Quiso el inefable señor Maduro enternecer a la menguada y paciente audiencia que aún presta oído a sus paparruchas echándoles un cuento, que evitaremos calificar de chino por respeto a literatura oriental, y fue apenas una de las muchas digresiones de un discurso en el que lo medular era su entusiasta disposición a participar en el diálogo apadrinado por Danilo Medina, cuya autoridad moral ha sido minada por su vinculaciones con el affaire Odebrecht y, ¿cuándo no es pascua en diciembre?, el ineluctable Zapatero.
“El momento es estelar para llegar a un acuerdo con la oposición”, dijo sin explicar por qué. Pero de esa cuerda, de la que ya tenemos un rollo, no va este editorial de hoy, pues no podemos dejar pasar por debajo de la mesa el cuentecillo de marras que engalanó su propuesta para salvar el país de la hambruna: el plan conejo.
Hizo la salvedad de que la idea no era suya, sino del ministro de Agricultura Urbana –¿habrá un despacho de urbanismo agrícola?–, el señor Freddy Bernal, a quien cedió la palabra para que “explicara” en qué consiste esta nueva y novísima y postrera coca-cola del desierto, chapucería propia de quienes carecen de habilidades para detentar el cargo al que permanecen enchufados.
Como no hay carne, ni pollo, ni cerdo y es difícil cazar en la ciudad, el ex agente de la metropolitana propuso que nos dediquemos a criar conejos. Eso no fue lo que enseñó en Nicaragua cuando, en mercenaria misión enviada por Carlos Andrés Pérez, entrenó a la policía para que cazaran enemigos del gobierno.
Pero volvamos a Bernal: “Nos han enseñado que el conejo es una mascota, pero otra cosa es el conejo desde el punto de vista de la guerra económica. Una coneja pare aproximadamente diez o doce conejitos, al final se crían ocho. En dos meses y medio tenemos un conejo de dos kilos y medio”.
Esta fue la hilarante y desarticulada concisión de un proyecto que, como los gallineros verticales y los huertos, está irremisiblemente destinado al fracaso. Entre otras cosas, porque involucra a las “comunidades” y ello supone exceso de manos en un mismo plato.
El mismo Maduro pareciera admitirlo al relatar, según nota aparecida en la edición digital de este periódico, que “Bernal le había entregado el primer lote de conejos a 15 comunidades, pero los ciudadanos no siguieron el plan al pie de la letra”. Haciéndose el gracioso remató su minificción asegurando que cuando volvió, ¡sorpresa!, la gente tenía los conejitos “con un lacito y los habían agarrado como mascotas. Fue un primer revés del plan conejo”.
De Maduro no puede decirse que sea un fabulador, porque tal condición exige creatividad e imaginación. Se le tiene y ha dado pruebas fehacientes de ser un gran embustero. Lo de los lacitos no sucedió. Los conejos de Bernal fueron beneficiados en parrilla comunal. La gente no puede ayunar esperando que crezcan y se reproduzcan los prolíficos animalitos que –y eso lo ignoran los proponentes– están incluidos en la lista de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Mientras asimilamos el disparate, podemos ir dando saltos en una patita, como el conejito, para su casita.
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