi siempre por proyectos de diseño interior, diseño gráfico y diseño publicitario de gran importancia para Estados Unidos en el mid-century.

Ahora bien, «todo lo que llamamos americano» en Caracas fue la flor de un día, de unos años fructíferos, aunque en realidad breves. A diferencia de los italianos y de los españoles –las dos grandes corrientes migratorias que marcaron profundamente la ciudad–, los norteamericanos en esa época no llegaron para quedarse. Se relacionaron de manera distinta con la ciudad, más temporalmente, porque sus obras eran proyectos singulares, jobs, por los que venían hasta aquí, a esta terra incognita, a esta booming capital city, cual jungle cowboys, en los vuelos de Pan American World Airlines, a trabajar puntualmente para los diferentes clientes y empresas que los contrataban. Permanecían aquí por el tiempo que fuera necesario, durante el tiempo que duraban las obras y los contratos, muchas veces albergados en el Hotel Ávila, departiendo juntos, o más adelante en el Hotel Tamanaco, contemplando a la ciudad y su valle, under the stars. Luego partían de la fascinante Caracas, devolviéndose a sus oficinas en Nueva York, Chicago, Boston o Beverly Hills.

Salvo el caso de Hatch, quien permaneció en Caracas una década completa, o Van Kleek, que se mudó durante algunos años con su familia, o también Wendehack, que iba y venía incesantemente. De ellos, solo Vestuti echó raíces en la capital de Venezuela. Esto también explica la débil presencia de artistas en las arquitecturas caraqueñas norteamericanas, a pesar de que la práctica de integrar obras de arte en la arquitectura moderna era común por esos tiempos y estaba muy difundida back in the USA. El caso de Calder, quien vino de la mano de Carlos Raúl Villanueva a trabajar en la Ciudad Universitaria de Caracas, se convierte así en la excepción monumental que confirma la regla. El único artista en todo nuestro elenco.

2. «La memoria es el espacio en donde una cosa pasa por segunda vez». 2

Sumándose a las obras de los arquitectos, la planificación urbana y la influencia del American Way of Life sembraron raíces todavía más profundas y de manera asombrosa por toda la ciudad. A mediados del siglo XX Caracas fue justamente ese espacio de la memoria donde «todas las cosas americanas quisieron pasar por segunda vez», acompañando el desarrollo urbano en todos los campos del diseño. Hilando los fragmentos de la ciudad norteamericana por Caracas, los encontramos haciendo epifanías por doquier, incluso hasta en los espacios más domésticos. Estos fragmentos de la memoria urbana de América son hoy también Caracas.

A partir de la década de los cincuenta, la forma de la ciudad empezó a estar crecientemente determinada por el American Way of Planning introducido por el planificador californiano Francis Violich (1911-2005), quien fuera asesor de la Comisión Nacional de Urbanismo desde los cuarenta y en particular del Plan Regulador y de Zonificación de Caracas (1951-1958). Las ordenanzas de zonificación –el zoning–, los porcentajes de construcción, los retiros, los planos de uso del suelo y todas las herramientas derivadas de la planificación en los Estados Unidos de esos años, fueron incluidas en ese plan asesorado por Violich –entre otros–, instrumento que determinaría la forma urbana de la Caracas moderna y la sigue determinando en gran parte hasta hoy.

La influencia del American Way of Life, por su parte, alcanzó múltiples formas de expresión. La que salta a primera vista es la proliferación de la cultura del automóvil. Esta cambió por completo y para siempre el paisaje urbano de la ciudad tradicional. Son el conjunto de autopistas, muchas de ellas inspiradas en el Arterial Plan de Robert Moses, como la Autopista Caracas-La Guaira y la Autopista del Este. Son también los distribuidores viales –con loops de todas las formas y colores– como La Araña o el Trébol de Maiquetía. Son las estaciones de servicio que van variando en diseño según la década o la empresa, como la Superestación de Servicio Las Mercedes (Shell, 1959). Son los showrooms para car dealers, como el edificio Belcar en Colinas de Bello Monte (Roger Halle, 1952). 3

La cultura automovilística se observa también en la proliferación de los cines y de las cafeterías drive-ins, como el autocine en la urbanización Santa Mónica, el primero en Suramérica (1950), o la cafetería Taco’s de El Rosal. O en el auge de los estacionamientos mecánicos, que empezaron en 1951 al unísono en Madison, Wisconsin y Caracas, como los garajes automáticos de la Pigeon Hole Parking de Venezuela en Los Caobos. O en los grandes proyectos de infraestructura vial, como el nunca construido túnel Altamira-Caraballeda (1957), a ser trazado bajo el Ávila por los Holland Tunnel Engineers –autores del Holland Tunnel bajo el río Hudson, en Nueva York.

