Somos lo que hacemos día a día. Aristóteles
En la cotidianidad venezolana convertida en tragedia, donde abunda el irrespeto, el fracaso y la intolerancia; los dignatarios devenidos sicofantes se han vuelto previsibles. Si alguien se atreve a criticar o intentar un balance de gestión, se hace acreedor de maltratos, calumnias y difamación.
En una democracia se acepta y espera el cuestionamiento de las ejecutorias oficiales porque, cuando el pueblo elige, de un lado, designa soberanamente el gobierno, pero también quedan facultados los opositores a adversar ese gobierno y, en general, el ejercicio ciudadano es, fundamentalmente, de naturaleza contralora.
La oposición debe, sin embargo, cuidar la eticidad de su trabajo, y para ello denunciar al advertir el desatino o el extravío de los delegados y magistrados públicos, así como debe acompañar y respaldar aquellas iniciativas o resultas meritorias, a pesar de lo que de suyo ella misma representa.
Cabe entonces precisar que el desempeño político no es extraño a la ética y entendemos por esta, la conducta basada en la conciencia moral, en el discernimiento, en la voluntad, en la responsabilidad del ser humano que incluye aquel que tiene a su cargo la conducción, administración, gerencia de la cosa pública.
Para todavía precisar, evoco un artículo de hace meses de mi admirado amigo y compadre Gustavo Tarre Briceño, hoy exilado, por cierto, en el que el profesor y constitucionalista glosaba a Weber y la diferencia entre la ética por convicción y la ética por responsabilidad. No es igual actuar per se que en representación de otros. No es lo mismo, entonces, decidir un asunto que nos envuelve únicamente en sus consecuencias a nosotros que un asunto irradiado desde nosotros y en sus derivaciones hacia otros destinatarios. Si mi disposición me afecta a mí, puedo y corresponde comportarme de acuerdo con lo que pienso y creo, pero si impacta y alcanza a los demás, debo, al contrario, ponderar ese interés distinto al mío y mesurar la trascendencia que sobre aquellos tendría. Si soy mandatario público, el interés general es el bien político y jurídico a tutelar, y nunca el que por mi esfera personal pueda o no estar involucrado.
La tarea de mandar es, por tanto, y en una república particularmente, sabiendo que la susodicha es una construcción ética, una tarea sujeta a rendición de cuentas, pero es que cuando me introduzco en la consideración temática observo que la faena de cada funcionario, contratista, empleado, asesor, representante debe ofrecer un resultado, una presentación valorada, medida, evaluada y otra cosa se orientaría en dirección contraria a lo exigible y pertinente.
En los países de mayor responsabilidad fiscal, Nueva Zelanda, Australia, Reino Unido, entre varios más, existen y se experimentan variados mecanismos para asegurar el accountability. El servidor es consciente y espera, además, que su aporte sea objeto de cotejo, escrutinio, y conoce los riesgos que no cumplir o hacerlo de manera ineficiente implica. En materia de gestión fiscal y finanzas públicas, este elemento es de singular importancia, por lo cual incluso algunos personeros públicos solo cobran sus remuneraciones si se logra el objetivo previsto.
En nuestro país, antes en alguna medida, pero especialmente desde el arribo de Chávez como autoridad, se esmeró la emergente clase política dirigente, cívico-militar, en desconocer y burlar la legalidad si la misma suponía controles al poder. Sobran los ejemplos y comentaré un par de ellos. Una ley importante, desde la cual se articuló lo que previó la CRBV en materia de reglas fiscales constitucionales, atinentes al objetivo de la estabilidad macroeconómica, que es la Ley de Administración Financiera del Sector Público, ha sido reformada hasta 16 veces, creo, y la Ley del BCV modificada inconstitucional e ilegalmente, despojando al instituto emisor de su autonomía, para permitirle al presidente y al Ejecutivo volarse las bardas que el constituyente dispuso para evitar el manejo ligero de la emisión de dinero inorgánico, el gasto dispendioso y el endeudamiento frívolo que arruina al país, dispara la inflación y empobrece a su gente. Se ha gobernado irresponsablemente.
Afirmé que la oposición era legítima, porque ese carácter de ser oposición también se lo había dado el soberano. Digo ahora que está tan comprometida con la verdad y el servicio a los conciudadanos como el mismísimo gobierno. Ello significa eludir la tentación maledicente y evadir el asalto a la oportunidad que luzca buena para provecho circunstancial, si la misma contamina las instituciones o macula la imagen personal del adversario sin fundamento. Podemos ser recios sin apartarnos de la veracidad y del respeto a la dignidad de la persona humana que obra en cualquier otro.
Gobernar y hacer oposición requieren responsabilidad, insistimos. Exigen rendición de cuentas y a ambos. Demandar calidad en el cometido y ética en el discurrir de los protagonistas no es ofender y, reitero, tomemos conciencia de lo que hagamos porque es lo que nos define.
La demagogia y el populismo son, entretanto, las líneas maestras de la experiencia chavista y, desde luego, mentir, tergiversar, vociferar, agredir, perseguir a la disidencia es parte del discurso falaz que en su retórica exhiben los que, en franco peculado de uso, utilizan los medios del Estado o de la enajenada FANB para su promoción personal y su odio. Denunciar y pedir que se rindan cuentas, protestar y reclamar, arengar al cuerpo político para que cambien a quienes malogran a diario el país, es un derecho y un deber ciudadano, y ocurre que el resumen que resulta del balance entre lo que recibieron y lo que hicieron con un millón seiscientos mil millones de dólares de ingresos y deuda no es otro que hambre, miseria, basura, descomposición social y atraso.
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