Dicen que beauty runs wild in the Caribbean. Los fragmentos de la ciudad norteamericana se multiplicaron en Caracas con furor. Los encontramos en algunas iglesias, como The American Church (El Bosque, 1949). En las escuelas, como el moderno Colegio Americano, en Lomas de la Trinidad (Dickey, 1959). En los primeros estadios de beisbol, como el Estadio de San Agustín (1928). En los campos de golf, como el Caraballeda Golf & Yatch Club (Van Kleek, 1948). En las distintas canchas de bowling, como el Bowling del Círculo Militar (Malaussena, 1953), y también en esos tanques de agua elevados sobre torres metálicas que aparecieron aquí y allá, como los que aún subsisten en zonas industriales como Los Cortijos de Lourdes.

Algunos modernos edificios de oficinas son también city fragments. Como el del edificio La Estancia (Chuao, 1960), el más paradigmático slab en la ciudad. Están además los diversos hoteles corporativos, como el Hotel Macuto Sheraton en Caraballeda (Malaussena, 1953). Los bancos, como The First National City Bank en Altagracia (Sanabria, años sesenta). Las tiendas por departamentos, como la Sears Roebuck de Venezuela en Colinas de Bello Monte (1950). Los automercados y centros comerciales, como el Automercado y Centro Comercial Las Mercedes (Hatch, 1954). Las fábricas, como la Procter & Gamble (La Yaguara, años cincuenta). Y las grandes obras de infraestructura, como la ampliación de los muelles de La Guaira (1938), ambas obras de la Raymond Concrete Pile Company of Venezuela.

Otros fragmentos son más claramente avatares. Como las urbanizaciones suburbanas tipo Houses in the Prairie –casas de la pradera–, enclaves del modern living, entre las que destaca la urbanización Las Mercedes (1940). O como el parque de diversiones Coney Island (Los Palos Grandes, años cincuenta). O la Concha Acústica José Ángel Lamas (Volante, 1950), tan inspirada en el Hollywood Bowl de Los Ángeles, y el Portal de las Águilas, que marca la entrada de Lomas de Las Mercedes (1940), emulando el portal del Empire State Building.

En arquitectura, la lista de los avatares la encabeza el monumental Centro Simón Bolívar (Domínguez, 1954), desde siempre comparado con el Rockefeller Center de Nueva York (1939). Luego siguen El Poliedro de Caracas en La Rinconada (Alcock, 1974), inscrito en la saga de los domos geodésicos de Buckminster Fuller; el edificio Angloven, showroom de Vauxhall-Lucas-Jaguar (Vegas & Galia, 1954) en Colinas de Bello Monte, que recuerda al edificio Chrysler Motors en la Chicago World’s Fair de 1933. O el muy miesiano edificio Cauchos General en la avenida Libertador (Guinand, Benacerraf & Vestuti, 1954). También los edificios Farallón y Centinela en Bello Monte (Fuenmayor & Sayago, años sesenta), que reflejan en su lenguaje la huella del proyecto de Marcel Breuer que se iba a levantar en el mismo lugar.

O bien el centro comercial El Helicoide en La Roca Tarpeya (Gutiérrez, 1959), que a su vez recuerda al Gordon Strong Automobile Objective de 1924 y al proyecto del Pittsburgh Point Civic Center (1947-49) de Wrigth;4 y la Torre La Previsora (Koifman, Borges, Pimentel y Koifman, 1972), que con su fachada inclinada en curva se asemeja tanto al edificio West 57th de Nueva York. Finalmente, la Torre Polar, en la Plaza Venezuela (Vegas & Galia, 1955), con tantas semejanzas al edificio Lever House en Nueva York –aunque en realidad lo precede–.5 Y el avatar más famoso: la wrightiana quinta Piedra Azul en el Caracas Country Club (Wallis, 1942), semejante en muchos elementos a la casa Fallingwater de 1939.

Por su parte, el mobiliario urbano y los detalles arquitectónicos también son poderosos objetos de la memoria. Como las farolas de hierro fundido estilo Washington o Empire que llenaron las calles de las urbanizaciones de Caracas en los cuarenta. O el uso muy popular del shingle style –emulado en concreto pintado– de muchas casas de Colinas de Bello Monte. O el gusto por los techos en A –a-pointed roofs–, como el Centro Parroquial N. S. del Rosario en La California Norte (Lampo, 1964). O la espectacular difusión que tuvieron las celosías de cemento –breathing walls–, cuyo ejemplo más paradigmático es el famoso «beehive» –panal de abejas– del Hotel Residencias Montserrat en Altamira (Guinand, Benacerraf & Vestuti, 1952). Y, por supuesto, la serie de anuncios de neón y vallas monumentales de hermosas tipografías, como la del mismo Hotel Montserrat.

Decía Ítalo Calvino que «(…) una cultura debe estar abierta a las influencias foráneas si quiere mantener viva su propia fuerza creativa».6 ¡Y vaya que Caracas estuvo abierta a la influencia norteamericana! Haciendo un nuevo recorrido por nuestro lush, tropical plateau, volvamos sobre las marañas de líneas configurando bacterias y amibas de las herrerías caraqueñas –y que tanto gustaban a Hatch y a Froehlich–. Observemos los nuevos naturalismos y el uso de materiales autóctonos que estuvieron tan en boga en la ciudad –como se muestra en la casa de Goff en Playa Grande, construida toda en madera de cují–. Apreciemos el gusto por el equilibrio dinámico de las marquesinas de concreto de Badgeley y de Froehlich y de tantas otras marquesinas caraqueñas. Y volvamos a admirar el gesto cristalizado del volumen antisísmico del Hotel Ávila, las formas figura/fondo de las magníficas Nubes de Calder y el jet age chic de los volcanes sumergidos en los estanques hípicos de Froehlich.7

Recordemos en Caracas «todo eso que llamamos americano»: la forma inflada del domo geodésico de Fuller. Las formas dominadas por el ladrillo en el edificio Shell y por el vidrio en el Cubo Negro. El brutalismo que animaba el proyecto de El Recreo Urban Center. El esqueleto escultórico de las vigas de la quinta Alto Claro. La libertad de la curva sobre la entrada del Hotel Ávila. La espiral serpentina de la escalera del Jockey Club en el Hipódromo. La reducción de líneas en la elegante marquesina del edificio Sucre en La Floresta.

Así, queremos invitarlos a volver a esa ciudad exótica del eternal summer, donde marlins fought harder and orchids grew bigger, que crecía con optimismo al ritmo del progreso a mediados del siglo XX. Para admirar con nuevos ojos el espacio del atrio tras el fantástico mural de Bertoia en la antigua Embajada de Estados Unidos. Para observar con detalle el mínimo posible de materia usado en la escalera del CADA de Las Mercedes. Para fascinarnos ante el sensualismo del balcón «Eames» de la quinta Macoroma, lanzado sobre los campos de golf. Para disfrutar de la arquitectura vertebrada del atrio, del paddock y de las caballerizas del hipódromo, de los biomorfismos de las casas caraqueñas de Goff’, de la plasticidad neobarroca del Yatch Club de Hatch, de las bóvedas perfectas de la Casa Carrillo Batalla, de las formas acariciantes de los plafones del Teatro Junín y de la libertad curvilínea de la piscina del Hotel Tamanaco.8 Lugares y arquitecturas a los que hemos querido cantar con frases de la novela El manantial (The Fountainhead, 1943) de la escritora Ayn Rand, en los títulos de cada capítulo.9

Volvamos a la Caracas moderna de influencia norteamericana y celebremos juntos su rica y multicultural herencia arquitectónica y urbana, que este 25 de julio de 2017 llegó a cuatro siglos y medio de historia deslumbrante.

Luces de la ciudad (f. 1951-Así es Caracas).

NOTAS:

Robert Frost. America is Hard to See, The Atlantic, Boston, 1951.

Paul Auster. «Memory is the space in which a thing happens for the second time», The Book of MemoryThe Invention of Solitude, Sun Publishing, Pawcatuck, Connecticut, 1982.

3.4.5. Jorge Villota Peña. «The hyper Americans!: Modern architecture in Venezuela during the 1950s», Texas Scholar Works, The University of Texas at Austin, 2014

6 «A culture must be open to foreign influences if it wants to keep its own creative power alive». En: William Weaver and Damien Pettigrew. «Italo Calvino», The Art of Fiction N. 130, The Paris Review, Nueva York, 1992.

7.8.Giovanna Massobrio y Paolo Portoghesi. Album degli Anni Cinquanta. Editori Laterza, Roma-Bari, 1977.

9. Ayn Rand. Parte 1, Peter Keating, The Fountainhead, Bobbs Merrill, Nueva York, 1943.

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